Aportamos algunos datos acerca de los anuncios publicados en la revista Actas Dermosifiliográficas durante el periodo 1909-1939. Destacan los anuncios relacionados con el tratamiento de las enfermedades de transmisión sexual. Son un ejemplo de la estrecha relación existente entre la industria farmacéutica y las revistas médicas.
We review advertisements published in the journal Actas Dermosifiliográficas between 1909 and 1939. Treatments for sexually transmitted diseases were advertised with particular frequency, and they offer a case in point that exemplifies the close relationship between the pharmaceutical industry and medical journals.
Estamos de acuerdo con los Dres. Fernández Herrera y Torrelo en que la revista Actas Dermosifiliográficas constituye el gran legado y el mayor activo que tiene la Academia Española de Dermatología y Venereología1.
En ella se han publicado algunos artículos2,3 acerca de su historia, que ya cuenta con un recorrido de 102 años.
El objetivo del presente artículo es el de aportar algunos datos sobre la publicidad insertada entre sus páginas durante sus primeros 30 años de vida.
Al igual que otros autores4, estamos convencidos de que los anuncios publicitarios constituyen una fuente de información histórica muy rica, aportándonos como dermatólogos, de una forma amena, una revisión histórica de la terapéutica de nuestra especialidad.
Bajo la definición de marketing se engloba todo el proceso de comercialización de un producto desde que es creado hasta que es consumido. En este proceso intervienen múltiples factores de los que depende, en mayor o menor medida, el éxito o el fracaso comercial del producto. Uno de estos factores es la publicidad5.
La publicidad es una actividad de la comunicación humana que tiene como fin convencer al cliente de la bondad de un producto6. Si quisiéramos aplicar dicha definición a la publicidad aparecida en nuestra Revista, podría decirse que es la publicidad dirigida al dermatólogo a través de una revista médica especializada.
Periodo 1909-1936Desde el inicio de la publicación de Actas Dermosifiliográficas, en el año 1909, la publicidad ha estado presente de una manera continuada en la Revista, figurando en los balances de nuestra sociedad en el apartado «ingresos a cobrar», con un importe que ascendía desde las 260 pesetas de los comienzos a las 4.430 pesetas del año 1926.
Al principio el listado de anunciantes era bastante recortado y se refería más a personas físicas que aportaban una dirección postal a la que podían dirigirse los facultativos para solicitar los productos publicitados, que a laboratorios tal y como los conocemos hoy en día. Posteriormente aparece una lista con anunciantes en la que se incluye algún laboratorio farmacéutico, sus direcciones comerciales y los productos que representaban.
En 1932 la Junta Directiva de la Academia decide actualizar las tarifas publicitarias, correlacionándolas con distintos tipos de anuncios en función de algunos ítems, tales como el lugar de la revista donde debería aparecer la publicidad (planas de cubierta, planas ordinarias, intercalados en el texto, en plana especial, etc.) (fig. 1).
Además de lo indicado en el párrafo anterior, nace una nueva tarifa denominada 2.ª, con los precios por inserciones sueltas (hojas de color azul y de color amarillo). Estas inserciones se han perdido, en su mayor parte, al encuadernar los distintos números que forman los volúmenes de la Revista conservados en la biblioteca de la sede de la Academia.
El primer anuncio encontrado en dicha colección es el referente al «Iodargirum», cacodialato de yodo mercúrico, preparado por el farmacéutico Sr. Llopis (fig. 2).
Si revisamos cuáles eran los productos más anunciados destacan los relacionados con el tratamiento de las enfermedades de transmisión sexual. Este dato coincide con el publicado por otro autor4. Esta circunstancia es lógica si se tiene en cuenta que el diagnóstico y el tratamiento de las enfermedades «venéreas» constituían una gran parte de la actividad profesional de los dermatólogos del primer tercio del siglo xx7. En este contexto pueden encontrarse anuncios de arsenicales, distintos compuestos con bismuto de uso parenteral y medicamentos que combinaban bismuto, mercurio y arsénico. No faltan arsenicales orales ni preparaciones mercuriales por vía tópica (fig. 3).
Algunos representantes farmacéuticos, como Robert Soyer, ponían a disposición de los dermatólogos de aquella España anterior a la Guerra Civil Española, una gran variedad de productos que cubrían el tratamiento de sus pacientes afectos de tuberculosis, sífilis y/o lepra.
La terapia tópica, tan unida a la práctica dermatológica, se merece un apartado especial.
El panorama del tratamiento tópico en esta época estada dominado por las llamadas «Dermosas» (fig. 4). Estos productos eran fabricados por los laboratorios del Norte de España, entidad dirigida por el farmacéutico Joaquim Cusí y Fortunet, que había fundado una empresa familiar de productos médicos en 1902. Con las «Dermosas» como herramienta el dermatólogo de la época podía tratar de curar un amplio abanico de las enfermedades cutáneas de sus pacientes. Así, disponía de una Dermosa Cusí antieczematosa que contenía «pasta de Dohi», cuyo nombre provenía del profesor Keizo Dohi, cuyo contenido era una mezcla de brea, azufre y óxido de zinc en un excipiente graso. Las piodermitis curaban con las Dermosas Clorazin y Dercusan que contenían cloramina. También prescribían tópicos «todo terreno», entendiendo como tales los que podrían servir para cualquier tipo de dermatitis, tales como las Dermosas cola de zinc, la oximercúrica o la refrescante, hecha esta última de una pasta formulada por Paul Gerson Unna. Tras su aplicación se recomendaba, según los casos, cubrirla con «Malla Cusí parafinada» o con gasas y algodón hidrófilos.
Periodo 1936-1939En el periodo de la última Guerra Civil Española (1936-1939) aparecen algunos anuncios de cosméticos tales como los de la Perfumería GAL S.A., con un texto condicionado por el contexto político de la época, o el del fijapelo Neofix.
Siguen dominando la publicidad los fármacos para combatir las enfermedades de transmisión sexual tales como el Novarsenobenzol Billon de la Societé Pariesienne D¿Expansion Chimique (SPECIA), antecesora de los laboratorios Rhône-Poulenc, «incluido en el petitorio de la Sanidad Militar» y su arsenical oral, el Storvarsol.
En esta misma época se dan a conocer los arsenobencenos fabricados en España por la Fábrica Española de Productos Químicos y Farmacéuticos, S.A. (FAES) (fig. 5) y los del Instituto Quimioterapéutico Italiano de Florencia (I.C.I.).
Los Laboratorios Cántabro de Santander anuncian su Hiposulfin, a base de hiposulfito sódico que servía como disolvente en el tratamiento de los pacientes intolerantes a los arsenobenzoles. Se indicaba en su publicidad que resultaban «a precio tan económico como el agua bidestilada».
Los Laboratorios Gil de Sevilla, precursores de la Farmacia «El Globo», patrocinan el Espirogil, ioduro doble de bismuto y quinina, cuya ventaja radicaba en que resultaba indoloro, si bien debía «sumergirse en agua caliente para facilitar la inyección».
Proliferan los anuncios de compuestos a base de bismuto, destacando el de los Laboratorios Pons de Lérida ubicados «accidentalmente en el Hotel Biarritz de San Sebastián», condicionados por el desarrollo de la contienda militar en la época.
Para la curación de la gonococia se anuncia el Santal Monal directamente llegado de París (fig. 6) a base de azul de metileno en forma de solución para su inyección intrauretral.
El chancro blando podía combatirse con Dmelcos, una vacuna estabilizada con una concentración de 225 millones de bacilos de Ducrey por cm3.
Aparecen nuevos productos tópicos especialmente antibacterianos como la dermocolesterina del laboratorio Mazuelos de Osuna, el Bálsamo angelical de los laboratorios Martín Núñez de Zamora o el Fomentobiol de Serva.
En definitiva, las ilustraciones publicitarias de la época reflejan el despertar de la relación entre la creciente industria farmacéutica y las revistas científicas como vehículo de difusión de sus productos a los profesionales. Esta relación, mantenida hasta la actualidad, ha llegado a ser un pilar fundamental para ambas partes, tanto para la industria como para la viabilidad económica de las propias publicaciones. Por otro lado, son el claro reflejo de las novedades terapéuticas de aquel periodo, en su mayoría superadas en la actualidad, pero que significaron un salto cualitativo en aquel momento. Finalmente, con un reflejo del papel del dermatólogo, dedicado de forma mayoritaria al manejo de las enfermedades de transmisión sexual, y de los condicionantes sociales y políticos del periodo.
Conflicto de interesesLos autores declaran que no tienen ningún conflicto de intereses.