Las letálides o metástasis cutáneas son relativamente poco frecuentes, presentando una incidencia menor del 1% entre los pacientes con neoplasia visceral1. Sin embargo, en pacientes donde el tumor primario es un cáncer de mama asciende hasta el 24%2. La sospecha clínica de metástasis normalmente se fundamenta en la previa existencia de un tumor maligno primario, aunque un tercio de letálides son descubiertas de forma previa al primario3. Las técnicas de inmunohistoquímica se revelan fundamentales para establecer la conexión con el tumor de origen, existiendo diversos algoritmos diagnósticos4, para identificarlo.
Presentamos el caso de una mujer de 55 años de edad, diagnosticada de carcinoma lobulillar de mama de 15 años de evolución. Esta fue remitida a nuestra unidad por lesiones de un año de evolución que se habían originado en la región cervical y extendido hacia el tercio superior de espalda y tórax. En la exploración clínica, presentaba pápulas y placas eritematoedematosas de consistencia dura, bien definidas en la región cervical posterior (fig. 1), así como eritema localizado en los 4 párpados que infiltraba a planos profundos dificultando la apertura (fig. 2a) y cierre (fig. 2b) de la hendidura palpebral.
Con respecto a su neoplasia, en la actualidad se encontraba en estadio IVB con metástasis uterinas y gástricas, por las que había sido sometida a sendas intervenciones quirúrgicas. Había realizado múltiples ciclos de quimioterapia y radioterapia, encontrándose en la actualidad en tratamiento con letrozol.
El estudio histológico en todas las biopsias realizadas mostró un infiltrado dérmico de células anaplásicas dispuestas en hilera (fig. 3a) positivo para la tinción de GCDFP-15 (fig. 3b). Asimismo, mostró positividad débil para receptores de estrógenos y progesterona, her2 negativo y un índice de proliferación Ki67 del 20%, por lo que se introdujo un nuevo ciclo quimioterápico con capecitabina 2g/día, a pesar del cual la paciente falleció a los 2 meses de iniciarlo.
Dentro de las tumoraciones en párpados, las metástasis cutáneas son excepcionales y representan menos del 1% de las lesiones malignas en párpados5. Se han descrito 3 formas clínicas: la nodular es la forma más frecuente, caracterizada por nódulos subcutáneos no dolorosos que clínicamente se puede confundir con un chalazión6; la de patrón inflamatorio, difuso de aspecto morfeiforme como en nuestro caso; y, por último, la forma ulcerada cuando histológicamente el infiltrado sobrepasa la dermis y alcanza la epidermis.
En todos los casos, pueden estar afectados el resto de estructuras de la órbita7, por lo tanto es recomendable realizar pruebas de imagen y/o exploración oftalmológica. En nuestro caso se evidenciaron imágenes difusas hiperecogénicas retrooculares que englobaban al nervio óptico sugerentes de infiltrado metastásico.
Recientemente Martorell-Calatayud et al.8 comunicaron 2 casos similares al nuestro de metástasis bilaterales en párpados, y recopilaron los 11 casos descritos previamente en la literatura. En 9 de ellos la neoplasia primaria era un carcinoma de mama y en los 2 restantes un adenocarcinoma gástrico. Las letálides que implican a los 4 párpados son muy poco frecuentes, aparecen en carcinomas de mama de larga evolución e indican una sistematización de la enfermedad neoplásica. En los posteriores estudios de extensión, además de las mencionadas metástasis gástricas y uterinas se demostró afectación rectal, carcinomatosis peritoneal, metástasis ósea y metástasis en la región posterior de la órbita.
Actualmente, se cree que el aumento de metástasis en estas localizaciones tan singulares se debe al aumento de la supervivencia de los enfermos oncológicos9. Concluyendo, en nuestra paciente con una neoplasia de 15 años de evolución, la realización de múltiples ciclos de quimioterapia se interpretó como factor permisivo para la aparición de este infrecuente tipo de metástasis.