FUENTES DE INFORMACIÓN SOBRE LENGUAJE MÉDICO
«Soy un dermatólogo venezolano que he aprendido mucho leyendo sus artículos en las revistas Actas Dermo-Sifilio-gráficas y Medicina Clínica. Le escribo con computadora al e-mail que he encontrado en Internet y opino, como usted, que el lenguaje científico debe señalarse por su precisión y claridad. A mí me gustaría aprender más sobre el mejor modo de escribir en medicina, evitar el spanglish, saber escoger la terminología más adecuada y redactar mejor, pero encuentro que no existen suficientes publicaciones sobre estos temas. ¿Podría recomendarme algún libro interesante que leer para los interesados en estos temas? Es posible también que a lo mejor hasta se publique una revista científica de len-guaje médico y yo, en Venezuela, no lo sepa.»
R. Pérez Montalván
San Cristóbal (Venezuela)
Respuesta
No sólo es que se publique una revista de lenguaje médico, sino que la única que existe está específicamente pensada para quienes hablamos español y puede leerse sin ningún problema en Venezuela. Hace dos años fui, de hecho, uno de los fundadores de dicha revista, y desde entonces tengo el honor de formar parte de su comité editorial. Será un placer para mí, desde luego, presentársela a Pérez Montalván y a todos los lectores de Actas a un lado y otro del Atlántico.
Nuestra Panace@ es un boletín trimestral de medicina y traducción --el primero del mundo dedicado de forma monográfica al lenguaje de la me-dicina-- que puede consultarse gratuitamente desde cualquier rincón del mundo en la dirección http://www.medtrad.org/pana.htm. Con más de medio millar de páginas de letra menuda publicadas desde septiembre del 2000, Panace@ ofrece a cuantos se interesan por el lenguaje especializado de la medicina una colección impresionante de glosarios y artículos originales sobre los aspectos más diversos del lenguaje científico: terminología, nomenclaturas normalizadas, lexicografía, neología, cuestiones sintácticas y de estilo, política lingüística, documentación, nuevas tecnologías, etc. Con firmas de la talla de José Martínez de Sousa, M.ª Teresa Cabré, Valentín García Yebra, Bertha Gutiérrez Rodilla, Joaquín Segura, John Dirckx o Álex Grijelmo, son ya casi un centenar los colaboradores que han pasado por Panace@ para presentarnos desde la nomenclatura actual de las parasitosis hasta el análisis a fondo de los problemas de traducción planteados por términos como stem cell, peer review o genomic imprinting, pasando por el abuso del gerundio en los textos médicos, el panorama de la lexicografía médica española entre los siglos XVII y XIX, un glosario bilingüe con un millar de psicoescalas, la terminología de los cierres de los envases farmacéuticos, o las normas de formación de tecnicismos grecolatinos terminados en -ia.
En cuanto a otras publicaciones sobre el lenguaje de la medicina, puedo recomendar a bote pronto un buen puñado de libros en español para quienes estén interesados en las cuestiones relativas al uso y abuso de nuestro lenguaje especializado. A sabiendas de que, con las prisas, me dejaré en el tintero alguna que otra obra importante, espero ayudar a Pérez Montalván con la siguiente lista de libros:
--Alpízar Castillo R. El lenguaje de la medicina: usos y abusos. La Habana: Científico-Técnica; 1982.
--Carrera OG. El barbarismo en medicina. México: UTEHA; 1960.
--Gutiérrez Rodilla B. La ciencia empieza en la palabra. Análisis e historia del lenguaje científico. Barcelona: Península; 1998.
--Medicina Clínica. Manual de estilo para publicaciones biomédicas. Barcelona: Doyma; 1993.
--Navarro FA. Traducción y lenguaje en medicina. 2.ª ed. Barcelona: Fundación Dr. Antonio Esteve; 1997.
--Navarro FA. Diccionario crítico de dudas inglés-español de medicina. Madrid: McGraw-Hill Interamericana; 2000.
--Puerta López-Cózar JL, Mauri Más A. Manual para la redacción, traducción y publicación de textos médicos. Barcelona: Masson; 1995.
Fernando A. Navarro
UNA NUEVA FASE DEL FOLÍCULO PILOSO: ¿QUENOGEN?
«Te escribo como secretaria general de la Academia Española de Dermatología y Venereología (AEDV) para solicitar tu opinión como experto en lenguas. El pasado 13 de abril, el italiano Alfredo Rebora nos dio una conferencia sobre el ciclo del pelo, y creó una nueva fase, que sería de reposo, al igual que el telogen, pero en la que el folículo permanece vacío durante meses sin el nuevo germen del próximo cabello. Decidió llamarla «quenogen», basado en la palabra griega que significa «vacío». Al ser un neologismo, se planteó en la asamblea si debería escribirse en español con c, con q o con k. En tu opinión, ¿cómo debemos escribirlo en español?: ¿cenogen, quenogen o kenogen?»
Aurora Guerra Tapia
Madrid
Respuesta
El nombre de esta nueva fase folicular del pelo, propuesto por Rebota, plantea en realidad dos cuestiones terminológicas importantes para quienes escribimos en español. En primer lugar, su terminación: ¿habremos de decir «quenogen», «quenogén» o «quenógeno»?, y en segundo lugar, que es lo que me pregunta directamente Guerra Tapia, su raíz: ¿debemos escribir en español «cenogen», «quenogen» o «kenogen»?
Ninguna de las dos cuestiones me pilla de nuevas. De la primera de ellas me ocupé ya en los albores de este consultorio, cuando allá por el año 2000 un consultante anónimo me escribía en los siguientes términos:
«Como aficionado a la histopatología cutánea me he planteado a menudo cuál sería la forma correcta de traducir al español los términos anagen, catagen y telogen. Entre los dermatólogos españoles lo habitual es decir folículo en (fase de) anagén, catagén o telogén. [...] ¿Cómo debemos decir?, ¿que los folículos están en fase anágena, que están en anágeno o que son anágenos?»1
Mi respuesta a esta consulta2, como de costumbre extensa, puede resumirse en el siguiente pasaje, que reproduzco al pie de la letra: «tanto da decir 'un producto andrógeno', 'una sustancia andrógena' o 'un andrógeno'». Todas las formas son correctas y el empleo preferente de una u otra dependerá del contexto, el uso habitual y las preferencias personales del autor. Es como si alguien me preguntara cuál de las siguientes expresiones es la correcta: ¿el agua es líquida, el agua está en estado líquido o el agua es un líquido? Cualquiera de ellas lo es. Pues de igual modo, el folículo piloso está en fase anágena y está también en anágeno, como no veo tampoco ningún problema en hablar del anágeno folicular o los folículos anágenos». Resulta obvio que el neologismo acuñado por Rebota es un miembro más de esta familia terminológica, de tal modo que las terminaciones en «geno» para el masculino o «gena» para el femenino deben preferirse a las angloides en «gen» o «gén».
En cuanto a la segunda cuestión, relativa a la grafía española de la partícula correspondiente al griego κενóς (kenós, vacío), se trata de una antigua duda que se nos plantea en español cada vez que hemos de escribir un tecnicismo derivado de una palabra griega con la vocal e o i precedida de la letra κ (kappa). Me he ocupado también recientemente de esta cuestión en una extensa carta al director de Medicina Clínica, que llevaba por título «¿Citocinas, citoquinas o citokinas?»3 y tocaba con mayor o menor profundidad un buen puñado de asuntos interesantes. Recomiendo su lectura vivamente --desde luego, ¡qué buen propagandista soy de mí mismo!-- a todos los interesados por esta cuestión. Para los lectores apresurados, que no encontrarán el tiempo necesario para acercarse a la biblioteca del hospital, fotocopiar y leer dicha carta al director, me permito en cualquier caso reproducir a continuación un par de pasajes que ahora pueden sernos de utilidad:
«Tradicionalmente, no habíamos tenido problemas para adaptar a nuestro idioma [la partícula griega kin], que adoptaba en español invariablemente la grafía cin. Así lo atestiguan, sin salir del lenguaje especializado de la medicina, vocablos como adiadochokinesia (adiadococinesia), akinesia (acinesia), bradykinesia (bradicinesia), hyperkinetic syndrome (síndrome hipercinético), kinesthesia (cinestesia), kinetic (cinético), kinetosis (cinetosis) o pharmacokinetics (farmacocinética). También en el lenguaje común, por supuesto, podríamos encontrar numerosos ejemplos para respaldar lo dicho, pero me limitaré a citar el más conocido de todos: el nombre abreviado «cine» que damos al cinematógrafo. Sí me interesa destacar, en cualquier caso, que esta sustitución de la k griega por c no es invento moderno, sino que se remonta al latín, idioma en el que la mayoría de los helenismos que en griego se escribían con κ (kappa) pasaron a escribirse con c (ce).»
«El problema ha surgido cuando en inglés, francés o alemán --idiomas todos ellos que, a diferencia del nuestro, hacen uso de la letra k con toda naturalidad-- han comenzado a crear neologismos tomados directamente a partir del griego, sin pasar por el latín. Eso explica la vacilación a la hora de castellanizar muchos neologismos acuñados en inglés durante el último medio siglo, como bradykinin, chemokine, cholecystokinin, karyokinesis, kinase, kininogen, streptokinase o los ya mencionados lymphokine, monokine y cytokine.»
«[...] Defensor convencido de la uniformidad gráfica de las familias etimológicas en el lenguaje científico, considero que es mucho más sencillo intentar generalizar la forma con c para un puñado de neologismos --de uso vacilante, cierto, pero que en su mayor parte no tienen más de 30 años de existencia--, que intentar forzar un cambio generalizado a las formas con qu o k para los muchos tecnicismos médicos que desde hace más de un siglo hemos venido usando con c, como 'cinetosis' o 'discinesia'»3.
Todo lo argumentado para la partícula griega kin puede aplicarse también a los helenismos que incorporan la raíz griega keno, máxime si tenemos en cuenta que el neologismo de Rebota no es el primero acuñado a partir de esta raíz griega. En los diccionarios médicos españoles, en efecto, hace ya más de un siglo que encontramos tecnicismos acuñados a partir del griego κενóς (vacío), siempre con sustitución de la κgriega por c, como es el caso de «cenofobia» (miedo patológico al vacío o los grandes espacios), «cenosis» (evacuación para vaciar de líquido), «cenenfalocele» (encefalocele de una parte del cerebro sin líquido) o «cenotoxina» (toxina de la fatiga)4, 5.
Conviene tener presente, en todo caso, que en nuestro lenguaje médico actual la partícula «ceno» puede indicar relación no sólo con el griego κενóς (kenós, vacío), sino también con el griego κοινóς (koinós, común; por ejemplo, «cenestesia», conjunto de impresiones que constituyen la base de las sensaciones de nuestro propio organismo) o con el griego καινóς (kainós, nuevo; por ejemplo, «cenopsíquico», de re-ciente aparición en el desarrollo mental). No entraré ahora a analizar en detalle esta cuestión, atribuible a la extraordinaria simplicidad de nuestra ortografía y que he comentado ya en la referida carta al director de Medicina Clínica3, pues no hace ahora demasiado al caso. Baste saber, de todos modos, que en español solemos resolver estos posibles problemas de polisemia mediante el recurso al contexto o procedimientos léxicos de diversificación ortográfica. Así, dada nuestra imposibilidad para distinguir en español entre las partículas griegas thyro (que expresa relación con la glándula tiroidea) y tyro (que expresa relación con el queso), la distinción que hacen en inglés entre thyrotoxicosis y tyrotoxicosis se ha resuelto en español llamando «hipertiroidismo» al primero y «tirotoxismo» al segundo. De forma parecida, cuando los psiquiatras se vieron en la necesidad de distinguir claramente entre el miedo patológico al vacío (kenophobia) y el miedo patológico a las novedades (kainophobia), en español hemos resuelto el riesgo de polisemia llamando «cenofobia» al primero y «cenotofobia» al segundo.
Compruebo una vez más que ando ya por los cerros de Úbeda y hace tiempo que he perdido el hilo de la cuestión que me planteara Guerra Tapia. Me apresuro, pues, a resumir en tres líneas mi respuesta a la cuestión:
Para referirnos en español a la nueva fase del folículo piloso descrita por Rebora, con folículos vacíos en reposo, propongo hablar de «cenógeno folicular» o «fase cenógena del pelo». Confío en no ser el único que lo haga así de ahora en adelante.
Fernando A. Navarro