En 1985, el escritor norteamericano John Updike publicó en la revista The New Yorker un artículo titulado «En guerra con mi piel», en el que compartía sus vivencias, emociones y estrategias de afrontamiento como paciente con psoriasis1. Treinta años después pudimos constatar en una serie de 823 pacientes que la gravedad y extensión de las lesiones, efectivamente se correlaciona con la presencia de emociones negativas2. Cabría preguntarse ¿cuál es la dirección de esta asociación?
Dado que una reducción de la gravedad de las lesiones mejora el humor y la ansiedad autopercibidos3, podría esperarse que la mejoría de las lesiones de psoriasis condujera a la de las alteraciones psicológicas. Sin embargo, nuestra experiencia, que va en línea con la del Servicio de Dermatología del Hospital Universitario Doctor Negrín, apunta hacia una relación más compleja.
El artículo de Madrid-Álvarez et al. pone de manifiesto que la tendencia a la psicopatología puede permanecer a pesar de que se alcance un control prácticamente completo de la psoriasis (PASI<2)4. Esto coincide con estudios en los que el estado de ánimo fue independiente de la mejoría de las lesiones5, o que comprobaban cómo las alteraciones emocionales se mantienen entre períodos de remisión de las lesiones6.
Artículos como el referido de Actas Dermo-Sifiliográficas4 contribuyen a que no obviemos la necesidad de dar una atención integral a nuestros pacientes. Ello incluye medidas para identificar y disminuir su sufrimiento psicológico que, a pesar de la evidencia, puede —y suele— pasar desapercibido para los profesionales de la salud7.