Las melanocitosis dérmicas (MD) incluyen una amplia variedad de entidades, congénitas y adquiridas, que son histológicamente indistinguibles entre sí1,2. Están constituidas por una proliferación intradérmica de melanocitos fusiformes y pigmentados, en ausencia de melanófagos. Clínicamente se presentan como máculas marrones o azuladas, dependiendo de si el pigmento melánico predomina en la dermis superficial o en la profunda. Entre las MD congénitas se incluyen la mancha mongólica y los nevus de Ota e Ito. El nevus de Ota (nevus fusoceruleus ophthalmomaxilaris) se desarrolla habitualmente en la región facial siguiendo la distribución del nervio trigémino. El nevus de Ito (nevus acromioclavicularis) afecta a la región del hombro y el cuello. Ambos están presentes desde el nacimiento en el 60% de casos, y raramente desaparecen con posterioridad. La mancha mongólica suele estar presente desde el nacimiento en la región lumbosacra o las nalgas, y lo habitual es su regresión durante los primeros años de vida3.
Existe un grupo infrecuente de MD que son adquiridas. La primera descripción de un nevus bilateral adquirido similar al de Ota se debe a Hori et al4 en 1984. Aunque estas lesiones adquiridas acostumbran a afectar a la cara, también se han comunicado en localización extrafacial (extremidades superiores e inferiores, espalda, manos y pies). Estos casos presentan mayor prevalencia entre mujeres asiáticas, siendo excepcionales en la raza blanca5.
Presentamos el caso de una mujer de 49 años de edad que presentaba, desde hacía 8 años, una lesión cutánea gris-azulada, de 25cm de diámetro y asintomática localizada en la región dorsal derecha (fig. 1). La paciente negaba tomar medicamentos y no había sufrido ningún proceso traumático-inflamatorio en la zona afecta. Dos años antes de la consulta dermatológica fue intervenida quirúrgicamente de un adenocarcinoma de colon (estadio B2 de Astler y Coller). Se realizaron dos biopsias de la lesión cutánea que fueron fijadas en formol e incluidas en parafina para estudio histológico convencional. En ambas muestras se objetivó una proliferación de melanocitos dérmicos fusiformes y pigmentados, entre las bandas de colágeno (fig. 2A). Las tinciones con Melan-A, HMB-45 y S-100 fueron positivas (fig. 2B). No existía aumento de melanocitos epidérmicos ni melanófagos en la dermis. Estos hallazgos histológicos confirmaron el diagnóstico clínico de melanocitosis dérmica adquirida.
Las MD adquiridas extrafaciales son muy infrecuentes, en particular en pacientes de raza caucásica. Se han descrito menos de 30 casos de localización extrafacial y tan sólo tres aparecieron en pacientes caucásicos6. En su conjunto predominan en adultos de edad media, con preferencia por el sexo femenino y de origen asiático. La transformación maligna de estas lesiones ha sido descrita de forma ocasional7.
La patogénesis de la MD adquirida es desconocida. Se ha sugerido la existencia de melanocitos dérmicos latentes derivados de una posible alteración en la migración desde la cresta neural o por migración anormal desde la epidermis o los bulbos pilosos (dropping of)4,8,9. Estos melanocitos latentes podrían reactivarse por acción de agentes exógenos tales como las radiaciones solares, la inflamación local, los traumatismos, los medicamentos, el tratamiento hormonal con estrógenos y/o progesterona o por estímulos de origen desconocido. En nuestra paciente ninguno de estos factores pudo asociarse con el desarrollo de la MD. El único antecedente personal relevante fue un adenocarcinoma de colon. La asociación de MD y neoplasias sólo se ha descrito en dos casos de carcinoma de vejiga urinaria8,10. No pensamos que la MD descrita en este caso pueda estar en relación con el adenocarcinoma, ya que estaba presente muchos años antes de su extirpación. En cualquier caso, los datos de los que disponemos son insuficientes para establecer una relación firme entre la MD y las neoplasias malignas viscerales.