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Vol. 99. Núm. 9.
Páginas 738 (Noviembre 2008)
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RINCÓN DEL ARTE
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Los ojos del dermatólogo
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A. Guerra
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Sobre todas las cosas pueden hacerse dos afirmaciones exactamente contrarias.

Protágoras, sofista griego.

Estoy empezando a creer que los ojos de los dermatólogos son diferentes. No más grandes o más verdes, que haberlos«haylos», sino con una cualidad excepcional que hace que posean una visión ampliada, modificada por la formación -que no deformación- profesional. Por eso, cuando miramos a nuestro alrededor vemos más de lo que ven los otros.

Algo así como lo que le pasó a aquel personaje de la novela de Ramón y Cajal, titulada El pesimista corregido. En ella, el protagonista, hombre insatisfecho por naturaleza, solicita a un genio maravilloso que le conceda el deseo de ver como si sus ojos fuesen un microscopio. De este modo la sopa, antes apetecible, se convirtió para sus nuevos ojos en un caldo lleno de bacterias y protozoos. El cutis femenino, antes de alabastro, se mostró empedrado de montículos y depresiones, comedones y pelos. Y así se fue desfigurando todo el entorno. Tal desastre hubo de ser recompuesto volviendo a la normalidad preexistente, y cambiando su inconformismo previo por una agradecida actitud ante la vida«normal».

Volviendo a nuestro tema, los dermatólogos vemos más allá. Por eso el Dr. Serrano Ortega y la Dra. Serrano Falcón han llegado a la conclusión curiosa y fundamentada de que la duquesa de Urbino podría padecer una alopecia frontal fibrosante.

Pero jugando, jugando, se me plantea una duda: ¿no podría ser que la duquesa tuviese ese retroceso frontal similar al de otras mujeres de la época, representadas en cuadros como La Gioconda o el Retrato de una mujer entre otras muchas (fig. 1) porque era la moda tener la frente abierta y despejada? ¿Podría ser que se afeitase uno o dos centímetros del pelo del reborde frontal del cuero cabelludo, porque era una práctica frecuente entre las féminas de entonces según refieren algunas crónicas?

Pues también podría ser…

Las mujeres tenemos la virtud, o tal vez el defecto, de transformar nuestro aspecto con facilidad.

Porque ya lo dice el refrán:

«Alta y esbelta me haga Dios, que morena o rubia, ya me haré yo».

¿No les parece posible?

Bibliografía recomendada
[Guerra Tapia, 1999]
Guerra Tapia A. Las enfermedades de la piel en la pintura. Madrid: Ed. YOU&US; 1999.
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