Conde-Salazar et al. plantean, en un trabajo recientemente publicado en Actas Dermo-Sifiliográficas1, el interrogante de si José Eugenio de Olavide Landazábal (1836-1901) aparece representado en su Atlas de la clínica iconográfica de la piel o dermatosis2, en concreto en la «lámina iv del grupo de dermatosis espontáneas locales o deformidades», titulada «Canicie diseminada».
Los autores llegan a la conclusión de que esta lámina, pintada y cromolitografiada por José Acevedo (fl. 1850-1905), es una imagen de Olavide. Este «descubrimiento» lo apoyan en la comparación de la lámina con diversas fotografías suyas y en la existencia, en esa lámina, de una firma autógrafa de Olavide en numerosos ejemplares del Atlas.
Efectúan, además, un estudio mediante un programa informático, realizando una superposición de la lámina y una «fotografía de autor anónimo de la revista Iris, Barcelona, 16 de marzo de 1901, p. 12». Resaltan, también, la similitud de la indumentaria en la fotografía y en la lámina, por lo que indican: «casi podríamos afirmar que el retrato cuidadosamente dibujado y cromolitografiado por José Acevedo se basó en esta fotografía de Olavide».
Señalan, por último, que en esa época era frecuente incluir en los libros fotografías de los autores al inicio de la obra y les llama la atención que este «supuesto retrato» aparezca en la parte central del Atlas, como un enfermo más.
Estamos de acuerdo en que la lámina es una imagen de Olavide y que se pintó a partir de la fotografía publicada en la revista Iris, pero no en que sea un retrato veraz, sino una interpretación artística para justificar su inclusión como una «enfermedad», ya que la canicie no existía. La intención de representarse como un enfermo más explica que no lo haga con una fotografía al inicio del Atlas y sí en el interior del libro, dentro de una de las clasificaciones.
Esta anécdota fue bien conocida en su época y el hecho de que fuera casi olvidada muestra la poca atención que ha recibido la historia de la Dermatología en España. Aparte de un rastro de tradición oral, existen medios sencillos para comprobar su veracidad y, de paso, ampliar la información sobre Olavide.
La fotografía publicada en Iris, a la que se refieren Conde Salazar et al., forma parte de una nota necrológica de Olavide en cuyo texto3 podemos leer: «Deja el doctor Olavide una obra monumental, o sea el Tratado iconográfico sobre enfermedades de la piel, con magníficas láminas en colores representando las innumerables formas que revisten dichos afectados y con la particularidad de figurar su retrato en el capítulo dedicado a la canicie, de manera que el ilustre dermatólogo se quiso mostrar como ejemplo de paciente, aunque no sea muy grave la dolencia que consiste en peinar canas».
La reproducción de la fotografía en Iris es de baja calidad, pero se conserva al menos una copia original que, si no la mejor, con seguridad es una de las mejores existentes de Olavide (fig. 1).
Fue obtenida por el famoso fotógrafo Eusebio Juliá y García-Núñez (1826-1895), que tuvo estudios abiertos en Madrid desde 1855 hasta 1881. La copia es en papel a la albúmina, tiene forma oval, un tamaño de 69 por 54mm y se presenta como una carte de visite, típica de la época4,5. Está datada entre 1879 y 1881, y fue adquirida por la Biblioteca Nacional de España en 1997.
Hay que tener en cuenta que, aunque en el Atlas de Olavide figura como año de edición 1873, las láminas fueron apareciendo hasta 1880 o 1881, lo que hace que coincidan plenamente los periodos de datación de la foto y de publicación del Atlas6,7.
Celebramos que algunos dermatólogos se esfuercen para intentar sacar la historia de la Dermatología española de su secular abandono y los animamos a intentar recuperar el numeroso material documental e iconográfico en riesgo de desaparición.
Por cierto, la lámina que sigue a la imagen de Olavide en su Atlas y que comparte las singulares características de la misma, formato oval con la tipología habitual de los retratos de la época, ausencia de historia clínica, vestidura elegante, etc., es una representación artística de Eusebio Castelo Serra (1825-1892), pero, como diría Kipling, «esa es otra historia».