Según dice un amigo mío todos tenemos un lado oscuro. Yo comparto su opinión. El mío probablemente sea que me guste cantar boleros.
Seré una cursi… pero me gusta.
No creo que el prototipo ideal de una mujer sea el de las que parecen inspirar la letra de un bolero. La que no es frágil aparece como segundona, y la que no es ni una cosa ni la otra es un poco casquivana.
Tampoco me convence el del hombre-bolero, casi siempre suplicante o amargado.
Por eso creo en lo que dije al principio, que todos tenemos un lado oscuro, ese cuya razón de ser escapa incluso a nosotros mismos.
Reconozco que disfruto con esas melodías, generalmente tristes, no aptas para diabéticos por el alto contenido dulzón de sus letras.
Con ellos me he sentido acompañada en viajes solitarios, y me han servido como telón de fondo auditivo de algunos momentos difíciles, y por supuesto también de los alegres, de mi vida sentimental.
Hasta mis hijas ¡pobrecillas! cantan por imitación y sin ningún fallo algún que otro bolero.
En el repertorio de un intérprete de boleros podemos encontrar temas dedicados a cada uno de los momentos importantes de una relación amorosa.
En un intento por demostrar esta afirmación, adjunto una lista con algunos ejemplos.
- 1.
Para los enamorados:
- a)
con suerte: La gloria eres tú; b) sin ella: Perfidia.
- a)
- 2.
Para los que ya están en la etapa del noviazgo: Somos novios.
- 3.
Para los amantes: El reloj.
- 4.
Para los que llevan muchos años juntos y felices, casados o no: Contigo aprendí.
- 5.
Para los viudos: Historia de un amor.
- 6.
Para los que empiezan a dudar: Esta tarde vi llover.
- 7.
Para los que «no les cabe la menor duda» (de que va mal): Llévatela.
- 8.
Para los valientes que dan el «finiquito» a una mala relación: La mentira.
- 9.
Para los que empiezan de nuevo: No me platiques más.
- 10.
Para los que se atrevieron a querer, aunque sólo haya sido una vez: Solamente una vez.
A veces sus letras contienen una o dos frases que ilustran, y en esta ocasión creo que valen más unas palabras que una imagen, sentimientos que nos parecen muy cercanos, y que probablemente los hemos experimentado, o lo haremos en el peor de los casos, en algún momento de nuestra vida. Sirvan estos 4 como ejemplo:
- 1.
La nostalgia por ese ser que fue tan especial (o al menos nos lo parecía): «Tu me acostumbraste a todas esas cosas y tu me enseñaste que son maravillosas (…) ¿por qué no me enseñaste… cómo se vive sin ti?» Tu me acostumbraste.
- 2.
El orgullo al decirle a ese, o a esa, que te dice que todo se acabo: «(…) Te devuelvo tu promesa de adorarme. Ni siquiera tengas pena por dejarme, que ese pacto no es con Dios (…)». La mentira.
- 3.
El placer, apenas contenido, de la venganza, cuando le insinuamos a la nueva pareja de nuestra/o «ex»: «(…) ¡Ah! Me olvidaba decirte, si al querer decir tu nombre, pronuncia el de otro hombre, así me paso contigo, por eso ¡vamos mi amigo!, ¡llévatela! por el bien de los tres». Llévatela.
- 4.
La pérdida de dignidad ante una relación rota y sin posibilidades de solución: «(…) Tengo aún mil noches que regalarte. Te doy mi vida a cambio de quedarte, (…) te adoraría aunque tú no me quisieras (…)». Espera.
Entre mis boleros favoritos están algunos muy alegres como Piel canela, otros melancólicos como Contigo en la distancia y otros como Sabor a mí que, aunque me resulta difícil de clasificar, siempre me trae a la memoria uno de esos momentos, de los que sabes que acabarás hablando cuando ya sólo te queden, con un poco de suerte, tus recuerdos.
Pero si me obligaran, aquí y ahora, a elegir, diría: «(…) pero si tú me dices ven, lo dejo todo (…)». Si tú me dices ven.
Bueno… casi todo (tampoco hay que ser exagerados).
La sombra luminosaEsta cosa oscura que reconozco mía.
William Shakespeare
Efectivamente, como dice nuestra dermatóloga de hoy, Rosa Díaz, todos tenemos un lado oscuro. Pero ese lado oscuro no es precisamente malo. Según John A. Sanford «la sombra (nuestra parte oscura) es la que se ríe y se divierte. Los que carecen de sentido del humor tienen una sombra muy reprimida». Así pues, disfrutar de nuestra oscuridad parece un perfecto mecanismo de defensa para el equilibrio emocional.
Cantar boleros puede ser una trascendente experiencia psicológica. Como nuestra autora dice, hay boleros para todo: para el amor, para el desamor, para la tristeza, para la alegría, para el encuentro, para el desencuentro… Un arsenal de posibilidades que se extiende a todos los momentos de la vida.
Las palabras, los versos hechos melodía acuden con entusiasmo al torrente de la canción. En ella se establecen conexiones jamás esperadas, viajes sin retorno de goces deslumbrados. Y entonces, el cantor, Rosa Díaz en este caso, oficia la ceremonia de la recreación musical con la convicción de un nigromante que grita a los cuatro vientos su mensaje de gloria, su conciencia derramada, su babel de significados. Canta en el invierno sobre los ventanales, canta en el estío bajo la luz del sol y el tinto de verano. Canta sobre el rostro apaciguando la ira, canta en los imprevistos, en la fortuna, al pasar la página de las novelas, sobre las espaldas de viejas gabardinas.
Rosa tiene un lado oscuro, una sombra magníficamente luminosa. Enhorabuena. La podríamos adoptar. Un coro de dermatólogos cantando boleros al unísono… Espectacular. ¿No creen?
A. Guerra