LENGUAJE Y DERMATOLOGÍA
Consultorio
FERNANDO A. NAVARRO
Servicio de Traducción Médica (PSBD-Ü).
F. Hoffmann-La Roche SA.
Basilea (Suiza).
Correspondencia:
FERNANDO A. NAVARRO.
Liebrütistrasse 24.
CH-4303 Kaiseraugst (Suiza).
fernando.navarro@roche.com
Apuntaba en el último número de Actas mi extrañeza ante el hecho de que la mayoría de las consultas recibidas fueran anónimas. La mayoría, sí, pero no todas. Desde Valladolid, el dermatólogo Antonio González López me envía una extensa carta electrónica que comienza con los siguienes piropos:
«He leído con sumo interés su artículo "Glosario dermatológico de dudas inglés-español", recientemente publicado en Actas Dermo-Sifiliográficas, así como otros que usted ha publicado anteriormente sobre el mismo tema.
Me parecen artículos de gran calidad y de enorme interés práctico, y echo de menos más artículos y mayor preocupación sobre el tema por parte de los autores hispanoparlantes. Creo que al menos por mi parte y también por parte de gran número de dermatólogos sí hay verdadero interés por el tema y pienso que el motivo por el que este tema es poco abordado a pesar del interés que despierta es la falta de formación filológica y lingüística necesaria para escribir con autoridad sobre el tema por parte de los médicos.»
Pasa acto seguido a plantearme nada menos que cinco consultas, de las que hoy intentaré dar respuesta solamente a las dos primeras (ni la revista anda sobrada de espacio ni mucho menos yo lo ando de tiempo). Dejaré las tres últimas, sobre la traducción correcta de nevus, excimer y alopecia areata, para el número de junio.
3. LICHEN STRIATUS ALBUS
«Recientemente he presentado una comunicación en un congreso médico con el título de "Liquen estriado con afectación ungueal". Me ha resultado fácil españolizar el término mixto latinoespañol liquen estriatus como liquen estriado, pero para el término liquen estriatus albus, que es la lesión hipopigmentada residual que con frecuencia sigue a la resolución del liquen estriado, tengo dudas sobre la forma correcta de españolizarlo: ¿quizá "liquen estriado albo"?»
Antonio González López
Respuesta
Ese término mixto «liquen estriatus» que denuncia Antonio González López pone de manifiesto una de las grandes diferencias entre el lenguaje médico inglés y el español. Por disponer de un idioma de raíces germánicas, cuando los médicos de habla inglesa o alemana deciden incorporar un latinismo tienden a hacerlo tal cual, sin adaptarlo a sus respectivas ortografías. En español, en cambio, como en francés, la transición histórica entre el latín vulgar y el actual castellano, que se prolongó durante siglos, nos ha acostumbrado a adaptar sin mayores problemas las palabras latinas a nuestro idioma. Cuando esto se olvida sucede con frecuencia que al traducir del inglés pasan al texto traducido multitud de anglolatinismos innecesarios como «acini» (de acini, ácinos), «cérvix» (de cervix, cuello uterino), «córtex» (de cortex, corteza), «ductus arterioso» (de ductus arteriosus, conducto arterial), «lamela» (de lamella, laminilla), «lumen» (de lumen, luz), «microvilli» (de microvilli, microvellosidades), «pertusis» (de pertussis, tos ferina), «secretas» (de secreta, secreciones), «simposium» (de symposium, simposio), «tinnitus» (de tinnitus, acufenos) o «versus» (de versus, comparado con).
Cuando en un texto inglés encontramos una expresión latina del tipo lichen striatus albus parece claro, pues, que es preciso castellanizar no sólo el sustantivo lichen, sino también los dos adjetivos acompañantes. Para expresar la relación con el color blanco, el lenguaje médico dispone en español básicamente de cuatro recursos principales.
1.El primero de ellos es de perogrullo. ¿De qué color es el caballo blanco de Santiago? Blanco, responde sin dudar mi hijita de tan sólo 5 años. En efecto, la forma latina albus (femenino alba) evolucionó a «albo» en español, pero este adjetivo apenas se usa ya en el lenguaje coloquial fuera del registro poético (por ejemplo, «las albas palomas»), pues fue desplazado hace tiempo por el adjetivo germánico blank. Aunque muchos lo ignoran, en español utilizamos buen número de palabras de origen germánico. Los buenos conocedores de la historia europea recordarán que a partir del siglo IV gran parte de la Europa meridional fue invadida y dominada por pueblos germánicos como los visigodos, los ostrogodos, los francos o los longobardos. Se explica así que en la mayoría de los idiomas románicos occidentales el latín albus se haya visto sustituido por el germánico blank (español blanco, italiano bianco, francés blanc), mientras que en rumano se conserva todavía con pleno vigor el adjetivo alb. De acuerdo con todo esto, es frecuente en medicina utilizar la forma moderna «blanco» para castellanizar las expresiones latinas que incorporan el adjetivo albus como commisura alba (comisura blanca) o maculae albidae (manchas blanquecinas), y lo mismo podríamos hacer con lichen striatus albus: liquen estriado blanco.
2.Acabo de afirmar que el adjetivo «albo» apenas se usa ya en español. Es absolutamente cierto en lo que respecta al lenguaje coloquial, pero no en lo referente al lenguaje especializado de la medicina, que con veinticinco siglos de historia a sus espaldas conserva vigentes multitud de arcaísmos. De la misma forma que en anatomía se mantiene la línea alba como traducción para la linea alba de la musculatura abdominal, no veo problemas tampoco en utilizar la forma «liquen estriado albo», absolutamente correcta en español.
3.Junto a estos dos adjetivos disponemos también en medicina, ¡cómo no!, de un prefijo de origen griego para expresar relación con el color blanco, leuco-, que se utiliza de forma preferente en combinación con las raíces de origen griego: igual que decimos leucoplaquia y leucorrea o llamamos leucocitos a los glóbulos blancos, podemos traducir phlegmasia alba dolens por leucoflegmasía dolorosa. En el caso de liquen, tecnicismo de origen griego, no hay desde el punto de vista etimológico ningún problema para hablar de «leucoliquen estriado», aunque yo personalmente no lo recomendaría nunca dada su cacofonía evidente.
4.Y nos quedan aún muchos otros recursos en el lenguaje especializado para referirnos al color blanco, porque, ¿quién ha dicho que sea absolutamente necesario especificar el color? En relación con las manchas blanquecinas de la piel, por ejemplo, es frecuente designarlas con palabras que hacen referencia no directamente al color, sino a la pérdida de la pigmentación cutánea normal, como hipocromía, hipopigmentación, hipomelanosis, decoloración (o descoloración), etc. Y de forma equivalente se multiplican las posibilidades de traducción para la expresión latina que nos ocupa: liquen estriado hipocrómico, liquen estriado hipopigmentado, etc.
Queda claro, en cualquier caso, que la increíble riqueza del lenguaje médico ofrece recursos léxicos suficientes para encontrar una traducción española satisfactoria a ésta y otras expresiones latinas tan frecuentes en el lenguaje de la dermatología. De modo que si alguien continúa escribiéndolas tal cual las encuentra en inglés, no será desde luego por la socorrida excusa del «es intraducible» o «no existe equivalente en español».
Fernando A. Navarro
4. ¿KOEBNER O KÖBNER? ¿LOEWENSTEIN O LÖWENSTEIN?
«Me gustaría que si lo considera conveniente en algún artículo de los que con frecuencia usted publica sobre el tema comentara algo sobre los binomios Koebner/Köbner (fenómeno de reacción isomorfa o fenómeno de Köbner) y Loewenstein/Löwenstein (condilomas acuminados gigantes o tumor de Buschke-Löwenstein). ¿Cuál es la forma correcta en español? He visto que ha escrito ya algo sobre Henoch-Schönlein/Henoch-Schoenlein, pero no sé si es aplicable a Köbner y Löwenstein.»
Antonio González López
Respuesta
Con anterioridad me he ocupado ya de los problemas que plantea la escritura de los nombres propios en medicina (1), pero puede ser útil repetir ahora algunas de las ideas más importantes.
Se admite por lo general que únicamente es necesario traducir los nombres propios cuando se trata de personajes famosos antiguos (Galeno en vez de Galenus; Gabriel Falopio en vez de Gabriele Fallopius), miembros de la realeza (Isabel de Inglaterra en vez de Elizabeth; Carlos Gustavo de Suecia en vez de Karl Gustav) y papas (Pío IX en lugar de Pius; Juan Pablo II en lugar de Johannes Paulus).
Como estos casos son más la excepción que la regla, a la hora de enfrentarse a un nombre propio de persona en un texto inglés, el traductor aficionado se las promete muy felices. La realidad es, sin embargo, bien distinta, y ello por dos motivos. En primer lugar, sólo los nombres extranjeros escritos con el alfabeto latino conservan su grafía original. Se olvida con frecuencia que los apellidos escritos en caracteres chinos, cirílicos, griegos, árabes y hebreos deben transcribirse al alfabeto latino y adaptarse fonéticamente a cada idioma. Esta norma es de especial importancia en relación con los apellidos rusos, pues Rusia ha sido en los últimos 200 años una potencia cientificomédica de primer orden. Dado que la mayoría de los grandes científicos rusos se dieron a conocer en el resto del mundo a través de sus publicaciones en inglés, alemán o francés, es frecuente hallar en los textos españoles e hispanoamericanos, de forma incorrecta, la transliteración de sus apellidos al inglés («Pavlov» en lugar de Pávlov), al alemán («Bechterew» en lugar de Bejtériev) o al francés («Metchnikoff» en lugar de Méchnikov).
Incluso admitiendo (más que nada porque es cierto) que la mayoría de los antropónimos de interés en medicina corresponden a médicos modernos cuyos nombres originales se escriben con el alfabeto latino y deben conservar en castellano su grafía original, no debemos caer en el error frecuente de confundir la grafía original con la grafía habitual en inglés. Comentando en cierta ocasión el asunto de la escritura de los nombres geográficos (2), he mencionado la contradicción de que muchos de quienes se niegan a escribir Nueva York o Edimburgo porque afirman dar preferencia a la grafía original, escriban a la inglesa «Malmoe», «Munich», «Tokyo» o «Taiwan». Pues igual sucede con los antropónimos, y es que, como he explicado recientemente (3), los médicos de habla inglesa tienen a menudo problemas con los apellidos extranjeros porque no suelen estar acostumbrados al uso de acentos, eñes, cedillas, diéresis y otros signos ortográficos inexistentes en inglés. Muy torpe o muy distraído tendría que ser un médico español que se enfrentara a las expresiones inglesas Maranon''s syndrome o Carrion''s disease para no darse cuenta de que hacen referencia al síndrome de Marañón (escoliosis, pies planos e insuficiencia ovárica) y la enfermedad de Carrión (bartonelosis). Pero, ¿quién es el guapo que no dudaría a la hora de traducir del inglés apellidos extranjeros como Angstrom (Ångström, apellido sueco), Roentgen (Röntgen, apellido alemán), Behcet (Behçet, apellido turco), Jansky (Jansk´y, apellido checo) o Meniere (Ménière, apellido francés)?
Retomando la consulta de Antonio González López, los médicos de habla inglesa suelen escribir de forma incorrecta (sin Umlaut) el apellido del médico estadounidense, pero nacido en Alemania, Ludwig Löwenstein (1885-1959), y algo parecido les pasa, pero por un motivo inverso (sobra el Umlaut del que carecía originalmente) al escribir el apellido del dermatólogo alemán Heinrich Koebner (1838-1904). ¿Por qué en un caso se escribe con ö y en otro con oe? Son los misterios de la patronimia, que con el paso de los años, de los siglos, va generando distintas formas para un mismo apellido: del mismo modo que en España tenemos Giménez, Jiménez y Ximénez o las múltiples variaciones de Herrero (Herreros, Herrera, Ferrero, Ferreiro, Ferreira, etc.), el mayor escritor alemán escribía su apellido Goethe (¡nunca «Göthe»!), mientras que el primer científico galardonado con el premio Nobel de Física escribía el suyo Röntgen (¡nunca «Roentgen»!).
Y la cosa se complica más aún con las emigraciones a terceros países: un francés de apellido Murat puede castellanizarlo en España a Mirat, y en adelante lo usarán ya en esta nueva forma sus descendientes. Así sucedió con el descubridor de la prueba citológica que hoy lleva su nombre, George Nicolas Papanicolaou (1883-1962), quien cambió oficialmente el apellido griego heredado de sus padres (que en español hubiéramos debido castellanizar a «Papanicolau») por el apellido Papanicolaou (ya inglés y, por tanto, invariable en los demás idiomas que utilizan el alfabeto latino) cuando adoptó en 1927 la nacionalidad estadounidense; otro ejemplo fue el famoso neurólogo Konstantin von Monakow (1853-1930), que abandonó Rusia con su familia cuando sólo contaba 10 años y adquirió la ciudadanía suiza, de modo que su apellido pasó de ser ruso a alemán (de haber mantenido el apellido ruso deberíamos castellanizarlo a «Monákov»). No todos los médicos emigrantes, por supuesto, han cambiado su apellido original; el propio Ludwig Löwenstein, por ejemplo, conservó su apellido natal también en los Estados Unidos.
En todos estos casos, la mejor forma de saber cómo debemos escribir hoy el apellido de estos médicos famosos es acudir a los documentos originales con la firma del autor. Sabemos así que los médicos de todo el mundo (a excepción de los polacos) suelen escribir de forma incorrecta el apellido del neurólogo francés Joseph François Félix Babi´nski (1857-1932). Aunque nacido en Francia, Babi´nski era hijo de exiliados polacos y conservó toda su vida, al igual que su hermano Henri, la grafía original del apellido paterno, como puede apreciarse por las firmas autógrafas que de él se conservan, siempre con ´n (letra polaca de pronunciación muy similar a la de nuestra ñ). Y sabemos también que el neurólogo alemán Fritz Heinrich Lewy (1885-1950) fue anglizando progresivamente su nombre tras emigrar a los Estados Unidos en 1934: al comienzo siguió utilizando su nombre alemán completo; en 1938 había cambiado ya sus nombres de pila a Frederic Henry Lewy y en 1940, año en que solicitó y obtuvo la nacionalidad estadounidense, cambió también su apellido a Frederic Henry Lewey. Lo lógico hoy es referirnos a él por el apellido que utilizaba en cada momento de su vida: si quiero hacer referencia, por ejemplo, a los característicos corpúsculos de Lewy de la enfermedad de Parkinson, que describió en 1912 cuando no había abandonado todavía Alemania, lo lógico es hacerlo con su apellido alemán original, independientemente de la forma que utilicen en inglés.
No se me escapa que, por premuras de tiempo o por imposibilidad material de acudir directamente a las fuentes, no siempre resulta factible acceder a los documentos originales para saber cómo se escribe correctamente un apellido extranjero. Lo más rápido en estos casos suele ser acudir a una gran enciclopedia en el idioma correspondiente, a los diccionarios médicos nacionales o a alguna obra especializada en antropónimos médicos. En el caso concreto de Koebner y Löwenstein, por ejemplo, la grafía recomendada para los apellidos de médicos alemanes puede confirmarse en las principales enciclopedias generales (5, 6) y biográficas (7, 8) alemanas, los grandes diccionarios médicos alemanes (9-12) y el diccionario de síndromes antroponímicos de Leiber y Olbrich (13).
Observo que ando ya, como me sucede a menudo, por los cerros de Úbeda. Me apresuro, pues, a volver a la consulta inicial para concretar que, en resumidas cuentas, llamaremos enfermedad de Koebner a la epidermólisis ampollosa hereditaria (aunque en inglés algunos escriban Köbner''s disease) y tumor de Buschke y Loewenstein al condiloma gigante (por mucho que en inglés algunos lo llamen Buschke-Loewenstein tumor).
Fernando A. Navarro
BIBLIOGRAFIA
1.Navarro FA. Apellidos a la inglesa. Med Clín (Barc) 1999; 112:316-7.
2.Navarro FA. ¿Deben traducirse los topónimos? Med Clín (Barc) 1997;108:156-7.
3.Navarro FA. Roentgen, Tourette, Angstrom, Bechterew and other misspelled names. Lancet 1998;351:682.
4.Navarro FA. Ni Babinsky ni Babinski: ¡Babi´nski! Medicina (B Aires) 1999;59:316-7.
5.Brockhaus Enzyklopädie (24 tomos), 20.a ed. Mannheim: Brockhaus; 1996-1999.
6.Meyers enzyklopädisches Lexikon (25 tomos), 9.a ed. Mannheim: Bibliographisches Institut; 1971-1979.
7.Walther W, Von Engelhardt D. Deutsche biographische Enzyklopädie (10 tomos). Múnich: Saur; 1995-1999.
8.Bayerische Akademie der Wissenschaften. Allgemeine deutsche Biographie (56 tomos). Leipzig: Duncker und Humblot; 1875-1912.
9.Thiele G, Walter H, dirs. Reallexikon der Medizin und ihren Grenzgebiete (6 tomos). Múnich: Urban & Schwarzenberg; 1966-1977.
10.Roche Lexikon Medizin, 3.a ed. Múnich: Urban & Schwarzenberg; 1993.
11.Heinz D, dir. Zetkin-schaldach Wörterbuch der Medizin, 15.a ed. Berlín: Ullstein Mosby; 1992.
12.Hildebrandt H, dir. Pschyrembel medizinisches Wörterbuch, 257.a ed. Hamburgo: Nikol; 1994.
13.Leiber B, Olbrich G. Die klinischen Syndrome (2 tomos), 6.a ed. Múnich: Urban & Schwarzenberg; 1981.