Un profesor mediocre cuenta.
Un buen profesor explica.
Un gran profesor demuestra.
El mejor profesor inspira.
William A. Ward
A última hora del 31 de diciembre de 2018 cuando el año agonizaba, fallece inesperadamente, sin hacer ruido, sin molestar a nadie, en su casa, como seguro que a él le hubiera gustado, el profesor Luis Iglesias Diez. La noticia nos dejó primero incrédulos, y luego tristes y desconsolados.
Cuando el Dr. Eduardo Nagore, en nombre de la Junta Directiva de la Academia, me solicitó un escrito a modo de obituario en su memoria, le agradecí el encargo. Tenía la oportunidad de esbozar lo mucho que el Prof. Luis Iglesias hizo por la dermatología, pero tal honor no estaba exento de inquietud por la dificultad de resumir en pocas líneas toda su actividad. Además, no resulta sencillo deslindar la ocupación profesional de los aspectos sentimentales o personales, que aun con restricciones, muchas veces esbozaba. Dejando aparte mis vínculos familiares (nuestras madres eran hermanas) compartí con él casi toda mi vida dermatológica hasta su jubilación. Primero durante siete años en el Hospital Clínico de Madrid y luego en el trabajo vespertino en el que fui confidente de muchas de sus vivencias y recuerdos.
Nació en 1933 en Rioseco de Tapia, un pueblo situado a unos 20Km al norte de León y era el octavo de nueve hermanos. Estudió bachiller en el Colegio Marista de León, y se licenció en medicina en Valladolid. De esta época evocaba sus victorias en las partidas de mus con el café en juego, ya que su derrota suponía menguar aún más su corto peculio. Terminada la carrera, se incorpora al Servicio de Dermatología del Prof. Gómez Orbaneja, del Hospital San Juan de Dios de Madrid, donde el primer día es acogido por el Prof. García Pérez quien le dijo: “tu ponte a mi lado y aprende…” le gustaba recordar. Desde entonces la dermatología ha sido para el Prof. Iglesias la razón de su vida. Vivió de, por y para la dermatología.
Siguiendo a su maestro se traslada al Hospital Clínico de Madrid cuando éste se inaugura, donde en 1965 es nombrado profesor adjunto interino y luego forma parte del cuerpo de profesores adjuntos de Universidad. Es el alma del servicio y en quien el Prof. Orbaneja delega muchos cometidos. Junto con el Prof. Sánchez Yus establecen una conexión clínico-patológica que ha sido durante años una característica de la escuela que todavía se mantiene. Coordina las memorables sesiones nacionales con enfermos “in vivo”, a las que acudían los dermatólogos más prestigiosos de toda España. Allí surgen sus primeros discípulos como, entre otros, Sánchez Lozano, Sánchez de Paz, Hernández Moro, Zambrano, Conde, Vanaclocha, Vicky Merino, Sara López, algunas ilustres figuras de Sudamérica y yo mismo.
En 1968 consigue por oposición una plaza de dermatología de la seguridad social con el número uno y otra de la lucha antivenérea. Oposita a cátedra al menos en cuatro ocasiones. Su vida siguió ligada al Prof. Gómez Orbaneja, a quien estaba profundamente agradecido, a pesar de algunas diferencias que en los últimos años y por motivos coyunturales surgieron entre ellos.
En el año 1978 obtiene la plaza de jefe de servicio de Dermatología del hospital Primero de Octubre (Hoy 12 de Octubre) y a partir de entonces crea una de las mejores y más numerosas escuelas españolas, a la que pertenecen numerosos jefes de servicio actuales. En 1992 es nombrado catedrático de Dermatología de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, donde permanece hasta su jubilación, al cumplir la edad reglamentaria.
Fue miembro de una generación de especialistas que renovaron la significación de la dermatología española en el mundo. La especialidad evolucionó durante su vida académica y profesional desde una representación exigua a tener un peso específico internacional. A este grupo de dermatólogos perteneció Luis Iglesias, quien no fue, ni mucho menos, su menor representante.
Además de clínico excepcional capaz de realizar diagnósticos de procesos singulares con una sagacidad digna del mejor detective, Luis Iglesias fue uno de los grandes maestros de la dermatología. Era muy sólido y consistente en las discusiones, fruto de su formidable competencia y su enorme conocimiento. Tenía fama de duro y riguroso cuando intervenía en las sesiones científicas, pero por debajo de ese caparazón de hombre implacable y estricto afloraba, cuando se le conocía mejor, un espíritu afable, afectuoso, generoso y magnánimo.
Preparaba actualizada y meticulosamente sus ponencias, siempre con material inédito. Eran célebres por la no escasa colección de diapositivas contenidas en el no reducido número de “carros” que entonces contenían las diapositivas.
Su ingente capacidad de trabajo se plasmó en diversas obras. Entre ellas podemos destacar las dos ediciones de su libro “Tratado de Dermatología”, el de “Dermatología Geriátrica” ambos con la colaboración de muchos de sus discípulos, y el de “Consentimiento informado en Dermatología” en colaboración con Ricardo de Lorenzo. Fueron muy numerosos los trabajos nacionales e internacionales, así como cuantiosa su participación en congresos y ponencias invitadas. Entre todos ellos podemos resaltar dos: La descripción de la dermatitis de contacto linfomatoide (1975) y las manifestaciones cutáneas del síndrome del aceite tóxico (1983).
En nuestra Academia ostentó todos los cargos, desde secretario de actas hasta presidente, pasando por redactor jefe de Actas Dermo-Sifiliográficas, vicepresidente y últimamente presidente de honor.
Permítaseme un inciso acerca de la personalidad de Luis: al aceptar el nombramiento de redactor jefe en 1987 la situación de Actas era delicada. Se había excluido del “índex médicus”, no siempre los números aparecían puntualmente y escaseaban los originales de calidad. El servicio de Iglesias, renunciando a la publicación en revistas con importante factor de impacto, lo hace casi exclusivamente en Actas, aportando un material que como se ha dicho “seguro habrían sido aceptados de buen grado en publicaciones extranjeras”. Consigue así la recuperación de nuestra querida revista.
Fue el impulsor, bajo la presidencia del Prof. García Pérez de la recuperación de los congresos nacionales con la celebración del XIII Congreso Nacional de Dermatología celebrado en Valencia en 1983. Fue también miembro de la Comisión Nacional donde sus aportaciones, como ocurría cuando él opinaba, fueron siempre notables y apreciadas.
Alguien dijo que “el ejemplo no es la mejor manera de enseñar, es la única”, y esta frase cobra especial sentido cuando se refiere a Luis. Llegaba el primero al servicio; allí trasmitía esfuerzo, motivación e ilusión por el trabajo bien hecho. Allí inspiraba su filosofía vital y el alto concepto que tenia de la ética con el paciente y con la industria. Pero sobre todo contagiaba pasión por la dermatología, de la que él andaba sobrado, y que persiste en sus discípulos. Como ejemplo me permito tomar una frase del Dr. Ricardo Ruiz: “Dicen que la educación debe dejar una huella en el alumno para toda la vida. Los que nos hemos formado en el 12 de Octubre tenemos esa huella indeleble tanto profesional como personal”.
Hace unos cuatro años, cuando ya llevaba jubilado un tiempo, su servicio y los que fueron sus residentes del 12 de octubre le hicieron un homenaje. En él pudo comprobar el aprecio y el agradecimiento de todos ellos y como manifestaban la suerte de haberse formado con él. Aunque le costaba exteriorizar sus emociones, se intuía lo feliz que se encontraba. Su carácter, su entrega y su manera de ser serán siempre recordados.
Como ilustra recientemente nuestro presidente, el Prof. Pedro Jaén, también discípulo suyo, el Prof. Luis Iglesias nos deja un legado fecundo del que los dermatólogos españoles debemos sentirnos orgullosos y agradecidos.
Aquellos a los que formó y singularmente su sucesor actual, después del Dr. Vanachocha, el Prof. Pablo Ortiz representan la continuación del espíritu de Luis, que sin sin duda continuará contribuyendo al progreso de la Dermatología española.