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Vol. 99. Núm. 10.
Páginas 819 (diciembre 2008)
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A. Guerra
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Y el corazón se le pierde…

God Almighty first planted a garden.

And, indeed, it is the purest of human pleasures.

«Dios todopoderoso plantó el primer jardín.

Y éste es, en verdad, el más puro de los placeres humanos».

Francis Bacon

El ser humano ¿es bueno o malo por naturaleza? Difícil pregunta a la que se enfrentaron Confucio, Rousseau, Heidelberg y el determinismo genético, por mencionar algunos de los protagonistas que optaron por defender lo uno o lo otro. Si nacemos buenos y nos hacemos malos, o si nacemos malos y nos hacemos buenos, es un oscuro objeto de controversia que todavía no se ha llegado a resolver definitivamente.

Pero sin polémicas sofistas, sin necesidad de aquilatar cuál es el sexo de los ángeles, en lo que la mayoría de los filósofos, psicólogos, terapeutas, carceleros, educadores, políticos, amas de casa y gente de bien están de acuerdo es en que una persona aficionada a las plantas no puede ser mala.

Así que, si eso es cierto -y lo parece- ya tenemos a nuestro Antonio Rodríguez Pichardo clasificado como «buena persona».

Y creo que coincide con la realidad.

A menudo las personas somos crípticas para nuestros semejantes. Damos a conocer nuestra imagen exterior, pero guardamos celosamente los arcanos de nuestro espíritu. Nuestro jardín secreto. Sólo en ocasiones somos capaces de, en un arranque de intimidad, abrirnos al mundo y dejar que broten las palabras que nos retratan. Y hoy tenemos la suerte de conocer mejor a un dermatólogo que sabe cuidar con esmero y eficiencia la piel de los hombres y la piel de la tierra. Piel con piel.

Su afición por las flores y la huerta, su gusto por los jardines y sus frutos, su laboriosidad indiscriminada frente a las calas y los lirios o las judías verdes y los tomates de secano se acerca justicieramente al arte. Hacer que una planta nazca, crezca, se reproduzca, invada de luz y color los rincones más inhóspitos, los ambientes más solitarios, los espacios más monótonos, es una gran obra de arte. Combinar la tonalidad con la forma, la estructura con el continente, la vida con la aridez, el aroma de la rosa con el de la hierbabuena, puede requerir el virtuosismo de un genio. El jardinero se convierte casi en un pequeño Dios doméstico de una mitología familiar tan intemporal como transitoria.

El arte floral de este dermatólogo es a la vez romántico y erudito. Una conjunción llena de encanto. La humildad de la madre naturaleza -que diría San Francisco de Asísse contagia a su cuidador. Paciencia, templanza, generosidad… son virtudes propias del jardinero y de Antonio.

En las tardes de nostalgia, tal vez musite poemas de Juan Ramón Jiménez, mientras mira su vergel, la obra de sus manos:

Y el corazón se le pierde,

doliente y embalsamado,

en la madreselva verde…

Y el corazón se le pierde…

Pero lo que son las cosas. A mí, que amo la belleza, que la busco y me enamora; a mí que soy capaz de estremecerme con una poesía, que puedo llorar delante de un cuadro; a mí que se me pone la carne de gallina con una melancólica escena de amor cinematográfica, a mí… ¡se me mueren las plantas!

Y es que, como decía Billy Wilder: nobody is perfect.

Tendré que aceptar mi limitación, resignarme, y esperar a que nuestro dermatólogo-jardinero de hoy, Antonio, me invite a su paraíso del Aljarafe.

¿No creen?

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