El pasado 22 de marzo nos dejó mi maestro y amigo, el Prof. José M. Fernández Vozmediano. A los pocos de vosotros que aún no lo conocíais en persona os puedo asegurar que no dejaba indiferente a nadie, y que el hecho de conocer a Pepe condicionaba el resto de tu vida. A los que ya lo conocíais no tengo nada que deciros, porque el vacío que deja su presencia es tan intenso como el ruido que hacía cuando estaba entre nosotros.
Hijo del Dr. Fernández Contioso y de Dña. Inés Vozmediano, heredó de su padre el amor por la Dermatología —que luego magnificó hasta convertirlo en el centro de sus vocaciones, aspiraciones y aficiones—, su jovialidad y ese especial encanto natural que le hacía entrañable. De su madre heredó el carácter férreo e inflexible de los Vozmediano, curtido entre Filipinas y Bilbao, con sangre de militares y destinos. El amor incondicional por sus leales, la sinceridad entendida como una obligación despiadada y la decisión de vivir la vida fiel hasta las últimas consecuencias dentro del estrecho margen concedido por un rancio concepto del honor. Como el Dr. Fernández Contioso, siempre quiso ser el mejor amigo de sus amigos.
Formado en el Hospital de Mora de Cádiz, fue Profesor Titular de Dermatología de la Universidad de Cádiz desde 1989 y Jefe del Servicio de Dermatología del Hospital Universitario de Puerto Real desde 1991. Como jefe era duro, exigente y disciplinado. No era un jefe fácil, pero era un jefe bueno. Tiene el mérito, nunca suficientemente valorado, de hacerse cargo del Servicio de Dermatología de un hospital comarcal y hacer que fuera conocido en todos los rincones del mundo a base de perseverancia, tozudez y trabajo; sobre todo trabajo, para el que siempre ha tenido una capacidad inextinguible. Presumía de haber colocado el Hospital de Puerto Real en el mapa, y de hecho eso hacía textualmente. Lo he visto en muchas ocasiones hablar en conferencias internacionales con ese inglés que Dios le hizo entender y ganarse el respeto de afamados dermatólogos europeos y norteamericanos, fascinados frente a esa visión categórica de la profesión que él tenía y que aprendió de sus maestros, especialmente del Prof. Cabré y del Prof. Ocaña, pero también del Prof. Dulanto y de su escuela médico quirúrgica, a la que se consideraba orgulloso de pertenecer. Profesaba especial respeto por el Prof. Camacho, al que consideraba un referente como profesional y representante de la institución.
Esta relevancia internacional no tenía secreto, ya que se apoyaba en una implicación permanente en las labores asistenciales. Era realmente admirable su cercanía al enfermo y a la enfermedad, y su dedicación permanente a mejorar sus conocimientos y habilidades. Lo caracterizaba una curiosidad insana que le obligaba siempre a estar al frente de las últimas novedades. Fue pionero en introducir en la Dermatología nacional la criocirugía, la tecnología láser, la terapia fotodinámica o los nuevos fármacos biológicos para la psoriasis. Como jefe y hombre de Ciencia intentó pertenecer a la mayor parte de grupos de trabajo. Ha sido vicepresidente de la Sección andaluza de la Academia Española de Dermatología y Venereología (AEDV), segundo delegado nacional del Colegio Ibero-Latino-Americano de Dermatología (CILAD), presidente del Colegio Ibero-Americano de Criocirugía (CIAC), coordinador del Grupo Español de Dermatología Pediátrica (GEDP), responsable del Grupo Español de Tricología (GET), coordinador del Grupo Español de Dermatología Quirúrgica, Láser y Oncología Cutánea (GECIDOC) y estaba previsto que fuera el próximo coordinador del Grupo Español de Investigación de Dermatitis de Contacto y Alergia Cutánea (GEIDAC). Y no contento con eso, mantuvo una permanente inquietud por conocer el último avance, con el objetivo fundamental de mejorar a sus pacientes.
Como director de su Servicio, luchó siempre por la defensa de los intereses de sus compañeros frente a la institución, los sindicatos o cualquier molino de viento que se presentarse. En esto fue Quijote del que yo era Sancho. Idealista en el concepto de la defensa de los derechos, nunca entendió las medias tintas, la mano izquierda o los pases de pecho. Siempre fue hombre de enfrentamientos recios, directos y sin alivios. Defensor de lo que considerara causas justas y, sobre todo, hombre cabal, de principios honestos y fuertemente afianzados y consolidados en una personalidad adusta y fuerte que no entendía de diplomacias si tenía el convencimiento de estar defendiendo lo correcto.
Pero sobre todo fue maestro. Maestro de la Universidad de Cádiz, a la que amó, veneró y defendió con verdadera vocación monacal. Maestro universal, cuyos discípulos atraviesan el Atlántico y se desparraman por el mapa hacia el Polo Sur, contados por docenas. Generoso en el conocimiento, nunca fue un sabio egoísta, sino que compartió con todo el que le preguntó hasta el mínimo de sus secretos. Desprendido, paciente, cariñoso y cercano, es realmente emocionante para todos los que le queremos recibir tantas muestras de cariño desde tantas partes del mundo. A Pepe Vozmediano lo veneraban en todos los países latinoamericanos, por los que siempre tuvo una especial debilidad. Yo creo que en eso tuvo que ver que este onubense apátrida se instalara tantos años en Cádiz, que entre tanto cante de ida y vuelta le hiciera oler los malecones habaneros y le hicieran perderse sin patente de corso por las Antillas, con sangre de descubridores.
El gran maestro, responsable de frustrar a un futuro internista para transformarlo en el dermatólogo que soy ahora. Es de justicia que reconozca que él fue el responsable de que sepa todo lo que sé, de que esté enamorado de esta profesión y de que sepa exponer, —mejor o peor— porque era una obsesión suya, sumido en este afán docente que entendía como prioritario en la actividad médica, que todos sus residentes salieran siendo capaces de exponer en público, de forma excelente o al menos casi… Y mira que esto le trajo más de un disgusto.
El gran maestro en la Ciencia y en la vida. Porque hemos aprendido de él, hasta en el último momento de su vida, cómo afrontar mirando al frente, y sin doblegarse, el peso sobre las espaldas de una enfermedad que para todos los demás hubiera sido prácticamente inexpugnable.
Pero sobre todas las cosas yo he perdido un amigo. Esto es algo que pocos conocéis, porque Pepe Vozmediano no era persona que se mostrara fácilmente. Había que tomarse el interés por conocerlo, y entonces se mostraba ante ti como un hombre afable, tierno, yo diría que casi frágil, bajo su apariencia inquebrantable. Amigo de sus amigos José Carlos, Salvio, Julián, Eduardo, Hugo, Jerónimo, Pepe… Miguel Ángel, Juan Luis, José Antonio, Antonio, Mercedes, Keka, Juana, Amalia, Carmen…. Agustín, Luis, Ana, Elena, Esther, Cristina, Guadalupe, Manolo, Carlos, Paco, Valentín, Jorge, Horacio, Gilberto…. En fin todos sus amigos y seguro que me dejo muchos.
Solo nosotros conocimos al niño travieso, al coleccionista incansable, sobre todo de tebeos, libros antiguos, recortes de prensa, fotos de patología dermatológica, sellos (porque, como él mismo decía, era filatélico no sifilítico) y muñecos de plomo. Al contador de chistes, aficionado a los toros y al flamenco, que disfrutaba con la tertulia, el debate, las controversias… es decir, con amigos, conversación, vino y puro. Ahí no tenía hora, ni fin, ni cansancio. Ni preocupaciones. Y entonces sus ojos claros perdían el brillo ardiente de la batalla y se dulcificaban hacia un profundo azul celeste. Lloraba con relativa facilidad, quería en lo profundo, sin demostrarlo ni decirlo, y reía desde el alma.
Amante de sus hijos, a los que admiraba y quería. José e Inés eran su debilidad. Orgulloso de sus hijos, con motivo, y consciente de que eran y serían hasta el final el último reducto. Amante de su mujer, a la que veneraba, sin la que nada ha hecho y de la que dependía hasta donde no podéis imaginar. Faro de sus noches y luz de sus días, Charo ha sido el callado soporte sobre el que ha recaído el enorme peso de su vocación, su vida y sus responsabilidades. Ha sido un hombre amado y querido, admirado por sus amigos y respetado por los que no lo eran. Hay una copla en Cádiz que dice: «La muerte es una playa con cara de pena, desnuda bajo el cielo bailando encendida. La muerte es una lluvia que cae hacia arriba y con su pelo largo y su espalda morena, llevamos esperándola toda la vida. La muerte es la mejor despedida del hombre. No reconoce géneros, patrias ni edades. Cuando estás como vivo se espera y se esconde, y pasa con nosotros cien mil navidades… La muerte vive en la calle de al lado, a la derecha del bar. Es familia de la sangre roja, dolor y esqueleto. La muerte compra en el supermercado vino y rosas para merendar. Yo, desnudo, siempre la saludo y le guardo un respeto… La muerte un día se metió en mi cama y con su espalda morena y su cara de pena, me puso la mano en mi lado más sano y le dije que sí…» (Juan Carlos Aragón Becerra) Descanse en paz.