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Vol. 94. Núm. 5.
Páginas 339-340 (junio 2003)
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Profesor Antonio García Pérez.
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Begoña García Bravo
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Profesor Antonio García Pérez
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Profesor Antonio García Pérez

(1923-2002)

El pasado 31 de mayo de 2002 dejamos de sentir la profunda mirada de sus ojos azules. Don Antonio, como todos le conocíamos, había cumplido, dos días antes, 79 años de vida; unos meses atrás, 40 años como catedrático de Dermatología y 55 como médico. Fue un dermatólogo absolutamente vocacional y siempre comentaba que tenía el privilegio de trabajar en lo que le gustaba. Cuando terminó en 1947 brillantemente sus estudios de Medicina, eligió una especialidad que era entonces poco conocida y en su elección probablemente pesaron dos hechos: por un lado, al igual que nos sucedió a muchos de nosotros, la personalidad y las enseñanzas de nuestro maestro; por el otro, es muy posible que le atrajera la dermatología porque, dentro de la medicina, era la especialidad que atendía a muchos pacientes que provocaban rechazo social: "tiña, sarna, sífilis, lepra, etc.", enfermedades que, cuando él comenzó, no sólo provocaban este sentimiento sino que además planteaban constantes retos terapéuticos.

Fue precisamente la lepra la primera de sus aficiones dermatológicas; a ella dedicó su tiempo en el Sanatorio Leprológico de Trillo y le llevó a Larache (Marruecos) a fundar una Leprosería en los años 1950. Este trabajo lo alternó con el que desarrollaba en el Hospital San Juan de Dios, en el de la Princesa de Madrid y en el consultorio de Guadalajara. En 1962, con tan sólo 38 años, obtuvo por oposición la cátedra de Dermatología de la Facultad de Medicina de Salamanca poniendo desde aquel año en marcha un servicio que a su llegada a la ciudad prácticamente no existía. Según relataba, "a su llegada a Salamanca no existían locales propios de Dermatología y se veían tres o cuatro pacientes 2 días a la semana. De forma excepcional se ingresaba algún paciente dermatológico en una cama de otro servicio, tan sólo había una persona adscrita a la Cátedra (Cristóforo Morán) que trabaja desinteresadamente". Cuando dejó la ciudad en 1975, el Departamento de Dermatología contaba con una sala en el Hospital Clínico (consultas, radioterapia, laboratorio de histopatología y de micología, biblioteca, seminario, sección de contacto, etc.). El personal se había ampliado a dos plazas de profesores adjuntos, una de profesor agregado y hasta diez plazas de ayudantes de clases prácticas y/o médicos adjuntos de hospital. La planta de hospitalización contaba con 30 camas. En 10 años se leyeron 10 tesis doctorales (dos de ellas con premio extraordinario).

Se trasladó a la Cátedra de Dermatología de la Facultad de Medicina de Sevilla en 1975. Probablemente pesaron en aquel traslado sus recuerdos familiares, ya que sus padres habían estado viviendo en esa ciudad durante algunos años y allí está enterrada su abuela paterna.

Su espíritu inquieto hizo que 5 años más tarde, en 1980, se trasladara de nuevo, esta vez a Madrid, donde fue catedrático de Dermatología de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense.

La Universidad tuvo un gran peso en su vida. Universitario convencido, no dudó en dedicarle muchas horas de trabajo y buena prueba de ello es que en su paso por las tres ciudades mencionadas desempeñara los cargos de vicedecano y vicerrector en Salamanca, vicedecano y decano en Sevilla, y vicedecano en Madrid.

Pero si sus alumnos y sus discípulos eran importantes, para él lo primero siempre era el enfermo. Quizá por ese motivo fue, primero en Salamanca y luego en Madrid, director de los Hospitales Clínicos respectivos, en una época en la que esta tarea recaía sólo sobre una persona. Son muchos los que dan fe de su buen hacer también en esta tarea por su espíritu conciliador. Su lema era la tolerancia que, unida a su carácter afable, hicieron posible la concordia entre diferentes posturas dermatológicas a lo largo de su vida.

Pese a su "aparente tranquilidad" fue una persona muy activa y trabajadora. Era habitual que acudiera y participara en reuniones y congresos. Hasta sus últimos días lo hemos visto sentado como siempre en las primeras filas, tomando notas y escuchando atentamente desde la primera a la última ponencia y desde la primera hasta la última comunicación. Si uno tenía la suerte de sentarse a su lado, aprendía muchísimo con sus comentarios que de forma casi invariable trasladaba a preguntas siempre amables y bien intencionadas y tremendamente lógicas. Le gustaba hablar de los temas que conocía bien; su gran facilidad de palabra y su labor concienzuda cuando preparaba alguna exposición explican la atención que sus ponencias despertaban en sus oyentes.

Fue tremendamente honrado y justo. Fomentaba el inconformismo que, en su opinión, "es la base de la investigación". Tenía gran capacidad de diálogo, escuchaba siempre con atención a todo el que se acercaba a él y, por supuesto, a los pacientes, ya que comentaba que "para aprender dermatología es necesario escuchar atentamente a los enfermos" y socarronamente añadía, "claro que también hay que saber qué preguntarles". Pero también escuchaba a sus alumnos y a sus discípulos que, gracias a sus traslados, han sido muchos ("para enseñar hay que ser humilde y aprender de todos mucho", decía).

Pese a su anticipada jubilación por ley a los 65 años, tuvo una larga vida académica. Miembro de la AEDV desde 1947, fue director de Actas Dermosifiliográficas, presidente de la sección de Andalucía occidental y posteriormente de la AEDV y, finalmente, presidente de honor. Fue también vicepresidente del CILAD.

En 1987 pronunció su discurso de ingreso en la Real Academia Nacional de Medicina. Su labor en esta institución fue muy activa, a pesar de que en los últimos años su salud estaba mermada. Buena prueba de ello es que fuera el principal impulsor y coordinador del Diccionario de Terminología Médica (actualmente en preparación).

Son muchos los artículos que nos ha dejado escritos. Leerlos es una auténtica delicia, ya que no sólo redactaba muy bien sino que corregía muchas veces los originales como su espíritu perfeccionista exigía. Además, tenía la "difícil facilidad", en sus palabras, de hacer sencillos los temas más complicados. A los que no conozcan sus trabajos en los Anales de la RANM les invito a leerlos. Su libro, Dermatología Clínica fue considerado por el académico de la Lengua Profesor Lázaro Carreter como un "ejemplo de lo que debe ser la literatura científica" por su claridad y redacción.

Aunque parezca difícil, tenía tiempo para dedicarlo a sus aficiones: la lectura (historia ­era un experto en la II República­, ensayos, filosofía, etc.) y la música (su recuerdo siempre irá unido a algunas arias de ópera ­ Turandot, Tosca, Lucia y tantas otras). No en vano su familia paterna era oriunda de Bohemia, zona musical por antonomasia.

Desde sus primeros trabajos sobre lepra hasta los últimos de historia de la dermatología, su bibliografía abarca los grandes temas de nuestra especialidad, ya que casi todos le interesaban y conocía gracias a una mente privilegiada. Su trabajo era conocido y apreciado fuera de nuestras fronteras siendo miembro fundador de la European Academy of Dermatology and Venereology junto con su buen amigo, el también tristemente desaparecido José M. Giménez Camarasa.

Evidentemente, estas letras no son objetivas ni pretenden o incluso quieren serlo, pero desde ellas quiero invitarles a que además del recuerdo "pasivo" de una persona que hizo mucho por la dermatología española, le dediquemos un recuerdo "activo" con la lectura de sus trabajos cuando estemos preparando algún tema.

Ojalá que su obra, su vida, su dedicación a la enseñanza y a la atención a los enfermos, y sobre todo su bonhomía sean un ejemplo para todos nosotros. Ojalá tengamos todos sus discípulos, directos e indirectos, algo de lo mucho bueno que tenía Don Antonio.

Begoña García Bravo

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