«Visión es ver con el ojo de la mente lo que es posible en las personas, en los proyectos, en las causas y en las empresas. La visión se produce cuando nuestra mente relaciona posibilidad y necesidad». Stephen Covey «Propuse la creación de una Sociedad Ibero-Americana, en su mayor parte neutral en esta segunda guerra, para continuar por nuestra parte los contactos y congresos». De esta forma se expresó el Dr. Enrique Álvarez Sáinz de Ája, impulsor intelectual de la conformación del Colegio Ibero Latinoamericano de Dermatología (CILAD).
El CILAD nace en el año 1948, en una época donde era necesario el reordenamiento global en todas sus formas. En la misma época nacen organizaciones como la ONU, la OEA y la OMS. El cuadro macroeconómico: plena posguerra, con una Europa en amplia reconstrucción y una Latinoamérica vasta en recursos y oportunidades.
Grandes dermatólogos, entre ellos españoles como José Gay Prieto, José Gómez Orbaneja y Xavier Vilanova, se reunieron durante el v Congreso Internacional de Lepra en La Habana, Cuba, y participaron de la reunión fundacional del CILAD: en su artículo primero establecieron: «Declárese constituido el Colegio Ibero Latinoamericano de Dermatología a los fines de fomentar el intercambio científico y aproximación intelectual entre los dermatólogos de habla española y portuguesa»1. Durante muchas décadas el CILAD se concentró en organizar un congreso cada 4 años (a partir del 2003 se decidió que fuera bienal). Es entendible que en esa época resultara extremadamente dificultoso romper con la barrera de la distancia y las formas precarias de comunicación. A pesar de ello se generó la revista Medicina Cutánea Ibero Latinoamericana y un padrón de miembros de reconocidos especialistas2,3.
Sería muy difícil hacer un recuento de todas las actividades desarrolladas por el CILAD durante su existencia. Quizá solo incidir en que es, si no la más grande, una de las más grandes sociedades médicas del mundo. En los últimos años, y conforme a las tendencias mundiales, el CILAD se ha puesto al mismo nivel en publicaciones, tanto en papel como electrónicas, en comunicaciones, en aspectos administrativos y en difusión internacional4–6. Podemos afirmar que el CILAD tiene clase mundial7,8.
Como en otras organizaciones, el boom de las nuevas tecnologías mejoró considerablemente la relación entre el CILAD y sus miembros. Se pudieron armar padrones electrónicos, coordinar equipos de trabajo con más fluidez, y crear una oficina donde las ideas de las autoridades pudieran ser llevadas a cabo por técnicos en administración.
Hoy el CILAD cuenta con más de 4.000 miembros, y su congreso convoca a miles de dermatólogos con ansias de conocimiento y camaradería9,10.
Desde su concepción y nacimiento el CILAD ha tenido una visión plural e incluyente. Estos adjetivos ya son lugar común y meta aspiracional de todas las asociaciones, pero creo que en el caso del CILAD reflejan una realidad. Sus logros son palpables y verificables por cualquiera que lo desee, porque la transparencia es un pilar principal de su actuar. Estamos orgullosos de ello.
Por otro lado, el espíritu gregario de los médicos es un mecanismo de supervivencia. Los beneficios de las asociaciones de médicos están consagrados por el tiempo, y forman parte de nuestros genes profesionales. No podemos sobrevivir aislados. Nuestra profesión no avanzaría y el estancamiento es el paso previo a la muerte profesional. Así que la pregunta: ¿por qué pertenecer al CILAD? tiene implicaciones profundas y requiere de respuestas precisas y contundentes. Como miembro de esta asociación, y como presidente, la respuesta que encuentro más satisfactoria es: porque podemos aportar a la dermatología mundial conocimientos que solo nosotros tenemos. Esto lo he manifestado en muchas ocasiones: los dermatólogos de nuestro colegio tienen maneras propias de hacer la dermatología, se enfrentan a problemas específicos y los solucionan de manera creativa. Nos enfrentamos a entornos científicos, políticos, administrativos y médicos diferentes; los recursos disponibles no son los mismos y las enfermedades que atendemos tienen sus propias idiosincrasias. Y aun así, solucionamos y sacamos adelante a nuestros pacientes. Esta experiencia, esta manera de practicar la dermatología, me parece que es valiosa y debe ser conocida. Debe difundirse, y para esto se requiere el apoyo de una estructura científica y administrativa que le dé soporte y que tenga la suficiente presencia mundial para este fin. El CILAD cumple esta misión.
El CILAD es, entonces, una asociación fundamental para la dermatología y los dermatólogos de nuestros países, y pertenecer a él es una necesidad y un privilegio. Ser partícipe de la dermatología global es fascinante y no debemos quedarnos fuera, hay que permanecer en el concierto mundial y continuar con la visión de nuestros fundadores. Como nos dice Covey, ellos vieron con el ojo de la mente las posibilidades de un proyecto que hoy es realidad, y a nosotros nos corresponde, ahora, abrir ese ojo de la mente para poder relacionar posibilidades y necesidades y tener una nueva visión, más amplia y ambiciosa.