Mi amistad con Ginés Vivancos venía de antiguo. Fuimos compañeros de carrera en la vieja Facultad de Atocha en los años de la inmediata postguerra, desde 1940 a 1947, pero además ya antes de terminar la licenciatura, en 1945, entró Ginés como alumno interno por oposición en el Hospital de San Juan de Dios, en el servicio de don José Gómez Orbaneja, del que después, y también por oposición, fue médico interno en 1948. En esta etapa preparatoria hizo en 1949 uno de los primeros cursos de leprología que en Fontilles organizaban don Félix Contreras y don José Gay, y como consagración entonces obligada de su especialización, en 1950 obtuvo plaza por oposición en la lucha antivenérea, solicitando el dispensario de Santa Cruz de Tenerife.
En aquellos primeros años de nuestra común formación dermatológica, don José nos intentó estimular a que profundizáramos en alguna rama de la especialidad, y entre ellas consideraba importantes en aquel momento la lepra y la micología. Recuerdo las largas conversaciones que tuvimos Ginés y yo para decidir quién iría a una y quién a la otra. Por de pronto, él estaba encargado de llevar el pequeño pabellón de lepra que había en el hospital, mientras yo llevaba el de los niños con aquellas tiñas de antes de la griseofulvina.
Pero las cosas resultaron al fin al contrario, y Ginés se metió de lleno en la micología, de la que ya no saldría nunca más. En unos años, los primeros 1950, en que andar mundo adelante estaba erizado de dificultades, obtuvo en concurso de méritos una beca del Ministerio de Educación de la República Argentina y fue un año a Buenos Aires, trabajando en el Instituto Malbrán de la Universidad de Ciencias Médicas con el profesor Pablo Negroni, catedrático de micología en ella y uno de los más prestigiosos micólogos médicos mundiales de entonces.
Desde su regreso a España se vinculó definitivamente a Santa Cruz de Tenerife, simultaneando su dispensario con el Servicio de Dermatología del Hospital de Nuestra Señora de los Desamparados. Obtuvo una beca del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en 1957 y con ella y el apoyo del Centro de Edafología del CSIC y del Cabildo Insular montó y organizó un laboratorio de micología en el que mantuvo viva su vocación científica y del que salieron numerosos trabajos, algunos publicados en Actas y otros en las revistas internacionales de esta rama de la medicina, y del que salió también su tesis doctoral, que más que una tesis es un verdadero tratado de micología (1). Participó en los congresos y reuniones mundiales, organizó cursos y colaboró en las revisiones micológicas de Excerpta Medica. Nunca, ni después de su jubilación, dejó de trabajar en su laboratorio, en el que se sentía feliz.
No por eso abandonó su primitiva vocación leprológica. A través de su dispensario y con la generosa y entusiasta colaboración de todos sus compañeros, los dermatólogos tinerfeños, la endemia de la lepra en Tenerife ha sido y es una de las mejor conocidas y más correctamente manejadas de España. Y en nuestra Academia tuvo un papel principal en la creación en 1967 de la sección canaria, de la que fue presidente en 1977. También tuvo actividad docente como profesor asociado de Dermatología en la Universidad de La Laguna.
Asiduo de nuestros congresos y reuniones a los que asistía con participación activa, somos muchos los que no podemos olvidar su dinamismo, su siempre amena conversación en la que hablaba no sólo con la voz, sino con la expresión, con los ojos, con las manos, con todo su cuerpo y toda su alma. Hombre esencialmente bueno al que sus compañeros miraron siempre con esa mezcla de cariño y respeto con que se mira al hermano mayor, modesto, sin pretender precedencias ni honores, trabajador infatigable de los que no sólo hacen su deber, sino también los que se inventan, exigiéndose siempre más a sí mismo que a los demás, Ginés Vivancos merece ocupar un puesto destacado en la generación de dermatólogos que desde los primeros años de nuestra postguerra contribuyeron en España al progreso de nuestra especialidad.
A su mujer Delia, a sus hijos, a sus hermanos, a sus compañeros los dermatólogos de Tenerife, que saben lo que han perdido, querría desde aquí, en nombre de la Academia y también como testimonio de nuestra antigua amistad, dejar constancia de mi sentimiento.