El pasado 14 de septiembre falleció el doctor Antonio Zubiri Vidal y con su muerte se cierra un importante capítulo de la Dermatología aragonesa.
Había nacido en junio de 1917 en Castellón, donde realizó sus primeros estudios, pasando poco tiempo después a Barcelona, donde completó los de enseñanza media.
A la Facultad de Medicina de Zaragoza se incorporó en 1933, finalizando los estudios de Medicina y Cirugía en 1940. Al año siguiente fue nombrado profesor ayudante de clases prácticas de Dermatología y Venerología y en 1947 ayudante de la Sección de Farmacología del Instituto de Ciencias Médicas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, con destino en la Facultad de Medicina de Zaragoza.
En el año 1947 obtuvo el grado de doctor en Medicina y Cirugía en la Universidad Central de Madrid tras defender la memoria de tesis titulada «Acción farmacológica de la acetilcolina por vía suboccipital».
En 1947, tras realizar las preceptivas oposiciones, gana la plaza de profesor adjunto de Dermatología y Venerología de la Facultad de Medicina de Zaragoza y en 1949 la de médico de la Lucha Nacional Antivenérea (dermatólogo del Estado), desempeñando sucesivamente los puestos de director de los dispensarios de Dermatología en Lérida, Huesca y finalmente de Zaragoza, destino en el que permaneció hasta su jubilación a la edad de 70 años. La Real Academia de Medicina de Zaragoza le recibía como académico numerario el 26 de abril de 1956, para cuyo acto de recepción pronunció el discurso «Crítica y alabanza de la Dermatología».
A la Asociación Española contra el Cáncer estuvo vinculado desde 1970, siendo presidente de su Comité Técnico de Zaragoza y consejero nacional, institución en la que desarrolló una importante labor.
La Academia Española de Dermatología le nombró presidente de honor en 1975 y el Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Zaragoza le distinguió con el de «Profesional más Distinguido del Año» en 1983.
Antonio Zubiri ha sido una de las figuras señeras de la Dermatología aragonesa. Trabajador infatigable, con una actitud muy positiva de la vida, ejerció la especialidad hasta la primavera pasada, fecha en la que los síntomas de su grave padecimiento se hicieron patentes.
Fue un asiduo asistentes a las reuniones científicas de la Sección Regional de Dermatología, que de manera itinerante se celebran periódicamente en distintos puntos de la geografía regional, a las que asistía y en las que participa activamente, acompañado siempre de su muy querida esposa, Pilar Ara Gimeno, compañera y apoyo incondicional de Antonio.
En los últimos años, por las limitaciones que impone la edad, sus desplazamientos fueron cada vez más esporádicos, haciéndose acompañar de su hija Blanca, en cuya vocación dermatológica indudablemente influyó.
Su cariño por esta tierra de Aragón le llevó a extender su actividad a diversas facetas, entre ellas la política, a la que dedicó muchos años y esfuerzos, ocupando cargos de alta responsabilidad, pero ante todo Antonio Zubiri era un caballero, lo que se reflejaba en su porte y maneras educadas, que hacían de él un interlocutor extremadamente ameno.
Mi contacto con él se inicia en enero de 1980, cuando por traslado desde Bilbao pasé a ocupar la Cátedra de Dermatología de la Universidad de Zaragoza, que poco tiempo antes había quedado vacante por el fallecimiento del profesor Luis Azúa.
Uno de mis primeros encuentros con Antonio fue en casa del profesor Carlos Olivares Baqué, quien actuó de anfitrión en aquella muy agradable tarde del mes de febrero, donde ambos, Carlos y Antonio, pusieron de manifiesto, además de su caballerosidad y exquisita educación, su socarronería, que a mí, por diferencia de edad y por no conocer el ambiente al que ellos se referían con soltura y agudez, me sorprendía. Desde entonces y siempre los encuentros con Antonio fueron afables y llenos de humanidad. En estos últimos años el punto de encuentro periódico ha sido la Real Academia de Medicina de Zaragoza, a cuyas sesiones invariablemente acudía y en las que antes y después de las mismas teníamos ocasión de charlar un rato e interesarnos por nuestras respectivas familias. Sus alusiones a Pilar, su esposa, y a sus hijos, casi siempre empleando diminutivos familiares, traslucían su personalidad entrañable. El cariño por los suyos lo exteriorizaba con el placer y satisfacción del «patriarca» de una extensa y unida familia. Sus ocho hijos y catorce nietos así lo avalan. Ellos y sus profundas convicciones religiosas han sido el soporte que le ha permitido afrontar estos últimos meses con entereza y dignidad.
Descanse en paz.