La directiva de la Academia Española de Dermatología y Venereología me ha hecho el honor de pedirme que escriba una necrológica del recientemente fallecido doctor José Terencio de las Aguas y me ha elegido por la estrecha amistad que desde décadas nos unía. Y he aceptado la deferencia que ello significa evocando su polifacética personalidad, sabedor de la dificultad de llevarlo a cabo precisamente por conocer bien a quien Este escrito trata de distinguir. Porque justamente por la amistad forjada desde que nos conocimos en 1958, me es difícil separar su obra de su persona, sus logros científicos, títulos y currículum de su forma de ser, su labor como conferenciante, maestro, médico y colega de sus aspectos humanos como compañero de viajes profesionales y no profesionales y de las innumerables anécdotas vividas ambos conjuntamente con nuestras respectivas esposa e hijos. Así pues, intentaré hablar un poco de todo, pasando quizás más someramente por el aspecto curricular que puede encontrarse en cualquier reseña periodística, para no omitir el aspecto humano y de amigo que en el fondo es lo que desde ahora echaré más en falta.
El doctor José Terencio de las Aguas (Pepe Terencio para todos los compañeros que le conocimos y apreciamos) entregó su vida a la medicina, a la dermatología y muy específicamente a la leprología. Lo conocí cuando él era ya médico adjunto del Sanatorio San Francisco de Borja de Fontilles y yo fui a realizar el afamado curso de Leprología, al que durante décadas asistieron dermatólogos no solo de nuestro país sino de otros latinoamericanos y europeos. En ese curso, en el que los inscritos convivían con los profesores e incluso con los pacientes, él destacaba por su prodigiosa memoria en sus lecciones y también por su cordialidad y empeño en acoger a cuántos veníamos de otro lugar. Con los años acabaría siendo director del sanatorio, cargo que desempeñó desde 1968 hasta 1999, quedando su nombre inscrito en la historia de dicha institución.
La leprología fue el campo principal de su interés y dedicación dentro de nuestra especialidad, si bien en su consulta de la seguridad social y privada atendió a pacientes de toda la dermatología, con un interés particular por la cirugía ambulatoria. En suma fue un leprólogo excepcional pero buen conocedor del resto de la especialidad dermatológica.
Director de la revista Leprología de Fontilles, escribió 2 libros sobre dicha especialidad que fueron y continúan siendo clásicos, con gran difusión en los países de lengua española y portuguesa. Fue nombrado experto en Lepra de la OMS, consejero de la Sociedad Internacional de Leprología y, como conferenciante experto e invitado especial, asistió durante décadas a congresos y reuniones científicas en todo el mundo, especialmente en Asia y Latinoamérica. Recibió asimismo múltiples honores, como la gran Cruz de la Orden de San Lázaro en 1973 o el nombramiento como miembro de la Real Academia de Medicina de la Comunidad Valenciana en 1996. Sin duda omito involuntariamente alguna distinción importante, pero de hecho, como sucede con quienes poseen una personalidad especial, era él quien hacía honor a las mismas. Pero no olvidaré la última que se le concedió hace pocos meses: el premio especial de la Academia Española de Dermatología y Venereología del pasado año 2016 a la labor y dedicación profesional de toda una vida.
Su entrega a la profesión y a la docencia, así como su deseo de cumplir los compromisos y la satisfacción de estar con sus colegas, queda ilustrada al señalar que, hace poco y ya gravemente enfermo, no quería renunciar a desplazarse a una reunión científica en Buenos Aires a la que había sido invitado, a pesar de que su exhausto organismo ya no lo permitía.
Cordial y directo con los enfermos, los conocía e identificaba ganándose su cariño y fidelidad. Recuerdo, en aquellos años iniciales, verlo conversar en Fontilles con los pacientes ingresados junto con quienes llegaba a tomar un refresco o compartir un juego, invitándonos a participar a quienes habíamos acudido. Tuve ocasión de tomar parte en ello, incluso con mis hijos entonces aún pequeños, durante los años que estuve en Valencia y por tanto más cercano a la institución que dirigía.
También quiero recordar a título personal que, durante muchos años, ambos formamos parte de un muy pequeño grupito que aglutinó mi querido maestro el Profesor Piñol en el que, solos unos o con esposa otros, íbamos a pasar el fin de año (entre Navidad y Reyes) en viaje a lugares recónditos de la geografía: como la India, Hong Kong, Persia (entonces se llamaba así), la selva amazónica o los Andes. Ello estrechó la amistad entre todos y dio lugar a múltiples anécdotas. Solo recordaré que, precisamente en un vuelo que teníamos planeado en la zona amazónica, ya dentro del avión y después de un tiempo de espera en la pista e incluso de desayunar a bordo, nos hicieron bajar junto con el pasaje que como nosotros se dirigía a Cuzco, cancelando nuestra escala por el mal tiempo; el avión partió poco después con el pasaje restante hacia el destino final previsto. Sin embargo, el aparato (de nombre Mateo Pumacahuá) se estrelló un par horas más tarde en plena selva. El mal tiempo salvó así la vida de nuestro pequeño grupo y, como es natural, ese recuerdo nos marcó y unió todavía más.
Tras el fallecimiento del profesor Piñol aquel grupo no volvió a viajar reunido. Pero Pepe Terencio con su esposa Rosa y su hijo menor Borja sí lo hicieron conmigo, mi mujer e hijo menor, como un fin de año en Kenia y otro en Cuba entre otros. Y nuestra amistad continuó y se estrechó, así como entre nuestras familias, Ello a pesar de la distancia y en ocasiones de no vernos durante meses.
Su carácter, aparentemente austero pero provisto de un humor serio, escondía una afectividad tímida y pudorosa. Fue amigo de los amigos, por eso tuvo tantos. Sabía hacer favores y pedirlos. ¿Qué más puedo decir que pueda traducirse en palabras y no en sentimientos? Hace años escribí un corto poema de estructura japonesa, sin rima ni métrica, para una circunstancia semejante y creo refleja perfectamente lo que siento al escribir estas líneas: Amigo que te vas vacío inmenso ¿qué calor o qué sol evaporará mis lágrimas?
José Terencio de las Aguas, querido amigo Pepe, descansa en paz. Quienes te quisieron, esposa, hijos, compañeros y amigos, nunca te olvidarán.