Benedicto Hernández Moro falleció el pasado día 27 de junio de 2011, día de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, patrona de la Sanidad Militar española.
Murió como había vivido. Como a él le pareció oportuno. En su casa, en su cama, al lado de su adorada mujer Catiana. Sin molestar a nadie.
Nació en un pequeño pueblo de Salamanca, estudió el bachiller en Ciudad Rodrigo y la carrera de Medicina en Salamanca. Opositó a Sanidad Militar, realizó la especialidad de Dermatología en el Hospital Clínico de San Carlos, en Madrid, y durante años fue la mano derecha del catedrático D. José Orbaneja. Hombre éste de fuerte carácter, Benedicto con su sabiduría médica y humana supo ganarse su confianza y al mismo tiempo la amistad de un grupo de dermatólogos que han sido claves en el altísimo nivel de la Dermatología española actual: Luis Iglesias, Antonio Zambrano, Amaro García, Luis Conde-Salazar, Francisco Sánchez de Paz, Evaristo Sánchez Yus, Antonio Castro, José Luis Sánchez Lozano… Con ellos se organizaron reuniones antológicas y sesiones clínicas con pacientes presentes, en la época en la que el Servicio de Dermatología del Hospital Clínico de San Carlos tenía más de 30 camas de hombres y otras tantas de mujeres. Un buen número de dermatólogos españoles pasaron por aquellas salas donde bebieron directamente de la sabiduría clínica transmitida por Benedicto y sus compañeros.
Además, colaborando esta vez con el Profesor Antonio García Pérez como director, Benedicto fue redactor jefe de la Revista Actas Dermosifiliográficas durante los años 1982 a 1985.
Con el tiempo, Benedicto llegó a ser jefe del Servicio de Dermatología del Hospital Gómez Ulla, y profesor titular en dicho Hospital de la Universidad Complutense de Madrid. Consiguió acreditar la docencia de la especialidad de Dermatología en el Gómez Ulla, y bajo su tutela recibimos una formación de gran altura todos los compañeros que pasamos por el Servicio. Ejerció su jefatura con naturalidad. Aparentemente no se fijaba en horarios, vacaciones ni turnos, simplemente nos animaba a resolver los asuntos en el día y a dejar cubierto el servicio. Esa misma naturalidad era la que empleaba para tratar a los pacientes, para interesarse por sus vidas y dar buenas y malas noticias.
Su profundo conocimiento de la especialidad y su agudo ojo clínico le granjearon merecida fama y reputación médica. Esto le proporcionó un gran reconocimiento social y profesional. A pesar de ello, siempre resultó accesible a todos los pacientes, escogiendo para dirigirse a cada uno las palabras más adecuadas.
Sus extraordinarias dotes docentes y capacidad oratoria, pulida desde los tiempos con el Profesor Orbaneja, de quien se llegó a aprender de memoria la mayor parte del temario, hacía que sus alumnos captáramos con facilidad la complejidad de la variada patología cutánea. Sabía transmitir la importancia de cada signo y síntoma, guiándonos de la mano hacia el diagnóstico final, sin desdeñar ninguno de los avances que las técnicas modernas pudieran ofrecernos.
Como momentos álgidos en su trayectoria cabe destacar la atención a la treintena larga de pacientes iraníes procedentes de la guerra Irán-Iraq. Durante los años 1986 y 1987 hombres, mujeres y niños con extensas quemaduras provocadas por gas mostaza fueron evacuados para su tratamiento al Hospital Gómez Ulla, trasladados desde la zona de guerra. Benedicto aceptó este desafío y supo enfrentarse a él coordinando un equipo multidisdiplinario (ORL, Oftalmología, Digestivo, Toxicología, Cirugía Plástica…). Los excelentes resultados con los pacientes motivaron el agradecimiento personal del Presidente de las Naciones Unidas y un sentido homenaje en la embajada de Irán en Madrid. Las publicaciones científicas en revistas de primer orden con su alumno más aventajado, Luis Requena, avalan también la calidad del trabajo realizado1,2.
Puede decirse que con su labor marcó un antes y un después en la Dermatología de la Sanidad Militar española. Las reuniones nacionales de dermatólogos de las Fuerzas Armadas contaron siempre con su apoyo y presencia, y en la xxv reunión, celebrada en 2010 en Cartagena, todos los presentes expresamos el sentimiento por su ausencia forzada por la enfermedad.
Pero, de todo lo que nos queda de él, destacaría las palabras de recuerdo de sus pacientes al enterarse en la consulta de su fallecimiento, que se pueden resumir en las siguientes: «Era un gran médico. No me trataba como paciente, sino como persona».