Los tatuajes son formas permanentes de modificación del cuerpo que datan de la última era neolítica, según lo evidenciado en el arte antiguo y los registros arqueológicos. El arte del tatuaje ha evolucionado de manera independiente en muchas culturas diferentes a lo largo del mundo, y ha servido para fines extremadamente diversos. Entre los primeros en desarrollar las tradiciones de los tatuajes se encuentran los antiguos griegos. Los registros escritos que aportan evidencia de los tatuajes se remontan al siglo v a. de C.1. Durante esta era, se adoptó el tatuaje como acción punitiva o patrimonial, representando un signo de distinción o rango social. Aunque los antiguos griegos no se tatuaban el cuerpo, utilizaban los tatuajes para penalizar a los marginados de la sociedad. En general los tatuajes se consideraban una costumbre bárbara, y las clases sociales más altas los trataban con desprecio2.
Los antiguos griegos, de acuerdo con el historiador Herodoto (años 484-426 a. de C.), aprendieron de los persas tanto la idea de los tatuajes penales como el arte del tatuaje, alrededor del siglo vi a. de C. Sus escritos describen el uso de los tatuajes en un sentido disciplinario en los cautivos, esclavos, criminales, desertores y prisioneros de guerra. Los esclavos en particular solían estar tatuados con la letra delta (δέλτα), la primera letra de la palabra ‘δο?λοζ’, que significa «esclavo». A los prisioneros condenados por crímenes abominables se les entintaban sus ofensas en la frente u otras partes fácilmente visibles. Esto no solo les hacía fácilmente identificables si trataban de escapar de su encarcelamiento, sino que prolongaba su castigo una vez liberados. Una multitud de antiguos y renombrados autores y filósofos griegos tales como Jenofonte, Platón, Aristófanes y Elio Arístides describen en sus escritos esta práctica, temida y despreciada por los ciudadanos griegos3,4.
Herodoto reporta también que en el 480 a. de C., poco antes de la batalla de las Termópilas, algunos tebanos capitaneados por Leónidas desertaron y se unieron a los persas tan pronto vieron que estos últimos se imponían. Como resultado de ello fueron tatuados conforme a las órdenes del rey persa Jerjes. Tras la derrota y huida de los persas, a los tebanos les resultó imposible regresar a Tebas, ya que eran considerados traidores. Plutarco describe la historia de los atenienses quienes, tras derrotar a los samianos en una batalla naval, tatuaron en la frente de estos un búho, emblema sagrado de los atenienses, y símbolo de sabiduría. Cuando tiempo después los samianos derrotaron a los atenienses, les tatuaron una «Samina», un buque de guerra samiano, a modo de represalia. Plutarco describe también cómo los guerreros siracusanos tatuaron un caballo, el emblema de Siracusa, en la frente de 7.000 prisioneros, tras la derrota de los atenienses en Sicilia, en el año 413 a. de C.3–5.
Tanto la evidencia literaria como la arqueológica indican que la única excepción fueron los antiguos tracios. De acuerdo con Herodoto, los tatuajes entre ellos se consideraban un signo de cortesía y de alto rango social, mientras que la falta de ellos era distintiva de baja cuna4. Por el contrario, el tatuaje se consideraba un símbolo de castigo en las mujeres tracias (ménades) por la mutilación y decapitación de Orfeo, un músico legendario de la antigüedad, quien, de acuerdo con la leyenda, apartaba a sus maridos con su música (fig. 1)5.
Jarrón griego con rostro rojo (450-440 a. de C.) que representa la muerte de Orfeo por una ménade tracia que empuña una espada y lleva tatuajes con patrones geométricos en sus brazos desnudos. Entre los tracios, el tatuaje en los hombres servía como indicador de alto estatus social y nobleza, distinguiendo claramente a la aristocracia de los campesinos. Por el contrario, el ensayista griego Plutarco sugiere que las mujeres tracias (ménades), cuyo nombre equivale aproximadamente a «mujeres locas» o «lunáticas», habían sido tatuadas por sus maridos como castigo por haber matado a Orfeo. A pesar de sus reticencias sobre la práctica, a los antiguos griegos también les fascinaba la idea de los tatuajes. Por consiguiente, dentro de la iconografía de la pintura del jarrón en los siglos v y iv a. de C., los artistas griegos ilustraban a menudo a las mujeres tracias empuñando espadas, lanzas, puñales y hachas. En dichos jarrones, los tatuajes geométricos de los cuerpos de las mujeres aluden a la fuerza atlética y son utilizados para acentuar la musculatura y el movimiento.
Otra forma aceptable de tatuaje voluntario fue la forma de transmitir mensajes secretos a través de las líneas enemigas, como atestiguan las fuentes literarias y la iconografía ática. Un ejemplo famoso fue el de Histieo, el tirano de Mileto bajo el reinado de Darío I, rey de Persia, quien había subyugado a este último. Cuando Histieo fue encarcelado por Darío, hacia el año 500 a. de C., el primero rapó la cabeza de su esclavo de mayor confianza y le tatuó en el cráneo la frase «Histieo a Aristágoras: subleva Jonia». Cuando el pelo del esclavo volvió a crecer, le enviaron a ver a su yerno, Aristágoras, en un esfuerzo por inspirarle a que se sublevara. Una vez alcanzado su destino le afeitaron de nuevo la cabeza, Aristágoras leyó el mensaje, e impulsó la revuelta que dio fin a la invasión de Grecia por parte de los persas5.
El origen de la visión de los tatuajes como estigma se remonta a la antigua Grecia, donde se inventó dicho término (στίγμα). De hecho, la antigua palabra en griego para tatuaje fue «dermatostiksia», que se deriva del prefijo «derma» (δέρμα), que significa piel o cuero, y la palabra estigma, que hacía mención a los signos sobre el cuerpo que se asociaban comúnmente a los delincuentes y a los aspectos depreciables de la moralidad de las personas. La aplicación metafórica del estigma como signo de desgracia o decadencia moral tiene valor contemporáneo, ya que no se aparta del significado de la palabra «estigma» en inglés moderno. En la antigua Grecia, el aspecto físico guardaba una fuerte relación con los valores morales de la persona, un ideal que se resume en la expresión griega ‘καλ?ζ κ?γαθóζ’ (que significa «lo hermoso y lo bueno»). Solo se consideraba bella a una persona si a la vez era éticamente buena, y viceversa2,3.
El uso de los tatuajes como signo de condena o esclavitud se detuvo con la prevalencia de la cristiandad en Grecia. En concreto, el Emperador Constantino I prohibió expresamente los tatuajes faciales alrededor del año 330 d. de C., estableciendo que el rostro del hombre había sido forjado a imagen de Dios, y que era un sacrilegio desfigurarlo, independientemente del mérito de la persona6. Sugirió que, en su lugar, debían tatuarse las manos o las pantorrillas. Sin embargo, en el año 787 d. de C., el Segundo Consejo de Nicea prohibió asimismo todos los tatuajes al ser una práctica pagana3,7.
Aunque históricamente asociados a las poblaciones descarriadas y marginadas en la antigua Grecia, el uso del tatuaje ha ganado reconocimiento como forma de arte legítima en el último cuarto del siglo xx. Habiendo cambiado su forma y función desde la era griega, el tatuaje contemporáneo tiene actualmente una amplia aceptación como forma de autoexpresión o manifestación de moda, y es extensamente practicado por individuos que representan a todos los estratos socioeconómicos y étnicos.
Conflicto de interesesLos autores declaran no tener ningún conflicto de intereses.