El año 1909 fue para la Dermatología española un año histórico. En un momento políticamente interesante, pleno de cambios bajo el gobierno del liberal Maura, D. Juan de Azúa y un escaso número de médicos dedicados a las enfermedades de la piel fundaron la Academia Española de Dermatología y Venereología, decidiendo, además, dejar constancia escrita de su actividad científica, para lo que se lanzó Actas Dermo-Sifiliográficas. No fue la primera revista dermatológica española. Antes que ella habían aparecido la Revista Especial de Oftalmología, Dermatología, Sifiliografía y Afecciones Urinarias, publicada en Madrid, bajo la dirección de Alfredo R. Viforcos, entre 1877 y 1891, y la posterior Revista Española de Dermatología y Sifilografía, también publicada en Madrid a partir de 1899 por Luis Portillo y que se prolongó durante una treintena de años aunque, en 1914, pasó a denominarse Revista Española de Urología y Dermatología. No obstante, Actas Dermo-Sifiliográficas nació con vocación de permanencia y longevidad, y fue ya desde sus primeros números la revista que marcaría y reflejaría el nivel de desarrollo científico de la Dermatología española de ese tiempo.
Ha transcurrido ya un siglo desde su fundación. A nadie se le escapa la importancia de esta efeméride. Todavía más si se destaca que sólo fue interrumpida durante los primeros meses de la Guerra Civil Española (de junio de 1936 a octubre de 1937). A lo largo de todos estos años, Actas Dermo-Sifiliográficas ha brindado un espacio para el encuentro y la confrontación de ideas, tendencias y teorías dentro de la Dermatología española. No en vano es la revista mensual en activo más veterana, o más orgullosamente expresado, la decana de la medicina española.
Poder celebrar como presidente de la Academia Española de Dermatología y Venereología (AEDV) este centenario supone una sensación inenarrable, mezcla de orgullo y admiración. Cuando miro atrás, y leo miles de páginas de artículos inéditos; de descripción de casos excepcionales y de tantas notificaciones de tratamientos de vanguardia, siento que sobre nuestras espaldas reposan las horas y horas que muchos dermatólogos españoles han dedicado a contribuir al avance de nuestra especialidad. Han sido algo más de mil números de la revista, varios miles de publicaciones y casi un millón de páginas las que Actas ha dedicado a ensalzar el progreso de nuestra especialidad.
Me atrevo a asegurar sin equivocarme que si algo ha sido cuidado con esmero en nuestra AEDV ha sido Actas Dermo-Sifiliográficas. Hasta donde alcanza mi memoria, recuerdo cómo todos sus presidentes la han tratado como el bien más preciado de nuestra Academia, con un cariño extraordinario. Recuerdo a D. Antonio García Pérez, cómo la mimaba; a D. Miguel Armijo, cómo la llevaba orgulloso por Latinoamérica; a D. Francisco Camacho, cómo la remodeló; a D. Luis Iglesias, cómo la impulso; y a D. José Luis Díaz Pérez, cómo la proyectó internacionalmente.
Es posible que nuestra revista alcance en breve un añorado logro: tener factor de impacto. Y ese logro se deberá, sin duda, al esfuerzo de todos aquellos dermatólogos que han publicado en ella durante un siglo.
Actas Dermo-Sifiliográficas es el testimonio irrefutable del gran progreso de la Dermatología española. Como me gusta resaltar, la Dermatología española es en estos momentos una de las mejores del mundo. Y nuestra revista tiene mucho que ver en este éxito: ha sido el nexo de unión durante años de muchos compañeros que quisieron compartir con el resto de los académicos sus conocimientos.
Creo que es el momento de que echemos una mirada al pasado para aprender de nuestros mayores, reflexionar y avanzar en esos ideales sobre los que se fundó Actas Dermo-Sifiliográficas. Aprovechemos nuestro centenario para poder mimar, mejorar y potenciar aún más nuestra revista.
¡Enhorabuena a todos!
