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Vol. 98. Núm. 3.
Páginas 202-204 (abril 2007)
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Bailes de seducción
Dances of seduction
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FJ. Ortiz de Frutosa
a Dermatólogo y bardo ocasional.
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Terpsícore, la musa de la Danza, y Erato, la de la Poesía amorosa, raramente visitan a las mismas personas, pero son divinidades de enorme capacidad de fascinación para un científico, racionalista, poco dotado de inteligencia emocional e incluso de interés por el denominado mundo de las Artes y las Letras.

Cuando éste, en los impredecibles laberintos del destino, topa con ellas, siente una conmoción similar a la que debió de sentir san Pablo al caer del caballo. Nada es ya lo mismo en lo sucesivo...

Poner al servicio de Eros el poder de la palabra y el poder del movimiento y la música es, en ocasiones, una tentación irrefrenable.

Merengue

Por mera casualidad,

el relojero de la vida

nos dispuso con las manillas

en la misma posición.

Te acercaste a mí.

Temerario te sonreí

mientras soldabas

mis ojos a tu mirada.

Cogiste mi mano

y encaminé mis pasos

al vórtice del Universo,

al lugar donde

el tiempo se frena

y la luz se dobla

como un arco.

Ondulabas como la mies

acariciada por el viento.

Fuimos estrellas dobles

girando sin esfuerzo

porque ésa era nuestra naturaleza.

Fresca. Frutal. Sensual.

Quintaesencia de mujer.

Imán para la brújula

de mi pasión-tensión-atención.

Secreto-revelación.

Fueron quizás tres minutos

sin el azote del tiempo,

pero cuando dejaste escapar

un gracias furtivo y postrero

quedé sobrecogido

como los pájaros ante un eclipse.

Bachata

Cuando me acerqué a ella,

yo ya sabía

que estaba compuesta

de la materia

que se cuece

en mil estrellas;

que sus pupilas

eran de noche,

aunque de ellas

surtiera luz

como de un faro

apuñalando la tiniebla,

o que a sus manos

me soldaría

aunque no quemaran.

Lo que no imaginaba

era que aquella vez

su cuerpo apenas disfrazaba

movimientos de pantera,

que sus labios marcarían

la delgada frontera

que a veces media

entre deseo y amistad,

o que dos cuerpos

pueden ser juncos

ondulando al compás

de la más suave brisa de bachata.

Salsa

Fue sólo un instante,

pero fue suficiente...

Sus trillones de gemas de luz

hechas carne de materia

formaron alianza

con el ritmo de tambores,

vibraciones de metales

y percusiones de cuerdas

para lograr, por un momento,

que el tiempo resbalara

y pareciera detenido.

Pero fue suficiente...

Suficiente para que la sabiduría

de cincuenta mil generaciones

hiciera campear por sus caderas

la palabra deseo,

para que pudiera atisbar

el brocal-umbral del placer

apenas entreabierto

por una sonrisa de vestal

danzando descalza,

con la fuerza de la tierra,

del viento y las mareas.

Suficiente para convertirme

más en agente que sujeto,

tigre horoscópico capaz

sólo de devorar su imagen,

para que sus brazos

transmutaran en puerto

del que nunca quisiera aventurarme,

para que en vez de hacerla

sentir como una reina,

me sintiera el hombre

más afortunado del universo.

Figura 1. Póster de la película Billy Elliot.

Figura 2. Pies bailando.

Figura 3. Póster de la película Billy Elliot.

Baile

En su cabeza se enrosca

una serpiente amarilla,

y va soñando en el baile

con galanes de otros días.

Baile. Federico García Lorca

Existe una hermosa y complicada figura literaria o tropo denominada sinestesia. Consiste en unir dos imágenes o sensaciones procedentes de diferentes dominios sensoriales, como por ejemplo cuando se dice del color verde que es «chillón».

El mismo término en una realista acepción fisiológica hace referencia a la sensación secundaria o asociada que se produce en una parte del cuerpo a consecuencia de un estímulo aplicado en otra parte del mismo, como cuando ante un golpe en un dedo, se produce un dolor de cabeza.

¿Viene a cuento tal elucidación? Así lo creo.

Francisco Javier Ortiz de Frutos, dermatólogo y bardo ocasional, como él mismo se define, ha conseguido con las líneas que aquí se trascriben que el lector pueda sentir el curioso fenómeno de la sinestesia en sus dos versiones.

¿Cómo es posible si no que al leer sus poemas sensuales y plásticos oigamos la música como si las palabras fuesen las notas de un pentagrama? ¿Cómo puede ocurrir que al recitar sus versos vivamos el movimiento de los cuerpos encadenados voluntariamente en la melodía? ¿Qué explicación tiene que al musitar los renglones partidos bailemos aún sin movernos ni un ápice?

La conjunción de la danza y la palabra son un logro de este juglar de la voluptuosidad. Estoy segura de que la piel no es ajena a este éxito.

Un anónimo filósofo callejero escribió una vez:

«Trabaja como si no necesitaras dinero, ama como si nunca te hubieran herido y baila como si nadie te estuviera viendo».

Creo que Francisco Javier Ortiz de Frutos firmaría sin rubor este consejo.

Y yo también después de leerle.

A. Guerra Tapia

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