NECROLOGIA
ACADEMIA ESPAÑOLA DE DERMATOLOGÍA Y VENEREOLOGÍA
SESION NECROLOGICA DE HOMENAJE AL PROFESOR FELIPE DE DULANTO
Hotel Meliá Avenida de América
Madrid, 22 de mayo de 1999
12,30 h.: Apertura del acto. F. Camacho.
12,35 h.: Felipe de Dulanto: de estudiante de medicina a profesor adjunto de dermatología en Barcelona. F. Grimalt.
12,50 h.: Felipe de Dulanto: catedrático de dermatología. Desde Santiago de Compostela a Granada. P. A. Quiñones.
13,05 h.: Felipe de Dulanto: catedrático de dermatología y académico de la Real de Medicina de Granada. J. Ocaña.
13,20 h.: Felipe de Dulanto: jefe del Departamento y de la Escuela de Especialidades de Dermatología Médico-Quirúrgica y Venereología de Granada. S. Serrano.
13,35 h.: Felipe de Dulanto: presidente de la Sección Regional de Andalucía Oriental AEDV. Trascendencia de un excelente docente y clínico en Andalucía. M. Arce.
13,50 h.: Felipe de Dulanto: apertura a Europa y contactos internacionales. F. Camacho.
14,04 h.: Felipe de Dulanto: persona y padre. Carmen Dulanto.
Apertura del acto
He de comenzar agradeciendo a la Academia Española de Dermatología y Venereología el que me haya nominado coordinador de esta Sesión Necrológica homenaje a don Felipe, pues, si bien es cierto que ya se le han rendido homenajes en Sevilla con el I Curso Internacional de Cirugía Dermatológica patrocinado por la Comunidad Económica Europea, y en Santiago de Compostela por el Grupo Español de Cirugía Dermatológica y Oncología Cutánea, es hoy cuando nuestra Academia Española de Dermatología y Venereología le rinde homenaje como presidente de honor.
Como coordinador de esta Sesión he tratado de que lleguen a ustedes las distintas facetas de la vida del profesor Felipe de Dulanto. Para ello he recurrido a sus amigos de cátedra en Barcelona para que nos cuenten sus primeros pasos hasta llegar a la Medicina y Dermatología, y más concretamente hasta que dejó Barcelona para trasladarse a su primera cátedra en Santiago de Compostela. Para elaborar esta parte he pedido al profesor Francisco Grimalt que la coordine contando con aquellos compañeros de infancia y profesión que él considere necesarios y que con su fácil palabra se encargue de exponer lo realizado.
Para la etapa de catedrático he solicitado a nuestro querido amigo profesor Pedro Álvarez Quiñones, que le siguió en el escalafón, que nos hablara de esa época. Sabía que el profesor Quiñones ya tenía una ponencia en el grupo anterior, pero también sabía, aparte de que nadie mejor que él para hacer una vivencia de estos momentos académicos del profesor Dulanto, que si se lo pedía lo haría encantado y sin «matizaciones», pues le unía una gran amistad con don Felipe.
Y ya empieza la etapa granadina. Para recordarnos su personalidad como catedrático de Dermatología y Venereología, así como de académico de la Real de Medicina de Granada, he solicitado al profesor Juan Ocaña, actual catedrático y académico, aunque no ocupe su sillón en la Academia, que nos hable de esta etapa, pues es el único de sus discípulos de entonces, de los del principio, que cumple estas dos características.
Y para glosar su personalidad como jefe del Departamento de Dermatología del Hospital Clínico San Cecilio de Granada he pedido al profesor Salvio Serrano, su mano derecha quirúrgica en la última etapa de permanencia en el hospital, que nos resumiera las primeras etapas, que muchos de nosostros vivimos, y muy especialmente la última donde nadie mejor que él podrá describírnosla.
Por último, y como colofón de su etapa granadino-andaluza, he pedido al doctor Marcelo Arce Aviño, también presidente de honor de nuestra Academia, que nos hablara de su etapa como presidente de la Sección Regional de Andalucía Oriental de la Academia Española de Dermatología y Sifiliografía, como entonces se llamaba, y de la influencia que tuvo en la dermatología andaluza. Nadie mejor que él, que también fue presidente de la Andaluza, para recordarnos las buenísimas relaciones y la influencia que tuvo don Felipe entre los dermatólogos de Granada, Málaga, Almería y Jaén, si bien es verdad que la mayoría de sus discípulos procedíamos de esas provincias.
Pero don Felipe fue algo más. De la mano de la cirugía dermatológica fue nuestro embajador internacional. No sabía estarse quieto, «sin prisas pero sin pausas», como decía, asistió a múltiples reuniones francesas, alemanas e inglesas y en todas ellas, como conocedor de esos idiomas, presentó comunicaciones. Esa parte de su vida, que tuve la suerte de compartir durante muchos años con él, es la que me he reservado.
Y quedaría todo muy frío si en esta Sesión Homenaje todos dijéramos lo buen docente, asistencial, investigador y embajador que era. Comenzamos con su infancia y sus primeros pasos en la Medicina y en la Dermatología, y hemos de acabar con su imagen humana, familiar y con sus últimos pasos por la vida. Para ello llamé a doña Carmen y le pedí que se pusieran de acuerdo sobre quién iba a desarrollar esta parte de su vida. La elección, como siempre acertada, recayó en su hija Mari Carmen, primer dermatólogo de la hoy «saga de los Dulanto».
Y no voy a seguir hablando porque no es a mí a quien corresponde hacer la totalidad del acto de homenaje, sino a las personas que he citado y presentado. Por tanto, tiene la palabra el profesor Francisco Grimalt.
Francisco M. Camacho
Felipe de Dulanto: de estudiante de Medicina a profesor adjunto de Dermatología de Barcelona
Felipe de Dulanto Escofet nace en Tarragona el día 1 de diciembre de 1915, hijo de Enrique de Dulanto González, de La Habana, coronel de Infantería, y de Madrona Escofet Ferrer, de Barcelona. A los 3 años de edad su padre consigue la excedencia y se trasladan a vivir a la ciudad costera catalana de Vilanova i la Geltrú, donde su madre tiene una casa. Allí fue párvulo en las Teresianas y cursó el bachillerato en los Escolapios. Terminado éste se dedicó a aprender el idioma alemán. A los 12 años dispone de su propio laboratorio de química en un trastero del patio de su casa.
En curso 1930-1931 ingresa en la Facultad de Medicina de Barcelona con 14 años (cumple años en diciembre). En junio de 1936, con 20 años, termina la carrera. En septiembre del mismo año consigue la licenciatura. Durante los 3 años de la Guerra Civil (1936-1939) actuó como médico militar en Alcázar de San Juan (Ciudad Real) y también como médico de tren. En 1939 termina la guerra, es licenciado y en el mismo año fallece su madre. Con su padre se traslada a Barcelona, donde instala despacho de visita privada. En 1940 recibe el Premio Extraordinario de Licenciatura y recibe su primer puesto docente al ser nombrado ayudante de clases prácticas por el catedrático de Dermatología profesor Jaume Peyrí i Rocamora (1877-1947, catedrático en Barcelona el año 1915), siendo ayudante de cátedra el doctor Mercadal Peyrí. En 1941 recibe el título de especialista en Dermatología. En 1944 recibe la calificación de sobresaliente cum laude por su tesis doctoral «Biopsia de los órganos hematopoyéticos y patología del sistema reticuloendotelial». En 1944 es nombrado socio corresponsal de la Real Academia de Medicina de Barcelona. En 1945 recibe el premio extraordinario de doctorado y es nombrado secretario de redacción de la revista de la Academia de Medicina de Barcelona Anales de Medicina y Cirugía.
En 1946 llega a Barcelona como catedrático, con 43 años, Xavier Vilanova i Montiu (1903-1965). Nombra a Felipe de Dulanto su profesor adjunto con 31 años. En 1947 es miembro corresponsal de la Asociación de Escritores Médicos. En 1947 gana la plaza de Teruel en oposiciones en Madrid a la Lucha Antivenérea Nacional. En 1948 se traslada a la plaza de Tarragona. En 1950 ocupa la de Tarrasa. En 1954, la de Barcelona. En 1955, la de Granada, y solicitará de la Lucha Antivenérea la excedencia por incompatibilidad en 1968.
En 1948 se presenta a oposiciones para las cátedras de Santiago de Compostela y de Cádiz, en las que recibe dos votos.
El 11 de octubre de 1950 contrae matrimonio con la señora Carmen Campos Resalt, a la que los autores dan sus más sentidas gracias por su valiosa ayuda en la confección de estas notas biográficas y por su amplio material iconográfico. También agradecemos la información obtenida de la señora Isabel Capdevila, bibliotecaria que fue de la cátedra de Xavier Vilanova y que ayudó a buscar bibliografía para Felipe de Dulanto. Gracias que también hacemos extensivas a la señora Mercedes Sagrera, viuda de Romaguera Llach, por una de las fotografías.
En 1952 gana por oposición la plaza de profesor adjunto de Dermatología de la cátedra de Barcelona. En 1954 recibe la cruz al mérito de la Orden de Malta por ser profesor de la Escuela Médico Misionera de la Orden.
En 1954 gana por oposición la cátedra de Dermatología de Santiago de Compostela.
ARTICULOS CIENTIFICOS ANTES DE 1955
En 7 años (desde 1948 hasta 1955) hemos encontrado 33 publicaciones que versan sobre todos los aspectos de la Dermatología y Venereología, incluida Historia de la dermatología («La obra dermatológica de Paul Gerson Unna», Actas DS 1959;42:341). En diferentes revistas nacionales y extranjeras hemos encontrado 20 artículos en castellano, una buena parte de ellos publicados en Actas, ocho en francés, tres en alemán y dos en italiano.
Francesc Grimalt, Josep María Capdevilla,
Antoni Castells Mas
Barcelona
Felipe de Dulanto, catedrático de Dermatología: desde Santiago de Compostela a Granada
El profesor Camacho me pidió que participase en esta sesión convocada en memoria del que fue su maestro --como fue de tantos otros dermatólogos--, el inolvidable don Felipe de Dulanto, una de las figuras más eminentes de la Dermatología de nuestro tiempo. Camacho sabe muy bien la veneración que tuve siempre por Dulanto, una de las personas más honorables, bondadosas y dignas de ser queridas que he conocido.
Fue al comienzo de los años cincuenta cuando conocí a don Felipe y a Carmen, su encantadora esposa, y de cuando en cuando coincidíamos en congresos y reuniones que entonces, al igual que ahora, se celebraban, aunque con no tanta profusión.
Eran aquellos unos tiempos en que, al igual que en otras especialidades, se mantenían rivalidades de escuelas que aspiraban a situar a sus miembros jóvenes más destacados en puestos preeminentes y, especialmente, en las pocas cátedras universitarias que existían y que se hallaban vacantes. Tan sólo seis cátedráticos de Dermatología había entonces, los cuales eran, por orden de antigüedad, don José Gay Prieto, don Xavier Vilanova i Montiú, don José Gómez Orbaneja, don Luis de Azúa Dochao, don José Esteller Luengo y don Bernardo López Martínez. Había únicamente 12 universidades, las cuales contaban en total con 10 Facultades de Medicina.
En los primeros días de julio de 1954 se celebraron las oposiciones para cubrir las cátedras de Dermatología de las Universidades de Santiago y Granada. Yo, que hacía tan sólo unos meses que me había incorporado como profesor adjunto a la Facultad de Medicina de Valladolid, me presenté a aquellas oposiciones a las que concurrían personas tan destacadas como Felipe de Dulanto o Gerardo Jaqueti y algunos jóvenes brillantes y prometedores, tales como Antonio García Pérez y Manuel Pereiro Míguens entre otros.
Aquella contienda --pues así se podían calificar las oposiciones de entonces-- se celebró en el antiguo edificio de la Facultad de San Carlos, en la calle de Atocha, famosa por su historia médica y por los rifirrafes estudiantiles que precedieron al advenimiento de la Segunda República.
Ni que decir tiene que Dulanto realizó unos brillantísimos ejercicios, obteniendo sin discusión posible la primera cátedra. Nadie alcanzó para la segunda los tres votos que como mínimo se requerían, y permitidme recordar que yo, que fui el que obtuve un mayor número, solamente conseguí dos en cada una de las tres votaciones que preceptivamente se efectuaron, por lo que dicha segunda cátedra fue declarada desierta.
Aunque sea ya algo meramente anecdótico, recordaré que don Xavier Vilanova me felicitó por mi actuación que, en su opinión, había sido extraordinariamente brillante, aclarándome que si no me había otorgado su voto era únicamente porque yo era aún demasiado joven. Por mi parte pensé que seguramente don Xavier tenía razón, pero cuál no sería mi sorpresa cuando muchos años después fui víctima de la «jubilación anticipada obligatoria» a la que Julián Marías calificó como «la última y solapada depuración universitaria» y en virtud de la cual a los 65 años era yo demasiado viejo para continuar en la Universidad. Podríamos decir, en suma, como en «La venganza de don Mendo», que «o te pasas o no llegas».
Volviendo a lo anterior, recordaré que contrariamente a lo que se esperaba, de las dos cátedras en cuestión, Dulanto eligió la de Santiago de Compostela por razones que creo que no me son desconocidas, pero en las que no es ahora momento de entrar. Pero fue corto el tiempo que don Felipe permaneció en Santiago ya que al año siguiente salió a concurso la cátedra de Granada, la solicitó y, naturalmente, le fue adjudicada.
En Granada prosiguió Dulanto hasta el final de su vida profesional y académica, desarrollando una labor ingente, configurando la Dermatología como lo que debería ser, como una especialidad completa médico-quirúrgica y continuando con su esfuerzo en esa línea hasta conseguir el reconocimiento oficial de su idea, que tan fundamental resultó para nuestra especialidad.
Para mí lo más importante de lo mucho que debemos a Felipe de Dulanto fue la transformación de la Dermatología que él promovió. Su concepto básico de ésta, merced a su tesón y sus esfuerzos, quedó enteramente consolidado, de manera firme y definitiva, en el VII Congreso Hispano-Portugués de Dermatología Médico-Quirúrgica celebrado en Granada del 22 al 25 de octubre de 1969. Sin olvidar que fueron oficialmente presidentes del mismo el doctor Álvarez Lovell y el profesor Juvenal Esteves, fue Dulanto el presidente de la Comisión Organizadora, en la que figuraban Luis Egea Bueno, José Sánchez Muros, Miguel Amijo Moreno, Juan Ocaña Sierra, Antonio Martín Gómez y Ramón Castilla Pertíñez.
Para terminar he de decir que, además, Felipe de Dulanto fue el creador de una escuela de Dermatología que, juntamente con el amplio grupo formado con sus trasplantes y ramificaciones en otras áreas, ocupa en la actualidad la primera línea de la Dermatología española. Son tantos los que la integran que, por supuesto, no es posible ahora citarlos a todos. Pero no puedo dejar de mencionar a Juan Ocaña, a María Luisa Wilhelmi, al inolvidable Miguel Armijo (q.e.p.d.), a Francisco Camacho, Arce Aviño, Ramón Naranjo, Salvio Serrano, Herrera Ceballos, Vicente Delgado y, cómo no, Carmen y Enrique Dulanto Campos.
Lamento que mi memoria ya no sea la que era, pero estoy seguro de que la figura de Felipe de Dulanto jamás se borrará de ella, ni decaerá nunca la admiración que me inspira.
He dicho.
Pedro A. Quiñones
Universidad de Valladolid
Felipe de Dulanto: catedrático de Dermatología y académico de la Real de Medicina de Granada
Cumplo el deber de participar en este solemne acto con la emoción y el dolor de recordar e intentar destacar los aspectos científicos, académicos y humanos del profesor Felipe de Dulanto, catedrático de la Facultad de Medicina, académico numerario de esta Real Corporación, maestro de una de las más prestigiosas escuelas de Dermatología, director de un importante departamento universitario y de varios servicios de la especialidad, miembro de numerosas sociedades científicas y trabajador infatigable, maestro de todos nosotros.
El desarrollo de la Dermatología en Granada se encuentra directamente vinculado con la cátedra de la Facultad, y fue su primer profesor don Benito Hernando y Espinosa, que se incorporó al claustro en 1871.
Don José Pareja Garrido nació en Granada en 1856, fue catedrático de Clínica quirúrgica a los 25 años y discípulo predilecto de Hernando, a quien le unió gran amistad e influyó en su interés por las enfermedades de la piel: lepra, sífilis y tumores.
Al ser creada en 1902 la cátedra de Dermatología y Sifiliografía, fue nombrado profesor interino y 15 años después, en 1917, catedrático numerario. El primero de España.
El profesor Pareja desempeñó las dos cátedras. Dejó la quirúrgica en el curso 1916-1917, siguiendo con Dermatología hasta su jubilación (a los 72 años) el 26 de mayo de 1927. Don José (así lo llamaban todos) fue decano, vicerrector, rector de la Universidad y luego rector honorario. Elegido académico de la Real de Medicina en 1891, ocupó diversos cargos y fue presidente desde 1926 hasta su fallecimiento en 1935.
Pareja Garrido, auténtica personalidad, fue muy querido en Granada. En él se reunieron, a gran altura, las cualidades de cirujano y dermatólogo. Marcó un cambio a seguir como notable precursor de la «Dermatología médico-quirúrgica».
Al jubilarse el profesor Pareja Garrido, la cátedra vacante fue ocupada en 1932 por don José Gay Prieto, procedente de la escuela madrileña que dirigía el profesor José Sánchez Covisa. Presidió el II Congreso Nacional de Dermatología y Sifiliografía celebrado en Granada los días 8, 9 y 10 de junio de 1936, poco antes de iniciarse la guerra civil, y en 1940 pasó a la Facultad de Medicina de Madrid. Desde septiembre de 1940 hasta febrero de 1955 estuvieron encargados de la cátedra don José Blasco Reta y don Marino Gallego y Burín.
TREINTA AÑOS DECISIVOS PARA LA DERMATOLOGIA MÉDICO-QUIRURGICA
En 1915 nacía en Tarragona el profesor Felipe de Dulanto, y según sus propias palabras nos recordaba: «Mi vocación por la Medicina y la enseñanza ha podido desarrollarse, fundamentalmente, gracias a mi padre militar de antigua estirpe, en quien tuve constante ejemplo de abnegación, patriotismo y de servicio a España que no decayó un momento mientras Dios quiso conservarle a mi lado.»
En julio de 1954 obtiene en brillantes oposiciones la cátedra de Dermatología de la Universidad de Santiago de Compostela y en enero de 1955 es nombrado catedrático de la de Granada, donde se incorpora en el mes de febrero por concurso de traslado.
Dice Albert Einstein: «El arte más importante del maestro es provocar la alegría en la acción creadora y el conocimiento», por ello todavía suenan en nuestros oídos las hermosas frases que siempre tendremos presentes: «vine a Granada con enorme ilusión y una idea directriz: la Dermatología ha de ser especialidad completa: piel, mucosas dermopapilares, anejos, configuración externa relacionada y los aspectos estéticos. Y que solo así podrá realizar aportaciones valiosas a la docencia, investigación y problemas sanitarios y sociales».
Como profesor y maestro disfrutaba con la enseñanza. Sus clases eran muy amenas, de alto nivel científico, riqueza iconográfica y plagadas de anécdotas, como el día en que calculó mal el escalón de la tarima y casi cae en redondo, pero lo pudo superar con agilidad, comentando: cualquiera da un mal paso en la vida. Como alumno interno me examinó el primer día y en la primera fila de la clase, pero al siguiente día me puso a vigilar a mis compañeros de curso mientras él leía el periódico, permitiéndome lanzar algunas «aclaraciones» a los alumnos despistadillos.
Al plantear sus aspiraciones al claustro de la Facultad de Medicina, las excepcionales cualidades del profesor Emilio Muñoz Fernández, director del Hospital Clínico y más tarde decano y rector de la Universidad, facilitaron comprensión y ayuda. Entre los colaboradores de la primera hora es justo nombrar a Sánchez Muros, Ocaña Sierra, Jiménez Capilla y el anestesiólogo Evelio García. Trabajamos sobre injertos y colgajos cutáneos, precáncer, cáncer y pseudocáncer de la piel, quemaduras y dermatosis ampollosas, entre otros. Precisamente sobre el pénfigo y dermatitis herpetiforme, fue mi tesis doctoral, que él me dirigió y defendí en julio de 1957.
El 11 de mayo de 1960 ingresaba el profesor Dulanto en esta Real Corporación y su discurso versó sobre «Biología de las heridas cutáneas. Histogénesis del proceso de reparación», brillante trabajo de investigación que hacía varios años venía realizando con Sánchez Muros. Lo inicia con estas palabras: «Muy pronto, desde mis tiempos de estudiante, pude apreciar la eficacísima labor de las Reales Academias de Medicina. Fue inicialmente la de Barcelona, entonces presidida por el profesor Jaime Peyri. Recuerdo cuánto me impresionó la claridad científica de las sesiones y el tono elevado, señorial, con que se desarrollaban. Pronto, también, en mi vida profesional tuve el honor de ser elegido académico correspondiente y poco después fui nombrado secretario de sus Anales de Medicina y Cirugía. En este puesto, y durante 10 años, tuve relación con dichas ilustres corporaciones. En seguida captó mi interés la de Granada. Su prestigio, más que centenario, la brillantez de sus solemnidades, la destacada actuación de sus académicos, tan bien recogida por el inolvidable Torres López en Actualidad Médica, me sugestionaron profundamente, despertando admiración y estima. Al incorporarme en 1955 a la Facultad de Medicina he podido seguir más de cerca vuestras actividades públicas, apreciar con justeza la alta distinción conferida al elegirme por unanimi-
dad académico de número y explica que no me sienta aquí extraño sino con la impresión gratísima de hallarme en un ambiente conocido y cordial: la máxima representación de la escuela médica de Granada, de tan relevante historia y a la que tanto me complace pertenecer.
El profesor Sánchez Cózar fue el designado de contestar al nuevo académico y de cuyo discurso debemos destacar: uno de los momentos más gratos que trae consigo el cargo de académico numerario es el de contestar al discurso de ingreso de un nuevo compañero. Cuando la persona que entra viene prestigiada por la Universidad, dotada de un auténtico valor, como ocurre en el presente caso, nada puede igualarse al honor que me confiere la Academia encargándome de esta tarea. Por esto, señores, yo os agradezco sinceramente el haberme otorgado que exponga ante vosotros la personalidad científica del profesor Felipe de Dulanto.
Selección y elección son las dos características de una Real Academia. Porque, sin que haya muchos sabios en el mundo, no es únicamente sabiduría lo que requiere la Academia. Lo que exige es finura, exquisitez, sensibilidad, y quien no posea ingénitas estas cualidades difícilmente podrá conseguirlas por más que se esfuerce.
La Academia es selección y solamente los maestros y vocados deben tener en ella asiento. Minoría selecta, arte para pocos, como diría Ortega.
Estudio puramente científico que a veces ha de luchar sacrificadamente con la intolerancia y aún con la incomprensión de los que se precian de modernistas. Porque las academias tienen una auténtica misión que realizar: velar por la cultura y prestigio de la Medicina en el territorio del distrito correspondiente, reunir en un haz apretado a aquellos que tienen las condiciones para tan elevado fin: relevantes conocimientos, méritos literarios y que hayan demostrado poseer sufiente celo a favor de las ciencias médicas.
En 1964 fue encargado por esta Real Corporación de pronunciar el discurso de apertura del nuevo curso académico, hablándonos magistralmente como siempre, de la «Cirugía del cáncer de piel».
Ya desde 1962 había logrado que el Ministerio de Educación Nacional reconociera el concepto médico-quirúrgico de la disciplina, pasando a llamarse así las cátedras, y después las agregadurías, adjuntías y las escuelas profesionales de especialistas. Creó desde el principio las Escuelas Profesionales de Dermatología Médico-Quirúrgica y de Cirugía Plástica y Reparadora.
En 1967 funda la Sección de Andalucía Oriental de la Academia Española de Dermatología con sede en Granada, que desarrolló gran actividad: la Reunión Hispano-Marroquí de Casablanca, varias regionales, y en octubre de 1969 el VII Congreso Hispano-Portugués de Dermatología Médico-Quirúrgica, el primero con esta designación completa. Sus conclusiones significaron un jalón definitivo en la Dermatología peninsular, abrieron nuevas perspectivas y esperanzas que se confirmaron en los sucesivos de Funchal y de Valladolid-Salamanca.
Otro de los acontecimientos más sobresalientes, aunque todos lo son, fue el homenaje dedicado por sus 25 años como catedrático de Granada. Se celebró el I Curso Internacional de Cirugía Dermatológica y la Reunión Nacional de Dermatología, entre los días 7 al 10 de febrero de 1980, con la participación de todos los catedráticos del país, de todos sus discípulos y los profesores extranjeros Perry Robins, Antonio Picoto, Antonio de Oliveira, Hugo Friederich, Patrick Rabineau y Willian Montagna, entre otros.
En 1985 cumple los 70 años y llega la obligada jubilación, aunque fue profesor emérito mientras vivió. Pero ese mismo año es encargado de pronunciar el discurso de apertura de la Universidad de Granada, eligiendo como tema «Dermatología médico-quirúrgica y Universidad de Granada», que dedica a Carmen, a nuestros hijos Mari Carmen y Enrique, también médicos, e inicia con estas palabras: «Cincuenta años de Dermatología y más de 30 en la Universidad de Granada son responsables de la elección del tema. Este discurso, siempre emocionante para el autor, es mi último servicio como catedrático en activo, pero ya jubilado. Deseo fervientemente conseguir la más amplia valoración de la disciplina que profeso. Con las sistemática expositiva que le caracterizaba fue desarrollando el contenido: fundamentos de la especialidad, estado actual y avances, la Dermatología y la Universidad de Granada desde sus orígenes hasta sus últimos 30 años: etapas iniciales, primeros colaboradores, relaciones nacionales e internacionales, alcance y enseñanza, líneas generales de investigación, publicaciones: más de 200 trabajos científicos cuidadosamente encuadernados, 22 tesis doctorales, varias tesinas de licenciatura. El tratado en dos tomos: «Dermatología médico-quirúrgica» con sus colaboradores Armijo, Camacho y Naranjo; el libro «Tricología», de Camacho y Montagna, y más recientemente la «Cirugía dermatológica» con Camacho. Pero lo que más le satisfacía era destacar el triunfo de sus discípulos, siempre que tenía oportunidad. Tres alcanzamos la cátedra: Armijo, que nos dejó, y Camacho en Sevilla; ocho profesores titulares: Sánchez Muros, Naranjo, Serrano, Delgado, Sánchez Hurtado, Wilhelmi, Ortega del Olmo, Gutiérrez Salmerón; profesores ayudantes-adjuntos clínicos: Martín Gómez, Dulanto Campos, Armijo-Lozano y Burkhardt. La formación de numerosos MIR y alumnos médicos de la Escuela Profesional confirman su prestigioso internacional y, por tanto, de la Facultad de Medicina y Universidad de Granada repartidos por toda la geografía española y en Colombia, Costa Rica, Estados Unidos, Marruecos, Perú, Portugal y Santo Domingo. Labor extraordinaria que podríamos sintetizar con estas palabras de Martín Buber: «Nuestros discípulos nos forman, nuestras obras nos edifican». Muchas gracias a todos cuantos os habéis unido a este homenaje junto a compañeros y amigos.
Pero junto a una personalidad inigualable existe una compañera, cuya capacidad y cualidades extraordinarias todos hemos tenido la posibilidad de conocer y valorar. Colaboradora eficacísima e inseparable, madre ejemplar, han aportado dos notable dermatólogos, posteriormente ampliados con una más, y es sólo el comienzo de una continuidad dermatológica asegurada. Doña Carmen acudía personalmente a Sevilla para recoger la medalla de oro de la International Society for Dermatologic Surgery que fue concedida a don Felipe en el Congreso Internacional de Cirugía Dermatológica, era otra misión a cumplir, quizá la última, esta vez más dolorosa, y cuando recordamos las palabras de Virginia Woolf: «La muerte es un desafío, la muerte es un esfuerzo para unirse, pues los hombres sienten que el centro místicamente les escapa: lo que está cercano se retira, la maravilla se desvanece, se está solo. En la muerte hay un abrazo.» Estoy seguro que desde la eternidad don Felipe contemplará este acto con la mirada serena de las personas buenas y ejemplares; también nos enviará un abrazo, un fuerte abrazo, pero nunca dejará de insistir cariñosamente: «Pollo doctor Ocaña, ¡esto hay que hacerlo mejor! Por supuesto, don Felipe, hay que hacerlo mucho mejor».
Juan Ocaña Seirra
Granada
Felipe de Dulanto. Jefe del departamento y de la Escuela de Especialidades de Dermatología Médico-Quirúrgica y Venereología de Granada
En octubre de 1985, en el Crucero del Hospital Real, sede administrativa de la Universidad de Granada, se celebró el acto académico de inauguración del curso 1985-1986. El discurso de apertura le correspondió pronunciarlo al profesor don Felipe de Dulanto y Escofet. Fue el último servicio como catedrático de Dermatología médico-quirúrgica y Venereología. Unos días antes, el 30 de septiembre de 1985, oficialmente se había jubilado oficialmente. El tema elegido: «Dermatología médico-quirúrgica y Universidad de Granada», se justificó por 50 años de Dermatología y más de 30 en la Universidad de Granada. Con la última frase del primer párrafo se puede resumir su labor a lo largo de toda su vida: «Deseo fervientemente conseguir la más amplia valoración de la disciplina que profeso.»
Treinta años antes, procedente de Compostela, llegó a Granada. En el discurso antes mencionado indicó sus objetivos: «Vine a Granada con enorme ilusión y una idea directriz: la Dermatología ha de ser especialidad completa: la piel, mucosas dermopapilares, anejos, configuración externa relacionada y los aspectos estéticos.» Sólo así podrá realizar aportaciones valiosas a la docencia, investigación y problemas sanitarios y sociales.
Para cumplir esos objetivos el profesor Dulanto se había formado en la asistencia, investigación y docencia de la Dermatología. Recorrió todos los escalones de la escalera docente en la Universidad de Barcelona junto al profesor Vilanova. Aprendió cirugía en Barcelona y en Alemania. En 1953 obtuvo el «Certificado de Competencia en Cirugía Plástica y Reparadora» de manos del profesor Piulachs, catedrático de Patología quirúrgica de la Facultad de Medicina de Barcelona. Fue pensionado por el Ministerio de Educación Nacional en el Instituto de Cirugía Plástica y Maxilofacial de la Universidad de Hamburg-Eppendorf. En 1958 obtuvo el título de médico especialista en Cirugía plástica.
El 13 de enero de 1955 se recibió en el rectorado de la Universidad de Granada una orden de la Dirección General de Enseñanza Universitaria: «Este Ministerio ha resuelto nombrar para el desempeño de la cátedra de Dermatología y Venereología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Granada al catedrático de la misma asignatura en la de Santiago, don Felipe de Dulanto y Escofet», todo ello en virtud del concurso de traslado convocado de acuerdo con la Ley de 2 de julio de 1943.
Desde que llegó a Granada inició un largo camino, como él decía, «sin prisas pero sin pausas», que conduciría a la situación actual de la especialidad. Primero tenía que desarrollar el concepto, después consolidarlo y luego extenderlo y generalizarlo al resto de España y del mundo. Para ello contaba con su ilusión, con sus conocimientos, con su forma de ser, con su familia, sus amigos, sus discípulos y, por supuesto, con la razón, con «su» razón.
DESARROLLO DEL CONCEPTO DE DERMATOLOGIA
Lo primero era desarrollar el concepto de la Dermatología en la que él creía: «...una organoespecialidad completa, médico-quirúrgica, que comprende la piel, anejos cutáneos, mucosas dermopapilares y configuración externa relacionada».
En Granada se encontró una cátedra vacante desde 1936, primero por la Guerra Civil y luego por el traslado de su titular, don José Gay, a la Universidad de Madrid. La dotación de personal, camas, instalaciones y material eran deficientes. Con la ayuda inestimable de su buen amigo don Emilio Muñoz, director del hospital, luego rector de la Universidad, granadino de pro y catedrático de Farmacología, creó un servicio en el recién abierto Hospital Clínico San Cecilio, con quirófano para anestesia general y «un quirofanillo» para intervenciones con anestesia local, laboratorios de dermatopatología y micología, dos consultas externas y 24 camas repartidas en dos salas, más cuatro habitaciones individuales.
Desde el principio contó con el claustro de la Facultad de Medicina y de la Universidad de Granada y, por supuesto, con grandes colaboradores. El doctor Sánchez Muros, recién llegado del Protectorado de Marruecos, y dos alumnos internos, los doctores Juan Ocaña y Antonio Jiménez Capilla. En el servicio, desde el principio se empezó a operar de forma regular todos los días, se montó una Sección de Alergia Cutánea, de Micología, donde el doctor Jiménez Capilla trabajó de forma incansable, y un Laboratorio de Dermatopatología que llevaba don Felipe personalmente. Poco a poco se fue consolidando la actividad asistencial y se hicieron las primeras tesis doctorales. Sánchez Muros sobre biología de las heridas, Ocaña sobre pénfigos y Jiménez Capilla sobre dermatofitos y se publicaron los primeros trabajos sobre terapéutica quirúrgica.
El Hospital Clínico pertenecía a la Universidad. Hacían falta más enfermos. En febrero de 1955 don Felipe solicitó la anexión del Dispensario Oficial de Dermatología e Higiene Social, situación que ya se había producido en Madrid, en la cátedra del profesor Gay, médico, como don Felipe, de la Lucha Nacional contra la Lepra, Dermatosis y Enfermedades Venéreas. Se le concedió y unos años después también consiguió que un «cupo» de enfermos de la Seguridad Social viniesen al Clínico tanto a consulta como a ingreso. Con todo ello se consiguió aumentar considerablemente el número de pacientes y, por supuesto, la actividad asistencial e investigadora y el número de colaboradores.
La actividad docente de la cátedra se desarrollaba con un programa de la asignatura muy atractivo para los alumnos que abarrotaban el aula donde el profesor Dulanto daba sus clases. La enseñanza de postgraduados incluía un curso monográfico de doctorado sobre «Terapéutica dermatológica» que en el curso 1957-1958 versó sobre «Cirugía plástica y dermatológica», curso que con actualizaciones continuas mantuvo hasta su jubilación. Las clases de don Felipe siempre fueron muy amenas, entre sonrisas y fotografías espeluznantes mantenía la atención de sus alumnos que fueron entendiendo el papel del dermatólogo en la Medicina y en la sociedad. Aprendieron lo que era la especialidad, que cualquier cosa que saliera en la piel era competencia del dermatólogo y que los tumores de la piel los operaba el dermatólogo. Era muy importante que el médico general conociese y practicase una Dermatología básica y que tuviese una referencia muy bien definida para derivar a los pacientes con enfermedades de la piel al dermatólogo.
El concepto se iba consolidando. Era preciso conseguir un reconocimiento oficial que permitiese conseguir una proyección nacional. En 1962 se publicó el Decreto 2410/1962 del Ministerio de Educación y Ciencia, de 30 de septiembre («BOE», 5-X-1962) donde se dispuso que la asignatura Dermatología y Venereología «debe acomodarse al concepto actual de la especialidad que se configura con su doble carácter de médica y quirúrgica» y que «las cátedras y asignatura de Dermatología y Venereología se denominen en los sucesivo Dermatología médico-quirúrgica y Venereología». En todas las gestiones contó con el profesor José Gómez Orbaneja, al que el don Felipe, siempre que hacía referencia a este Decreto expresaba su reconocimiento y gratitud.
ESCUELAS DE ESPECIALISTAS
Para desarrollar y consolidar el concepto era preciso formar especialistas que ejercieran la «especialidad completa». En España ya estaban reconocidas las Escuelas Profesionales de Especialidades Médicas. Había una Escuela de Dermatología en Madrid, fundada por Orden de 31 de enero de 1945, y otra en Barcelona creada en abril de 1952. Era preciso fundar otra en Granada y se creó por Orden del Ministerio de Educación Nacional del 13 de diciembre de 1963, publicada en la página 780 del número 16 del «BOE» del 18 de enero de 1964 con el nombre de Escuela Profesional de Dermatología Médico-Quirúrgica y Venereología de Granada. Años después se crearon nuevas escuelas en Cádiz, Zaragoza, Valencia y Navarra, todas ellas con la denominación de Dermatología Médico-Quirúrgica y Venereología.
No podríamos enumerar a todos los alumnos que en la Escuela realizamos la especialidad. Los primeros fueron Antonio Martín Gómez, Miguel Armijo Moreno, Pedro Parejo, José María Morales, Gabriel de Torre, a los que seguimos muchos más.
Unos años después, en 1967, consiguió don Felipe se creará en la Universidad de Granada la Escuela Profesional de Cirugía Reparadora, de la que fue su director hasta la desaparición de la escuelas profesionales en 1978. Tampoco podríamos enumerar a todos sus alumnos. En 1969 ingresamos el doctor Camacho y yo mismo, y el último de los alumnos oficiales de la Escuela, fue el doctor Hassan Al Ghul, que luego, en 1978, siguió como médico residente.
El trabajo en la Escuela era duro, pero agradable. Aprendíamos trabajando y don Felipe nos enseñaba a trabajar trabajando. Quería que los alumnos de la escuela fuéramos médicos del hospital y profesores de la Facultad. Había que estudiar mucho porque él preguntaba mucho y de todo. En la consulta, ante un paciente con liquen plano, te preguntaba lo que se vería si mirásemos una pápula al microscopio o cuál era la fórmula de la penicilina ante un chancro sifilítico. Al menos una vez en semana pasaba sala. Siempre empezaba por la sala de mujeres. Él iba primero con sor Felicidad, detrás el doctor Sánchez Muros, siempre pendiente de «soplarnos» la respuesta adecuada a la pregunta de don Felipe, y detrás íbamos todos los demás. Se revisaban las historias clínicas, los tratamientos y las curas. Discutía los planteamientos quirúrgicos de los pacientes y hacía la «lista de quirófano». Luego se iba al laboratorio donde la señorita Maruja le tenía perfectamente preparadas para su lectura las biopsias. Él las miraba al microscopio y la señorita Maruja escribía el dictamen con unas descripciones minuciosas.
Una o dos veces en semana operaba a los pacientes que, por su especial complejidad, se le preparaban. Casi siempre le ayudaba el doctor Sánchez Muros o el doctor Armijo como primer ayudante y luego de segundo ayudante un alumno de segundo año y los de primer año hacíamos de instrumentistas. Ni que decir tiene que la bronca se la llevaba siempre el instrumentista. Esas broncas, porque las tijeras no cortan, las agujas no pinchan, la luz no alumbra u otras desgracias habituales en el quirófano, que siempre don Felipe acompañaba de extraños ruidos de calzado que cariñosamente les llamábamos «zapateados». Normalmente empezábamos a las 9, se operaban varios enfermos y a eso de las 2 de la tarde, cuando terminábamos con un paciente y ya ninguno podíamos más, don Felipe se sentaba en un taburete, se bajaba la mascarilla y decía: «Va, el siguiente». Menos mal que don Evelio, el anestesista, le contestaba rápidamente: «Está resfriado». Si no hasta las tantas. Los sábados al mediodía se encargaba el doctor Martín de preparar un refrigerio al que asistíamos todos.
En 1972, la Universidad de Granada hizo el «convenio» con la Seguridad Social, cambiando bastante las cosas. Nos pasamos al Pabellón de Especialidades recién construido. Dermatología contaba con dos salas con 28 camas cada una, dos quirófanos perfectamente dotados de material, un anestesista y más personal de plantilla: un jefe de servicio, el doctor Armijo Moreno; dos jefes de sección, los doctores Sánchez Muros y Camacho, y cuatro médicos adjuntos, los doctores Ocaña, Martín, Crespo Erchiga y Salvio Serrano. Después se amplió la plantilla y entraron como médicos adjuntos los doctores Sánchez Hurtado, Delgado y Naranjo, y poco después Armijo Lozano, Gutiérrez y Carmen Dulanto. Se disponían de seis puestos de consulta, con unas instalaciones de Fotobiología, Micología y Alergia cutánea; un laboratorio de Dermatopatología con una instalación aneja al quirófano donde se realizaba cirugía micrográfica.
DEPARTAMENTO DE DERMATOLOGIA
El Departamento y Servicio de Dermatología se creó con esa denominación cuando se estableció el convenio Universidad-Seguridad Social, se consolidó con la lamentable «cesión demanial» donde los hospitales clínicos pasaron a depender administrativa y estructuralmente de la Seguridad Social.
El profesor Dulanto seguía trabajando más que antes. Operaba un día a la semana. Le reservábamos las «peritas en dulce», las disecciones ganglionares, los melanomas, los carcinomas terebrantes y de vez en cuando alguna reconstrucción difícil para la que él siempre tenía una técnica fácil. Normalmente sabíamos la hora en que se entraba a quirófano, pero no la que se salía. Durante el curso, él siempre terminaba de operar a las 11 que tenía que ir a dar la clase. La mayoría de las veces, a las 11 menos 5, levantaba la cabeza y decía: «Uf, váyase usted y dé la clase.» Todos teníamos preparado un tema para soltarlo en cualquier momento.
A don Felipe le gustaba operar casi siempre con las mismas personas. A mí me correspondió el placer de sustituir al doctor Camacho cuando se marchó a Sevilla y seguí ayudándole hasta su jubilación. Si para mí antes fue un verdadero maestro, desde entonces fue un compañero, amigo y maestro que me enseñó la técnica y el arte de las intervenciones difíciles, la necesidad de estar siempre a disposición del paciente, hacer las curas personalmente y a planificar la intervención días antes, discutiendo y analizando las distintas posibilidades. Nunca olvidaré una mañana que operamos un carcinoma espinocelular que ocupaba y destruía todo el labio inferior. Yo llevaba preparada una técnica de reparación que se la comenté antes de empezar; me dijo que los colgajos laterales no darían. Empezamos la intervención, extirpó el tumor y cuando pidió el lápiz dermográfico para pintar los colgajos que él había pensado, yo me adelanté y pinté los que habíamos discutido antes. No se enfadó, pero se quitó los guantes y me dijo: «Hágalos usted.» Salió del quirófano y nos dejó al doctor García Mellado y a mí que empezamos la reconstrucción según la técnica prevista. Antes de los 5 minutos ya estaba mirando lo que hacíamos, atento y sin decir palabra. Sólo cuando terminamos dijo: «¡Sí dieron. Tenía usted razón, ilustre!». Así era don Felipe. No quiero caer en el tópico de contar sólo mi experiencia. Para muestra basta con un botón.
PROPAGACION DEL CONCEPTO
El concepto de Dermatología con el que don Felipe vino a Granada y enseñó en su Escuela era preciso difundirlo. Sus discípulos lo hicieron y continuamos haciéndolo. Primero el profesor Armijo en Salamanca, poco después el profesor Ocaña en Cádiz y luego el profesor Camacho en Sevilla crearon Escuela de la que han salido muchos y buenos dermatólogos que ejercen la especialidad con el mismo concepto, ampliado y mejorado con el paso del tiempo y las nuevas técnicas. Son muchos ya los discípulos de discípulos, alguien los ha llamado «nietos» de don Felipe, que continúan con el espíritu de la Escuela.
No quiero finalizar sin mencionar, de una forma cariñosa y grata, a dos discípulos de don Felipe que, de forma silenciosa y diaria, se han encargado de la formación básica de los dermatólogos que nos hemos formado en los últimos 30 años en la Escuela de Granada. Me refiero a don José Sánchez Muros, que nos enseñó a todos una forma de hacer fácilmente las cosas difíciles, y a don Antonio Martín Gómez, que continúa en el Servicio como médico adjunto, enseñando los primeros pasos a todo el que llega, sujetando la mano del médico residente cuando da los primeros puntos o cuando saca el primer injerto o atendiendo las llamadas de socorro que todos le pedimos de vez en cuando. En nombre de todos, muchas gracias, don José; muchísimas gracias, Antonio.
Don Felipe dedicó su vida a la Dermatología, tuvo paciencia para conseguir sus objetivos. Decía Buffon que el genio no es sino una gran aptitud para la paciencia, y Dostoievski pensaba que el genio no era más que una larga paciencia mantenida. Don Felipe fue un arquetipo de la «voluntad paciente», siempre dispuesto a empezar de nuevo una y otra vez. Valía la pena.
Hasta el Cielo. Gracias por todo, don Felipe.
Salvio Serrano Ortega
Profesor titular de Dermatología Médico-Quirúrgica
y Venereología de la Universidad de Granada
Felipe de Dulanto: presidente de la Sección Regional de Andalucía Oriental AEDV. Trascendencia de un excelente docente y clínico en Andalucía
Señor presidente, señoras y señores académicos:
Lo que más limita la calidad de unas palabras, decía Marañón, es el tenerlas de antemano proyectadas. Más limitada será esa calidad cuando además de proyectarla se traen escritas. Al improvisar, los sentimientos brotan directamente del corazón y ello sería oportuno que así fuera cuando el motivo de esta reunión es recordar al profesor don Felipe de Dulanto Escofet. Las palabras escritas, sin embargo, no siendo espontáneas, son más reflexivas y ello concierne también a esta sesión.
No deseo continuar sin antes recalcar sus muchas y grandes virtudes, las que para mí fueron las más sobresalientes:
--El gran amor a la profesión médica, su vocación a la misma le llevaba a su entrega total sin condiciones de tiempo e intensidad.
--El ser hombre generoso hacia todos los demás; jamás le oí censurar a nadie y cuando algo no le agradaba lo manifestaba con un guiño, con una mueca, pero nunca con una inoportuna palabra. No era sin embargo, generoso consigo mismo, se imponía siempre su deseo de escudriñar en lo desconocido y ello le condicionaba una generosa dedicación de su tiempo.
--Era persona cauta obrando siempre de la manera más ética. Hombre, pues, cauto y ético.
--Junto a estas cualidades, y dependiendo de ellas, yo destacaría el sentido del deber dentro de la más férrea disciplina que alcanzaba las cotas más altas cuando se trataba de una investigación. De ahí que sintiera gran admiración por quienes tenían deseo de realizar una tesis doctoral. Consideró siempre que todo doctorando era digno de alabanza fuera su tesis buena o regular, ya que entrega su persona a una disciplina, la disciplina que se precisa para desarrollar un programa ciñéndose a los cánones de la verdad.
--Junto a estas cualidades de generosidad, ética, escrupulosidad, pragmatismo y disciplina tenía, como queda dicho, una gran adición al trabajo mezclado a gran sentido del humor. Recuerdo que en último Congreso al que asistió nuestro profesor en Málaga (año 1985) quiso que yo fuera el ponente del capítulo «Dermatología social». Me referí a la tesis del profesor Kedrow de Moscú, quien sostenía la teoría que la vida, al nacer una persona hoy día, tiene cuerda para 200 años. Eran tiempos de transición, el doctor Dulanto sabía que siempre he sido un conservador en mis ideas políticas; al salir de la sala se acercó y me dijo: «Marcelo, con que Kedrow, ¿eh?», dando a entender que yo estaba reciclándome probablemente.
En un congreso en Casablanca que él presidió conjuntamente con el profesor Rollier, mano derecha del profesor Degos, presentó el doctor Crespo Galiana un trabajo titulado «La medicina en la Málaga musulmana». Aquello fue seguido con gran interés por los marroquíes e hizo que al día siguiente toda la prensa se hiciera eco de ello. Salimos del hotel Marhaba, donde nos hospedábamos, para comprar el periódico. En el primer kiosco lo hicimos, viendo en la primera página referencia del congreso; como era natural venía en portada una gran fotografía del profesor Dulanto; sin embargo, por el interés suscitado con el tema «La medicina en la Málaga musulmana», por el impacto producido, al pie de la fotografía se leía «El profesor Crespo Galiana». El profesor se limitó a decir: «Se han equivocado de foto.»
Como presidente de la Academia, Sección Andaluza, llevó a cabo una sorprendente actividad:
--Reuniones periódicas en Málaga, Jaén, Sevilla, Granada, Antequera, etc., nombrando en cada provincia a quienes mejor pudieran llevar a cabo los programas que él iba personalmente indicando. No hubo tema que no analizara: la Cosmética, cuando tal rama era considerada una «bagatela dermatológica (año 1973); accidentes de la cosmética, historia de la cosmética, dermatología mejorativa, etc. Dentro de la Dermatología preventiva y social prestó gran atención a las Dermatosis profesionales. Un capítulo importante para él fue el de las Micosis, tanto que de sus Servicios salieron más de media docena de tesis doctorales referidas a ellas. Siempre tuvo la impresión de poderse encontrar alguna sustancia fúngica que similares a los antibióticos pudieran ser utilizadas en la curación de las enfermedades degenerativas. Junto a las micosis dio singular importancia al estudio de las Enfermedades de transmisión sexual, y en toda reunión siempre hubo una dedicación especial para la Dermatología quirúrgica. Prestó atención a los cursos de investigación sin olvidar la Dermatología en las enfermedades endocrinas, las enfermedades degenerativas y de forma singular el estudio del melanoma.
--Realizó la fusión de las dos secciones de la Academia, sección Oriental y Occidental, lo que redundó en un mejor conocimiento entre los Académicos de la región andaluza y su unidad provocó, sin duda, un aumento de su actividad.
Conocía a todos y cada uno de los académicos, sus posibilidades, sus virtudes y sus defectos. En cada provincia sembró sus conocimientos, fructificando allí centenares de especialistas formados por él. El 75% de los dermatólogos que ejercen en el sur de España obtuvieron sus credenciales del profesor de Dulanto. Citar a todos en lo que tenía depositada su confianza no es propio, pero sí debo traer a colación algunos nombres como los de los doctores Crespo Galiana, en Málaga; Sotillo y Conejo Mir, en Sevilla; Lasanta, en Cádiz; Méndez, en Córdoba; González Canales, en Huelva; Sánchez Muros, en Granada, y Larrotcha, en Jaén.
Pasaron por Andalucía tanto profesores nacionales como extranjeros. Entre los primeros hagamos mención de Gay Prieto, Soto Melo, Gómez Orbaneja, García Pérez, Ibáñez Díez y un etcétera interminable; entre los segundos, Perry Robins, de New York; Friederich, de Marburg, por citar alguno.
Lo más importante del profesor De Dulanto es que fue un gran profesor en toda la acepción de la palabra, no solamente supo poner los cimientos de la especialidad en sus alumnos, cimientos sobre los que edificar el edificio de mayor o menor número de plantas según su esfuerzo y desarrollo vocacional, sino que supo formar escuela, formar futuros educadores, profesores que con sus bases supieran transmitir sus conocimientos, surgiendo así un plantel de insignes profesores como Armijo, Camacho, Ocaña, Herrera Ceballos, etc., y un sin número de médicos que optaron por nuestra especialidad gracias al horizonte abierto por él.
Lo que más distingue al profesor De Dulanto es el haber sido el pionero de la Dermatología quirúrgica. Pudo darse tal posibilidad al llegar a nuestra especialidad una persona como él, dotada de hábito quirúrgico; el dermatólogo, decía con frecuencia, tiene que saber manejar el bisturí. Fue sin duda el creador de esta rama de la especialidad.
Tenía, asimismo, vocación por la Medicina preventiva y, ello hizo que fuera, antes de ser catedrático, director de un Centro de Higiene Social, dermatólogo del Estado y médico de la Lucha Antivenérea, cuerpo médico disuelto en el año 1956. Por estar firmado tal Decreto por el ministro de Gobernación, Blas Pérez, lo que suponía la pérdida de 3.000 pesetas al mes a los que formábamos dicho cuerpo, el profesor Dulanto le llamó Blasputín.
La Dermatología ha perdido con la desaparición del profesor Dulanto la persona que formó el plantel de dermatólogos que han hecho despegar nuestra especialidad de la patología médica, todavía en el año 1960 ligada a ella. No olvidemos que el profesor Azúa, fundador de nuestra Academia y de nuestra revista Actas en 1909, fue el primer profesor oficial de nuestra asignatura desde el punto de vista académico y, digámoslo una vez más, Academia, la más antigua de todas las sociedades médicas de España.
El profesor Dulanto ha sido, sin duda, la figura más destacada conjuntamente con Gay Prieto, Sainz de Aja, Javier Vilanova, Sicilia Traspaderne, Álvarez Lowell, Gómez Orbaneja, Peyrí...
Desde la Nouvelle Practique de Darier a la Dermatología actual hay un abismo, pero un puente para pasarlo a través del tratado de Dermatología Médico-Quirúrgica de Dulanto.
Wilhem Dilthey, uno de los grandes pensadores, decía que el hombre no es razón, sino historia; no es naturaleza, sino biografía, y eso lo reunía nuestro maestro. El arte de vivir, dice el profesor Rojas, arranca precisamente de tener claro qué quiere uno tener. Don Felipe tenía los pies en la tierra, conocía el suelo que pisaba, oteaba el horizonte y con ello tenía una perspectiva mayor que los demás. Siempre tuvo una filosofía de la vida coherente y positiva. Llevaba en su macuto tres cosas: voluntad de ser coherente, valentía para ir, si hacía falta, contra corriente, y humanidad, la humanidad para ver siempre en el otro a alguien de quien ocuparse con capacidad ilimitada de amor. Don Felipe fue feliz porque lo más humano, lo más espiritual lo tuvo en su esposa, doña Carmen; nuestro recuerdo ahora hacía ella que además su cariño siempre le supo dar su apoyo y ayuda.
Tuvo, bien es verdad, un condicionamiento que favorecía su forma de ser y actuar, el ambiente que tuvo la fortuna de encontrar en su entorno, ese ambiente maravilloso que da la Alhambra, en donde la poesía enseñorea todas las demás artes, lugar donde más se puede soñar, hubiera podido decir Washinton Erving.
Dos eran los ingredientes de su vocación médica: vocación de investigar, de correr en pos de la verdad, y vocación de enseñar, la de maestro. La esencia de los aspectos que debemos resaltar al final de mi intervención es su condición de maestro. Marañón decía en cierta ocasión, que maestro es diferente de profesor. El profesor sabe y enseña, pero el maestro sabe, enseña y ama; solamente se aprende de verdad cuando se enseña lo que se ama.
Tenía interés además de enseñar cosas, interés en enseñar modos, que es superior a enseñar cosas. Es necesario, como decía Cervantes, enseñar a sus discípulos el camino más que la Posada.
Terminaré ésta mi intervención con un verso que nos haga recordar a don Felipe cariñosamente, sabiendo que la vida tiene un final así para todos:
Pasa el tiempo, vuela
y va ligero y no volverá
y erraría quien pidiera
o que el tiempo no se fuera
o volviera el tiempo ya.
Y termino con una poesía de Unamuno:
¡Irreparable! ¡Irreparable! ¿Lo oyes?
¡Irreparable!, sí, nunca lo olvides,
es como el río en que unas mismas aguas
jamás se asientan.
Marcelo Arce Aviñó
Presidente de honor de la Academia Española
de Dermatología y Venereología
Felipe de Dulanto: apertura a Europa y contactos internacionales
Conocí a don Felipe el 20 de enero de 1970, y digo conocí porque, al margen de que había sido mi profesor en 1969 y que luego me mantuve en el Departamento en calidad de médico interno interino, no fue hasta esa fecha cuando supe que don Felipe era una persona con entrega absoluta a la Universidad. Fue aquel día en que se me concedió la calificación de premio extraordinario en la licenciatura cuando don Felipe me hizo partícipe de una ley de 1945, no derogada, por la que los premios extraordinarios tenían la categoría de profesores adjuntos y basándose en esa ley me nombró agregado interino de la Escuela Profesional de Dermatología Médico-Quirúrgica de la Facultad de Medicina y 1 año después, terminado mi período de especialidad, profesor adjunto interino de la asignatura de licenciatura Dermatología Médico-Quirúrgica y Venereología. En los años que viví junto a él aprendí todo lo que sé, lo bueno y lo malo, lo bueno he procurado aplicarlo, lo malo he tenido que usarlo en ocasiones.
Una de las cosas buenas que tenía don Felipe es que no se consideraba capaz de estar encerrado en Granada. Él, que se formó en la parte quirúrgica de la especialidad en Alemania, no podía estar quieto asistiendo únicamente a las reuniones anuales de la cátedra del profesor Gómez Orbaneja o a las de la Sección Regional de Andalucía Oriental de la Academia Española porque entonces, aún no sé la razón, no había congresos nacionales o había muy pocos. Por ello don Felipe nos hacía, y digo nos porque difícilmente podría separar del grupo a Miguel Armijo, repito, nos hacía ir a las reuniones de los dermatólogos de lengua francesa y después a las reuniones dermatopatológicas internacionales, y después a las de cirugía dermatológica, y después, y después...
Pero no vayamos tan rápido, volvamos atrás. Volvamos a los primeros años de don Felipe en la Universidad a fin de que podamos entender su espíritu expansivo y formativo «de y para» la Dermatología internacional.
Antes de conocerle, don Felipe, en su etapa de profesor asistente de la cátedra de Dermatología de Barcelona, comenzó diferentes contactos con la dermatología francesa y alemana que le llevó a los nombramientos de miembro correspondiente extranjero de la Sociedad Francesa de Dermatología en 1957 y de la Deutsche Dermatologische Gesellsohaft el mismo año. En junio de 1958 fue pensionado por el Ministerio de Educación Nacional para formarse en Hamburgo en el Instituto de Cirugía Plástica y Maxilo-Facial de la Universidad, obteniendo el título de especialistas en Cirugía Plástica en 1963, y en 1967 la concesión de la Escuela de Cirugía Reparadora en Granada. En 1970 fue nombrado socio honorario de la Sociedad Portuguesa de Dermatología, en 1972 correspondiente de la Sociedad Argentina de Dermatología y en 1973 miembro asociado de la British Association of Plastic Surgery. Entonces, ya denominada nuestra especialidad desde 1962 como «Dermatología Médico-Quirúrgica», se conocía la parte quirúrgica como «cirugía plástica dermatológica».
Entré a formar parte del Departamento en julio de 1969, cuando don Felipe estaba preparando, junto a los doctores Sánchez Muros, Ocaña, Martín, Capilla y Armijo, el VII Congreso Hispano-Portugués de Dermatología Médico-Quirúrgica, que se celebró en Granada del 22 al 25 de octubre de 1969. Allí comprobé sus magníficas relaciones con la dermatología portuguesa y con algunas de las cátedras españolas. Y casi sin tiempo para enterarme se me encargó de la presentación de una comunicación a la V Reunión Anual de la Cátedra de Dermatología del profesor Gómez Orbaneja en el Hospital Clínico de San Carlos el 31 de enero de 1970. Entonces entendí lo que suponían los derechos adquiridos por la antigüedad en la obtención de las cátedras con la presentación de mi comunicación en primer lugar, seguido de Jaime Toribio en representación de la cátedra de Valladolid del profesor Pedro Álvarez Quiñones, que era el siguiente en el escalafón. Y allí conocí a los profesores Gay Prieto, Gómez Orbaneja, Álvarez Quiñones, García Pérez y Piñol. Y también a José María Mascaró, Luis Iglesias, Evaristo Sánchez-Yus y otros.
Sirviendo de prólogo la última frase anterior, voy a comentar la etapa de la «reunificación de la Escuela Catalana de Dermatología». El 14 de marzo de 1971 José María Moragas organizó el I Seminario Internacional en Dermatología. Quince días después volví a Barcelona para asistir al Curso de Fotobiología Aplicada a la Dermatología, que en este caso organizaba el profesor Joaquín Piñol. Y el 22 de mayo de ese mismo año nuevamente volvimos a Barcelona para asistir a la II Reunión Internacional de Dermatología que también organizó el profesor Piñol. Distintas situaciones en oposiciones anteriores habían llevado a malos entendimientos entre las entonces cátedras de Granada y Barcelona, situación que quedó solucionada en la siguiente reunión de Madrid, es decir, en la VII Reunión de la Cátedra del profesor Gómez Orbaneja que tuvo lugar los días 8 y 9 de abril de 1972. En noviembre de ese mismo año se celebró en Zaragoza la llamada Reunión Anual de la Academia Española de Dermatología, en la que don Felipe presentó una ponencia que denominó «¿Aumentan los melanomas malignos?»
Desde 1973 a 1975 hubo varios eventos en los que las relaciones nacionales y especialmente las internacionales se hicieron más consistentes. Del 31 de mayo al 3 de junio, el XIV Congreso de la Asociación de Dermatólogos y Sifiliólogos de lengua francesa, en Ginebra. También en junio tuvo lugar en Salamanca, organizada por el profesor García Pérez, la Reunión de la Sociedad Portuguesa de Dermatología. Y el 29 de septiembre la III Reunión Internacional de Barcelona. En 1974, 13-14 de marzo, acudimos a París a la Reunión de la Sociedad Francesa, el 21 de junio a Madrid a la Reunión Científica de la Academia Española de Dermatología y Sifiliografía. Y en 1975, del 12-13 de marzo en París nuevamente la Reunión de la Sociedad Francesa, y del 27-28 de septiembre la IV Reunión Internacional de Barcelona, desde nos trasladamos a Madrid para asistir a las oposiciones de las agregadurías de Dermatología de Granada y Barcelona. Los que allí estuvimos fuimos recibidos con olor a pólvora y traca de pistola, pero al final Miguel Armijo y Antoni Castells fueron propuestos para las plazas.
Ya he dado demasiados datos y tengo que ir acabando, pero de 1975 a 1980 fueron mis cinco últimos años junto a don Felipe, ya con Miguel Armijo en Salamanca, hay aún mucho que contar. Trataré de resumir. En marzo de 1976 acudimos a las Jornadas de París y de allí a Lille, a la Reunión de la Filial del Nordeste de la Sociedad Francesa donde, como profesor invitado, actuó don Joaquin Piñol. En mayo de 1977 se celebró, de nuevo en Zaragoza, la Reunión de la Academia Española de Dermatología; en marzo de 1978 las Jornadas de París, y el 15 de abril de ese mismo años la Sesión Necrológica a don Joaquín Piñol.
Si hasta entonces nos habíamos dedicado a asistir a las reuniones españolas y francesas, el 16 de junio de 1978 comenzó la reapertura a Alemania, y el reencuentro de la dermatología española con la dermatopatología, pues en esa fecha se celebró en Munich el I Symposium sobre «Diagnóstico diferencial histológico de las enfermedades cutáneas», con Ackerman y Clark como profesores invitados, al que acudimos muchísimos españoles. En septiembre de 1978 fundó en Marrakesh la Internacional Society for Dermatologic Surgery junto a un grupo de dermatólogos europeos, como Antonio Picoto o Eckart Haneke, y americanos, como Perry Robins o George Popkin. Y de allí a Valladolid para asistir al IX Congreso Hispano-Portugués de Dermatología.
En marzo de 1979 asistimos a las Jornadas de París, y del 7 al 13 de octubre en Lisboa al I Congreso Internacional de Cirugía Dermatológica con don Felipe como presidente de honor.
Y sigo a grandes saltos. La primera semana de febrero de 1980 se celebró en Granada el I Curso Internacional de Cirugía Dermatológica con prácticas directas en quirófanos o retransmitidas por circuito de televisión, en el que fueron profesores Hugo Constantin Friederich, de Marburg, y Perry Robins, de New York (Fig. 1). Y en el fin de semana, el Congreso Nacional de Dermatología «Homenaje a los 25 años de don Felipe como catedrático de Granada», que comenzó con el symposium de Tricología. Para mí como organizador fue algo inolvidable. Allí coincidieron don Felipe y William Montagan, sin olvidar que acudieron todos los responsables de cátedras, departamentos, servicios, secciones y muchos otros dermatólogos, discípulos, compañeros y amigos para unirse al homenaje.
FIG. 1.--Don Felipe de Dulanto entre el autor y el doctor Perry Robins.
El 14 de marzo de 1980 fuí propuesto para la plaza de profesor agregado de Málaga, pero realmente no me separé de don Felipe hasta el 29 de julio de 1981, cuando me trasladé a Sevilla. En ese año acudimos al II Congreso de la Sociedad Internacional de Dermatología que se celebró en París, a la VI Reunión Internacional de Dermatología de Barcelona que organizó el profesor Mascaró, preparamos la edición del libro «Dermatología médico-quirúrgica», escribimos el número diez del volumen VI (1980) del Journal of Dermatologic Surgery and Oncology sobre «Quemaduras» en el que don Felipe fue el «guest editor», y pocos días antes de incorporarme a Sevilla asistimos don Felipe, Miguel Armijo y otros muchos españoles al 2nd International Dermatopathology Symposium que se celebró en Londres.
En octubre de 1981 presidió en Granada el III Congreso de la Sociedad Internacional de Cirugía Dermatológica. Fue un magnífico presidente. Aún nos dio tiempo a coincidir en diversas reuniones nacionales e internacionales, como las reunificación de las Secciones Regionales Andaluzas de la Academia Española, o al VI y VII Congresos de la Sociedad Internacional de Cirugía Dermatológica celebrados en Roma y Barcelona, antes de publicar el libro «Cirugía dermatológica», que, siendo la ilusión de su vida, no pudo disfrutar como doña Carmen, Carmen, Enrique, Miguel Armijo, yo mismo y otros muchos discípulos hubieran deseado.
Y así, poco a poco, se fue apagando, pero la huella que dejó en el camino nadie la puede borrar, ni nadie quiere borrarla porque ha sido nuestro embajador quirúrgico internacional y de la mano de la cirugía ayudó a la mejora de las relaciones de la Dermatología clínica. Que el pasado mes de marzo, en New Orleans, se instituyera el Premio Felipe de Dulanto, este año con una dotación de 4.000 dolares, donados por su admirador y amigo el doctor Larry Field, no es más que un signo, una señal, un reconocimiento, un agradecimiento, un algo... un algo que probablemente hayan sabido entender mejor en la dermatología internacional que en la nacional. Pero así es la vida y no voy a citar frases hechas. Permítanme que termine con un sencillo «gracias don Felipe», y dando paso a su hija, Carmen Dulanto, para que con su presentación cierre esta Sesión.
Francisco M. Camacho
Felipe de Dulanto, persona y padre
Ante todo quiero dar las gracias a los profesores F. Camacho, F. Grimalt, P. A. Quiñones, J. Ocaña, S. Serrano, y al doctor M. Arce, en nombre de mi familia y en el mío propio, por la semblanza que han hecho de mi padre, el profesor De Dulanto. Y también a la Academia Española de Dermatología y a su presidente, el profesor Iglesias Díez, que lo han hecho posible. Y a todos los asistentes que con su presencia han honrado su memoria.
El profesor Camacho nos pidió que se cerrara este acto hablándoles sobre el profesor Dulanto como padre y persona, que además compartía con sus hijos la misma profesión y especialidad, lo que ha favorecido que fueran muchos momentos de la vida, tanto familiar como profesional, los que hemos podido compartir y disfrutar juntos: viajes, congresos, diversos trabajos, etc.
Nuestro padre, como ya se ha mencionado, nació en Tarragona y vivió también en Villanova i la Geltrú y en Barcelona, donde estudió Medicina.
Hijo único, siempre quiso entrañablemente a sus padres. No pudimos conocer a los abuelos «Madrona y Enrique», y tampoco mi madre, pues habían fallecido. A ellos les debemos, no obstante, gratitud por la formación que dieron a nuestro padre. No pudieron ver sus triunfos en la vida, pero sin duda sabían que tenía «madera» más que suficiente para lograr sus propósitos.
Cuando nuestros padres se conocieron y tomaron la decisión de formar una familia, fue realmente un hecho trascendental. Al no tener más hermanos, la familia lo era todo para él.
Mis padres han sido una pareja de las que se quieren y complementan mutuamente, y esta «fuerza», desde pequeños, la percibimos siempre.
Puedo afirmar que mi madre sólo tuvo una rival importante: la Dermatología. Él no tenía mucho tiempo libre, pues era una persona que trabajaba mucho, pero disfrutaba de los ratos en que la familia se encontraba reunida. Adoraba el mar. Solía decir con frecuencia que de no haber sido médico le hubiera gustado ser marino.
Casi todos los fines de semana se marchaba a su casa de Velilla, en Almuñécar. Le encantaba dar largos paseos y le gustaba que alguien le acompañase charlando por el camino. En las noches de verano, de pequeños, solía enseñarnos el cielo, como él decía: «Mirar..., la Osa Mayor..., la Menor...». También disfrutaba nadando, tanto en la mar como en la piscina. Era un experto nadador y, por supuesto, siempre tenía sus ratos, por la mañana y por la tarde, en los que trabajaba o leía en su despacho. Artículos, libros, cartas de pacientes, preparación de clases o de conferencias... Tenía una vasta cultura y te podía hablar de gran diversidad de temas: historia, literatura, geografía, etc. De pequeños solíamos decir que no necesitábamos «Enciclopedia», pues teníamos a nuestro padre. Era muy disciplinado y ordenado, con una asombrosa memoria y una privilegiada agilidad mental, y sobre todo, lo que yo más he admirado en mi padre, su gran tesón para poder llevar a cabo sus proyectos unido a una enorme capacidad de trabajo. Por ejemplo, creía que la Dermatología debía de ser una especialidad médico-quirúrgica y lo consiguió desde Granada, ciudad donde desempeñó la cátedra de Dermatología desde 1955 hasta su jubilación, y con la que se identificó por completo. Recuerdo el verano en que se fueron mis padres a Hamburgo, ya que mi padre quería aprender la técnica del labio leporino, y nos quedamos con nuestros abuelos maternos en Granada. Su alemán, aunque su pronunciación no fuese muy buena por su hipoacusia, era fluido y, por supuesto, lo escribía con corrección, lo mismo que el inglés o el francés.
Nosotros le hemos profesado siempre un gran cariño, un gran respeto y una gran admiración. De él aprendimos que en la vida no debe uno dejarse avasallar por las dificultades. Que hay que hacerles frente y procurar vencerlas. Ésta es la mayor enseñanza que mi padre nos dio y que predicó con su ejemplo. Aunque en apariencia resultara serio y tenía un carácter fuerte, cuando se le conocía resultaba una persona entrañable y de una gran humanidad. Siempre fue amigo de sus amigos y sentía un cariño especial por todos los discípulos que habían realizado la especialidad de Dermatología con él. También fue una persona de una gran fe en Dios, creyente y practicante.
Ésta era su expresión (muestra la fotografía que aparece en la portada de la Sesión Necrológica). Siempre, verla, a la familia (lo hemos comentado muchas veces) nos da una gran serenidad: «Lo recuperamos.» En los últimos años, debido a una penosa enfermedad, la habíamos perdido. En ella destaca su mirada profunda, inteligente y bondadosa, acostumbrada a observar no sólo los ojos, sino los labios de las personas. Hacía una labio-lectura sorprendente y genial, y para ello se concentraba por completo en su interlocutor. Estudiaba su expresión, sus gestos y puedo decir que también sabía leer en los corazones. Sus pacientes le adoraban.
Tenemos el pesar de que no haya conocido a sus nietos, que por su enfermedad no pudiera disfrutar de ellos, que, por ejemplo, «no les enseñara a mirar el cielo», aunque yo procuro hacerlo, en su memoria. De sus cuatro nietos, Felipe, Vicente y Victoria, míos, y Lucía, de mi hermano, no sabemos si alguno sentirá atracción por la Dermatología, pero lo que realmente desearía es que hubieran heredado del abuelo Felipe su humanidad, gran fuerza de voluntad y actitud positiva ante la vida.
En Madrid, 22 de mayo de 1999.
María del Carmen de Dulanto Campos y
Enrique de Dulanto Campos,
como hijos de Felipe de Dulanto Escofet