Agradezco sinceramente la llamada telefónica de Esteban Daudén, actual director de la revista Actas Dermo-Sifiliográficas, indicándome que con motivo de los primeros 100 años de vida de esta publicación querían editar unas notas sobre lo que fue y lo que es hoy esta ya anciana y querida Revista, pidiéndome además que por haber participado yo durante muchos años en su publicación, les enviase unos comentarios. Mi amistad y cariño a Esteban Daudén, que representa con la mayor dignidad la tercera generación de brillantes dermatólogos, me obliga a satisfacer sus deseos.
Creo poder dividir esta modesta aportación en dos partes. La primera sobre la Revista en sí y la segunda, sin duda más original, sobre la personalidad de los magnates de la Dermatología española en los años finales de los cincuenta y en la década de los sesenta del pasado siglo, que con sus trabajos de clínica e investigación publicados casi exclusivamente en Actas, consiguieron mantener la continuidad y el interés científico de sus lectores.
En cuanto a la propia revista se refiere, solamente me cabe dar mi testimonio de admiración. Los que tenemos la suerte de poder contemplar en una mano el número 1 de 1909 y en la otra el volumen 100 de 2009, siendo además conocedores de los graves problemas de todo tipo que han surgido durante estos 100 años, nos parece un auténtico milagro su supervivencia.
Actas nació como necesidad de difundir las enseñanzas de la recién fundada Academia Española de Dermatología, en cuya sede se reunían una vez al mes un grupo de dermatólogos entusiastas para comentar entre ellos los problemas de diagnóstico y tratamiento de los enfermos vistos durante el mes, habitualmente procedentes del Hospital San Juan de Dios. Pronto se vio la necesidad de hacer llegar estas enseñanzas a los especialistas que no podían acudir personalmente a la citada reunión. Se nombraron varios académicos, con la misión de tomar notas escritas de todo lo que allí se comentaba verbalmente y así surgieron los Secretarios de Acta, que aportaban el material para la construcción de la Revista.
Estos primeros números, que sin duda supusieron un gran esfuerzo para el entusiasta grupo de académicos que componían la Revista, se ven hoy casi como una hoja parroquial, repartida entre un escaso grupo de amigos, con muy escasa difusión. No voy a entrar en detalles históricos, pues están recogidos por el Dr. del Río en el número 1 del volumen 100, con la claridad y minuciosidad propios del autor.
Así mismo los trabajos de Conejo Mir, Daudén y colaboradores completan lo que es hoy la Revista y sus planes de futuro de Actas.
Si difícil fue el comienzo hace 100 años, igual o más complicado debe seguir siendo para el grupo que dirige Daudén, con Isabel Longo, Diego de Argila y José Manuel Carrascosa, mantener y mejorar el estado actual de la Revista, habiendo conseguido con una calidad de impresión, una difusión internacional máxima y una selección estricta de sus artículos, que los más prestigiosos especialistas, nacionales y extranjeros, la hayan elegido como el mejor vehículo para la difusión de sus trabajos, con la misma garantía que les puede ofrecer la mejor revista europea o americana.
En la segunda parte me ha parecido más original hacer unos comentarios sobre la personalidad de los tres principales actores que dominaban la Dermatología española durante los años 1950 a 1975. Ellos y sus escuelas fueron los que llenaron los trabajos científicos de Actas y les debemos agradecer, ya desde la historia, su valiosa colaboración.
Estos tres principales actores estaban representados por los profesores José Gay Prieto, José Gómez Orbaneja y Xavier Vilanova. Tal vez unas anécdotas puedan reflejar sus especiales caracteres.
El profesor Gay emanaba fuerza a distancia y su presencia llenaba siempre cualquier escenario. De mediana estatura y siempre elegantemente ataviado, con camisas de seda y zapatos de cocodrilo, en todas sus comunicaciones a la Academia era escuchado en silencio sin que nadie se atreviese a contradecirle, salvo algún miembro de la escuela de Orbaneja. Lo brillante de sus intervenciones era comparable con sus aderezos de imaginación.
Me voy a permitir citar una anécdota que le retrata. En el Congreso Internacional de Munich del año 1967, Gay llevaba una ponencia sobre vasculitis, tema muy puntero en ese momento. Unos momentos antes de iniciar su ponencia, mientras se tomaba un café, le preguntó al Dr. Jaqueti, entonces su agregado de cátedra: «Diga Ud. Gerardo, ¿qué es eso de las vasculitis?». El Dr. Jaqueti tiró de pluma y papel y en unos minutos le hizo un brillante esquema que el Dr. Gay miró unos segundos y guardó en su bolsillo. Ya en el comienzo del tema dejó en primer lugar que hablasen los otros tres conferenciantes con los que compartía la ponencia. Les escuchó atentamente, no tomó por escrito ni una sola nota y cuando le correspondió su exposición, sin ningún papel de guión, dio la mejor lección sobre tan complicado tema. Tanto Jaqueti como yo, que les acompañaba, fuimos calurosamente felicitados por estar bajo las enseñanzas de tan ilustre maestro. En este mismo Congreso D. José Gay fue nombrado presidente del Comité Internacional de Dermatología, el cargo más importante de la Dermatología internacional. No supo o no quiso hacer una escuela numerosa, siendo el profesor Jaqueti prácticamente su único heredero.
Con el profesor Orbaneja no tuve ningún trato, pero siendo sin duda menos brillante, supo transmitir todo su saber a sus numerosos discípulos, a los que ayudó con el máximo interés a obtener cátedras y prestigio. Entre éstos debemos citar a los profesores Quiñones y García Pérez, Antonio Ledo, Luis Iglesias, Amaro García y tantos otros que mantuvieron y aumentaron el prestigio de su escuela.
Con el profesor Vilanova tuve mayor contacto, ya que coincidí como Secretario de Actas en los años en que Don Xavier fue presidente de la Academia Española. Durante los años de su presidencia se desplazaba puntualmente a Madrid una vez al mes para presidir la sesión mensual de la Academia. Se alojaba en el Hotel Palace y yo, como redactor jefe, acudía al hotel para llevarle en mi modesto Renault hasta la calle Sandoval, sede de la Academia. Durante el viaje me hacía bastantes confidencias y se mostró siempre especialmente afable. Guardo algunas anécdotas de estos contactos, pero entre las que recuerdo la que señala mejor su sentido del humor se desarrolla en una tarde que saliendo del hotel se encontró con un amigo catalán que estaba también allí hospedado, y que como es habitual en nuestra especialidad, le asaltó para hacerle una consulta: «Xavier, por favor, me vas a mirar esta verruga a ver qué te parece». Don Xavier se colocó sus gafas y le dijo: «No lo veo muy bien, pero no me gusta nada. En cuanto llegues a Barcelona pásate por mi despacho». Una vez nos quedamos solos, D. Xavier, dirigiéndose a mí me comentó: «Pagar no me va a pagar esta consulta, pero esta noche no duerme».
D. Xavier Vilanova mantuvo el máximo prestigio de la Dermatología española que supo extender desde Francia a toda Europa. Este prestigio se ha mantenido y sin duda ha aumentado con numerosos discípulos como Joaquín Piñol y José Cabré, ambos precozmente desaparecidos, y José María Mascaró, que sigue joven en la brecha.
Pero dejando aparte estos comentarios sobre la personalidad de estos tres maestros, por la influencia que con su labor han reflejado en esta Revista, queremos señalar cómo la historia de la Dermatología queda también reflejada en Actas. Los primeros números se dedican a casos de diagnóstico clínico y rudimentos de terapia local. Siguen ya a finales de los años cuarenta las primeras publicaciones sobre terapia sistémica, que va a cambiar la especialidad. La penicilina en la sífilis, la antibioterapia en las uretritis gonocócicas y no gonocócicas, griseofulvina en las dermatoficias, los corticoides que van a cambiar el diagnóstico de las dermatosis ampollosas y las colagenopatías. La influencia transformadora de estos tratamientos se pueden revisar históricamente repasando nuestra Revista.
El éxito de estos tratamientos dio lugar a una erradicación casi total de las enfermedades infectocontagiosas, que habían sido hasta entonces la principal fuente de abastecimiento de la consulta dermatológica. A esta disminución de dicha enfermería se unió la mala defensa de los dermatólogos ante la invasión de otras especialidades como la Reumatología, la Microbiología clínica y la Oncología, entre otras, que ayudaron a disminuir la enfermería clásica, lo que obligó a introducir nuevas técnicas como la cirugía dermatológica, que comenzó el Dr. Dulanto y cuya labor con sus discípulos Armijo y Camacho se puede ver muy bien reflejada en Actas.
Últimamente también Actas ha sido testigo de la llegada de la dermocosmética, que con sus infiltraciones y tratamientos de láser ha rentabilizado las consultas. Pero esta es otra Dermatología. La Dermatología ha muerto, viva la Dermatología.