Actas Dermosifiliogr., 1998;89:495-503
HISTORIA DE LA DERMATOLOGÍA
José Eugenio de Olavide (1): biografía, actividad asistencial, docente y académica(*)
Resumen.--Éste es el primero de una serie de artículos dedicados a estudiar la vida y la obra de José Eugenio de Olavide, fundador de la Dermatología en España. Nació en Madrid en 1836. Fue médico del Hospital de San Juan de Dios, que estaba dedicado a la venereología desde su fundación en el siglo XVI, y en el que Olavide creó el primer servicio de Dermatología de España. Además de su actividad profesional, desarrolló una labor de enseñanza práctica libre en el mismo hospital. Asistió al primer Congreso Internacional de Dermatología en París (1889). Fue miembro de la Academia Médico-Quirúrgica de Madrid y de la Real Academia Nacional de Medicina. Fue también médico de la Familia Real. Falleció en 1901, a los 65 años de edad.
Palabras clave: Olavide. Hospital de San Juan de Dios. Historia de la Dermatología.
EMILIO DEL RIO
ANTONIO GARCIA PÉREZ**
*Servicio de Dermatología. Hospital de Conxo, Complexo Hospitalario Universitario de Santiago de Compostela. **Catedrático emérito de Dermatología. Universidad Complutense, Académico de la Real Academia Nacional de Medicina.
Correspondencia:
EMILIO DEL RÍO DE LA TORRE. Aldea Nova, 155. 15864 Ames (A Coruña).
Aceptado el 23 de marzo de 1998.
(*) Este artículo es la primera entrega del estudio que obtuvo el premio Prof. Piñol 1997, de Laboratorios Isdín.
Según Laín Entralgo, una especialidad médica nace y se consolida cuando el volumen del saber médico lo exige y la formación de grandes ciudades le ofrece un marco social y económico (1). Estas circunstancias se dieron para la dermatología en Madrid en la segunda mitad del siglo XIX, y José Eugenio de Olavide fue el protagonista más destacado de esta puesta en escena. Es, en realidad, el iniciador de la dermatología española como especialidad independiente de la venereología, ya que la dermatología, entendida en sentido estricto como especialidad dedicada al estudio de las enfermedades de la piel y sus anejos, era hasta entonces «la hermana pobre» de la venereología, exactamente al contrario de lo que sucede hoy.
En este primer trabajo expondremos en sucesivos apartados la biografía y la actividad asistencial, docente y académica de Olavide, quedando para trabajos posteriores el estudio de su concepto y filosofía de la Dermatología, y el de sus grandes obras: su Tratado de Dermatología general y clínica iconográfica de las enfermedades de la piel o dermatosis (Madrid, 1871), el museo de modelados en cera del Hospital de San Juan de Dios y la creación del laboratorio micrográfico de este hospital.
BIOGRAFÍA
Las cuatro fuentes más importantes sobre Olavide que hemos encontrado son una semblanza de López de la Vega publicada en el Anfiteatro Anatómico Español en 1874 (2), un discurso leído por Fernando Castelo en una solemne sesión necrológica de la Beneficencia Provincial de Madrid con motivo de su fallecimiento (3), el expediente de Olavide que se conserva en el archivo de la Real Academia Nacional de Medicina (4), y su expediente como médico del Real Patrimonio (5). Además de estas fuentes fundamentales, también se encuentran en la literatura dermatológica e histórica otros trabajos con referencias a nuestro autor (6-23), algunos de ellos, bastante recientes (20-23).
Olavide nace en Madrid el 6 de septiembre de 1836, según refiere él mismo en su currículum (4, 5). Así lo hace constar también su biógrafo López de la Vega (2). En este punto, debemos rectificar a Calap y cols. (20), que sitúan su nacimiento «entre 1837 y 1838», y a Álvarez Sierra (19), que lo fecha en 1838. Fue hijo de José María de Olavide, «cirujano latino» (2), lo que quizá influyera en la dedicación del joven Olavide a la medicina, y de doña Juliana Landazábal.
Olavide nace en Madrid y en Madrid desarrolla toda su actividad, con escasas y breves salidas al exterior. Es un producto típico madrileño y, para comprender mejor algunos avatares de su biografía, interesa centrarle en la época histórica que le tocó vivir, los dos últimos tercios del siglo XIX, en los que hay una increíble profusión de acontecimientos. Olavide conoció la regencia de María Cristina, la Reina Gobernadora (1833-1843), el reinado de Isabel II (1843-1868) hasta que la revolución de 1868 la destronó, la etapa de la revolución, «la Gloriosa» (1868- 1870), el reinado de Amadeo de Saboya (1870-1873), la primera República (1873-1874), la restauración con Alfonso XII (1875-1885) y la menor edad de Alfonso XIII bajo la regencia de María Cristina de Habsburgo (1885-1902). En algún momento de su vida y su obra influirán algunas de estas alternativas, aunque, desde luego, él nunca tuvo parte activa en la política.
Hizo sus estudios primarios en las Escuelas Pías de San Fernando y, después, en el Instituto de San Isidro, obtuvo el grado de Bachiller en Filosofía por unanimidad a los 13 años (1849) (4). Estudia Medicina en la Facultad de la calle de Atocha, con sobresaliente en todos los cursos excepto en tercero, que fue notable, obteniendo el grado de Bachiller en Medicina «por unanimidad y censura de Sobresaliente y Premio Extraordinario por oposición», y en 1858, después de los siete cursos más el preparatorio de que entonces constaba la carrera, el de Licenciado, también «por unanimidad y censura de Sobresaliente y Premio Extraordinario por oposición» (4). En 1853 obtuvo el premio de Anatomía «Dr. Fourquet», que se concedía y se concede aún por votación de los propios alumnos, y de 1855 a 1858 fue alumno interno de la Facultad de Medicina por oposición con el número uno, sirviendo en las clínicas de los doctores Sánchez de Toca, Calvo, Soler, Solís, Santero, Drumen y Alonso del Hospital General de Madrid. Cursa en 1859 el doctorado, que entonces sólo eran dos asignaturas, «Historia de la Medicina» y «Análisis química» (sic), y en ese mismo año, el 20 de septiembre (4), obtiene el grado de doctor con una tesis filosófica, como se estilaba en la época, con un curioso título: «¿Existen puntos de semejanza entre el metodismo y el dogmatismo?», publicada después como opúsculo (24), y calificada de Sobresaliente por unaminidad y Premio Extraordinario, «el primero que se concedía en el doctorado, con medalla de oro y título gratis» (sic) (4). En el verano de 1858 hace «estudios libres en París durante un curso de verano», con los doctores Bouillard, Audral, Trousseau (internistas) y Velpeau, Maisoneuve, Bequerel, Nelaton y Chassagnac (cirujanos), y en Burdeos con el doctor Guitrac (4, 5).
Sabemos poco de su vida privada. Tan sólo que el 10 de diciembre de 1861, S. M. la Reina Isabel II le concede su real permiso para contraer matrimonio con doña Mariana Malo y Calvo, hija de don Joaquín Antonio Malo, médico, y de doña Petra Vicente Calvo (5). Sabemos también que tuvo un hijo, José Olavide Malo, que fue médico y dermatólogo, y que en 1861, antes de su matrimonio, vivía en la calle de Embajadores, n.º 6, entresuelo derecha.
En abril de 1858, recién licenciado, obtiene el número uno entre los venticinco aspirantes presentados en la oposición para Médicos del Real Patrimonio, siendo destinado al Real Sitio de El Pardo. En septiembre de 1861 pasa a los Reales Sitios de la Casa de Campo, la Florida y la Montaña del Príncipe Pío; en junio de 1867, a los Reales Sitios de Madrid y en agosto de 1868 asciende a médico de la Real Familia. Poco le duró este último cargo: la revolución de septiembre de 1868 le despide con un escueto y seco oficio, con membrete del «Ex-Real Patrimonio» (5):
«Por acuerdo del Consejo, ha sido usted relevado del cargo que desempeñaba de Médico-Cirujano en el Patrimonio que fue de la Corona».
Anejo a este oficio figura la liquidación de sus haberes por cesantía, el 35 % de su sueldo de 14.000 reales. En este documento hay una nota curiosa (5):
«El interesado entró a servir su plaza por rigurosa oposición, debiendo tener muy presente que este puesto no lo debe absolutamente a influencias ni a opiniones políticas, sino simplemente, a sus conocimientos científicos».
No vuelve a haber datos en este expediente (5) hasta el 28 de febrero de 1875, dos meses después de la restauración de la monarquía borbónica con Alfonso XII, confirmándole el nombramiento de Médico de la Real Casa. Esto demuestra que Olavide, como muchos otros funcionarios de Palacio, no prestó sus servicios a la fugaz monarquía de don Amadeo de Saboya, pese a lo cual, mantuvo buenas relaciones con sus Gobiernos, como se podrá ver al tratar de su libro de «Dermatología iconográfica». Continuó como médico de la Real Casa hasta su fallecimiento en 1901, pero su expediente (5) sólo contiene datos administrativos, sin que conste nada de interés que pueda relacionarse con sus actos profesionales cerca de la Real Familia.
En 1861 obtiene por oposición y con el número uno, una plaza de Médico Cirujano del Hospital de San Juan de Dios (2, 4), encargándose en él, según su propio testimonio, de una enfermería con 120 camas (25, 26), aunque Sánchez Rubio le asigna un número de camas sensiblemente menor (27):
Tipográfico de Enrique Teodoro, Madrid, 1888. Olavide representado en su juventud. Este grabado aparece en la portada del número del Anfiteatro Anatómico Español en el que López de Vega glosa su biografía (2). Fotograbado de Olavide, ya de más edad, que publicó Luis Portillo en 1901 en la Revista de Sifiliografía y
Dermatología, con motivo de su fallecimiento (6).
«Consta la clínica dermatológica del señor Olavide de dos salas de hombres, dotadas la una con 20 camas y con 34 la otra (exclusivamente dedicada a la sarna y las tiñas), y de una sala de mujeres capaz para 17 enfermas, pero cuyo número puede aumentarse en caso de necesidad a expensas de la sala más próxima de sifilíticas, en la que siempre figuran las dermatosis de esta naturaleza, que no son pocas.»
Pero lo importante de su servicio no sería que tuviera un número u otro de camas, sino el hecho de ser el primer servicio específicamente dedicado a la Dermatología en España. El Hospital de San Juan de Dios fue fundado en 1552 por Antón Martín, discípulo directo de San Juan de Dios y estaba dedicado sobre todo a las enfermedades venéreas. Se encontraba en lo que hoy es la plaza de Antón Martín. Lo dirigían los Hermanos de la Orden de San Juan de Dios hasta 1837, en que la desamortización de Mendizábal los exclaustró, pasando a depender de la Beneficencia Provincial cuando ésta se creó en 1849. El hospital se trasladó en 1898 a una nueva sede, entonces en el extrarradio (la manzana delimitada por las calles Doctor Esquerdo, Máiquez, Ibiza y Doctor Castelo, que hoy ocupa el Hospital Gregorio Marañón), siendo derruido el primitivo edificio, del que se conservó sólo la iglesia, hoy parrroquia de El Salvador y San Nicolás (28). En un futuro próximo dedicaremos un estudio a este hospital, pero lo que ahora nos interesa es que hasta Olavide, los enfermos dermatológicos eran en él una especie de «subproducto», que se hacinaba en las salas de sarna, tiña y úlceras. Olavide fue destinado a estas salas, y con ello empieza la historia de la Dermatología en España. Lo que no sabemos hoy es si Olavide fue al Hospital de San Juan de Dios por voluntad propia o por azares del escalafón de la Beneficencia Provincial. No lo aclara tampoco su biógrafo López de la Vega (2):
«Saliendo a oposición dos plazas de cirujano de la Beneficencia Provincial, una con destino a San Juan de Dios y otra al Hospital General, fue propuesto en ellas, en el primer lugar de la 19 terna (sic) y con destino al primero.»
En cualquier caso, fuera por azar o por el interés previo de Olavide, lo cierto es que su inquietud científica creó la Dermatología española, en un curioso paralelo con la vocación dermatológica de Hebra, que también había creado pocos años antes la dermatología austríaca y de lengua alemana al ser destinado en 1841 a las salas de sarna del Allgemeine Krankenhaus de Viena (29, 30). En realidad, no parece que Olavide tuviera un interés previo por la Dermatología. En el verano de 1858, que pasó en París, visitó sólo servicios de medicina interna y cirugía, como ha quedado anotado más arriba (5). También en este punto hemos de rectificar a algunos de sus biógrafos, que aluden a supuestas visitas al Hospital Saint Louis de París, donde florecían personalidades como Bazin y Hardy (19). Olavide no dice nada de ello en su currículum, ni lo aluden sus otros biógrafos, ni en su expediente administrativo del Patrimonio Nacional hay más licencias para viajes que las que citaremos después. Fernando Castelo, amigo y compañero de Olavide, comenta así el momento crucial de su dedicación a la dermatología (3):
«Cuando él estudió la dermatología y asimismo cuando comenzó a ejercerla, imperaba en el mundo la escuela francesa de San Luis de París y de la Antiquaille de Lyon, y los médicos de todas partes iban a esos centros a aprenderla, así que en el mundo entero se profesaban las teorías de Alibert, Rayer, Cazenave, Devergie, y posteriormente, de Bazin y Hardy, entre otros. Éstos fueron los maestros de Olavide, y tuvo el mérito de hacerse dermatólogo por su propio esfuerzo, pues las especialidades no estaban en España tan residenciadas y aclimatadas como ahora, y por consiguiente, puede decirse que como especialista, tuvo que hacerse a sí mismo.»
El mismo Olavide se reconoció como autodidacto, aunque discípulo indirecto de la escuela francesa. En el Congreso Mundial de París en 1889, afirmaba (25, 26):
«Cuando me encargué en 1861 de la visita de los enfermos de la piel en el Hospital de San Juan de Dios, la especialidad dermatológica no estaba fundada en mi patria, al menos de una manera práctica, y hube de estudiar en vuestros libros mis primeras nociones científicas. Devergie, Bazin y Hardy, vuestro sabio presidente, fueron mis maestros.»
Olavide ocupó algunos cargos oficiales, como Director-decano del Hospital de San Juan de Dios y Consejero de Sanidad e Instrucción pública. Sabemos también como hecho curioso, que al margen de la medicina, mantuvo alguna actividad empresarial. Así, en un viaje a Cádiz por negocios pesqueros en los que participaba, conoció a Antonio Mendoza, a quien trajo a Madrid para hacerse cargo de su laboratorio micrográfico (3).
Olavide no gozó de buena salud, y a ello hizo alusión su biógrafo Fernando Castelo (3). En su expediente del Patrimonio Nacional (5) hay anotaciones que nos permiten reconstruir en parte su prolija historia clínica. Constan numerosas licencias de uno o dos meses para «tomar las aguas» en algún balneario (hasta trece diferentes), licencias que van siempre acreditadas por certificados de otros médicos de la Real Casa. Así, en 1860 padece «fiebres intermitentes tercianas durante tres meses», contraídas en El Pardo, «en donde son endémicas». En 1865 y 1866 padeció un «vicio herpético con molestias en la boca». Desde 1868 a 1875, por su cesantía temporal, perdemos esta fuente de información, que se recupera en 1875, en que tuvo dos hemoptisis. En 1881 sufre «un intenso reumatismo nervioso crónico», que en 1882 se ha complicado con «una neuralgia reumática, que causa reliquias persistentes en la mano izquierda, con anestesias de los dedos». En 1883 es un «eczema crónico herpeto-reumático de ambas axilas», que sigue activo hasta 1891. En 1893 y 1894 vuelve a tener «dos hemoptisis, con catarro crónico». En 1895 es diagnosticado de «congestión hepática seguida de infarto hepático con dispepsias constantes» (infarto significa aquí aumento de tamaño, es decir, hepatomegalia), que continúa en 1899 y 1900, y que pudo ser la causa de su muerte en 1901.
Olavide falleció el 1 de marzo de 1901, siendo enterrado el día 3 en el cementerio de Santa María, según carta de su hijo José Olavide Malo, en la que comunica a la Real Academia su fallecimiento (4). Uno de nosotros (AGP) ha podido localizar su enterramiento en un nicho del citado cementerio. Debemos aquí rectificar de nuevo a Calap y cols. (20) que dan como fecha del fallecimiento el 2 de marzo apoyándose en las esquelas de la prensa diaria de la época. La Real Academia, siguiendo su costumbre de entonces, celebró en su memoria el 25 de marzo «seis misas rezadas en la iglesia de N.ª S.ª de la Presentación (vulgo Niñas de Leganés), calle de la Reina» (4). El 11 de marzo de 1901 se celebró una solemne sesión del Cuerpo Médico-Farmacéutico de la Beneficencia Provincial dedicada a su memoria, en la que su compañero y amigo Fernando Castelo pronunció un emotivo discurso recordando los rasgos personales y profesionales de Olavide, al que describe físicamente así (3):
«Mediano de talla, su cabeza pequeña... Su mirada, viva y penetrante... Su boca, pronta a contraer-se para expresar la desconfianza o la ironía... Sus manos diminutas... Sus pies, breves... Correcto y pulcro, era lo que se llama un hombre fino. Jamás se descompuso ni en la expresión de sus afectos ni en ninguno de los actos de su vida; ni andaba a prisa, ni reía fuerte ni reñía alto... Su indignación nunca subió hasta la cólera, ni se expresó con el grito.»
ACTIVIDAD ASISTENCIAL
Olavide fue fundamentalmente un clínico. En la literatura médica española de su época podemos encontrar algunos elogios a su labor asistencial (27, 31). Sin embargo, las conclusiones que podemos sacar hoy de los comentarios de sus biógrafos sobre la práctica clínica concreta de Olavide son muy vagos. Tenemos en cambio testimonios directos sobre su actividad clínica, sus interpretaciones patogénicas y sus métodos diagnósticos y terapéuticos en algunas de sus obras, sobre todo, en su imponente Dermatología general y Clínica iconográfica publicado a partir de 1871.
Una característica de la actividad clínica de Olavide fue la importancia que concedió a la micrografía, como entonces se denominaba en conjunto a las nacientes histopatología y microbiología. Olavide fue el creador del laboratorio de San Juan de Dios, contando para ello con la ayuda de brillantes colaboradores, de los que el más importante fue Antonio Mendoza. Así por ejemplo, la técnica de examen al microscopio de las escamas de una micosis, prueba cotidiana en la consulta de dermatología actual, aparece ya perfectamente descrita por Olavide en 1878, en su monografía sobre vegetales parásitos (32):
«Si se raspa la superficie de la placa con un cuchillete y se coloca lo recogido en el porta-objetos de un microscopio, se ven los esporos y el mycelium del tricophyton mezclados con células epiteliales. Si se pone una gota de cloroformo o de la solución de potasa cáustica sobre esta mezcla, todas las células se disuelven y desaparecen, quedando el vegetal limpio y más visible».
Y en cuanto a sus criterios para el tratamiento de las tiñas, se basaban en la depilación (32):
«No hay más que matar el pelo, evitar su nueva salida, impedir que el folículo produzca otro nuevo, quitar, en una palabra al favus el alimento que le sostiene y le da vida, y entonces espontáneamente se marchita y muere también... Si el hombre y los animales careciesen de todo pelo, no existiría la tiña favosa».
La depilación era entonces manual y por métodos bárbaros que Olavide critica así (32):
«La avulsión de los pelos, considerada, con razón por los antiguos necesaria para la curación de la tiña, la practicaban de un modo bárbaro y cruel, con unos parches de pez que llamaban "calotas" de los que tiraban sin compasión cuando se ha-bían adherido a los pelos, arrancándoles por este medio en masa, de una vez, y causando dolores terribles y a veces, lesiones graves en la piel del cráneo.»
Frente a estos sistemas, que se practicaban aún en San Juan de Dios, Olavide propugnó la depilación manual paciente, con pinzas, previo ablandamiento con agua, grasas o cataplasmas. En algunos casos, los pelos no se desprendían fácilmente, y por ello, Olavide sugería (33):
«La depilación en la tiña tonsurante es por dicha fragilidad del pelo muy difícil o imposible en el sitio enfermo, y debe hacerse en la circunferencia del mal para aislarle y evitar su propagación a los pelos próximos.»
La depilación la completaba con antisépticos tópicos, sobre todo sublimado, pomadas mercuriales, aceite de enebro, trementina, «que penetran por capilaridad hasta el bulbo enfermo, y a fuerza de constancia en las unturas, matan el vegetal» (33).
La galénica también interesó a Olavide. Tenía, por ejemplo, muy claros los conceptos sobre las indicaciones de las formas medicamentosas tópicas según las características de las lesiones, y lo dice en estos tres aforismos, que aún hoy podemos refrendar plenamente (33):
«6. El almidón sirve de mucho en las exacerbaciones agudas y fugaces de las dermatosis crónicas».
«62. Las grasas (aceite, manteca, coldcream, etc.) son perjudiciales en todas las dermatosis húmedas, y son por el contrario, muy útiles en las escamosas»
«63. El tratamiento de las úlceras por los ungüentos es casi siempre perjudicial y debe relegarse al olvido... Es muy común en los intértrigos y eczemas húmedos que se presentan en las ingles y en los muslos de los niños de pecho, aconsejar lavatorios y unturas de aceite lavado, yema de huevo, etc., con cuya práctica crece y se extiende el padecimiento. Prohibiendo el uso de las grasas y evitando las mojaduras o lavatorios y aplicando en gran cantidad polvos de almidón es como se curan fácilmente.»
Una de las modalidades terapéuticas en auge en el siglo XIX era la hidroterapia. Olavide no escapó al encanto y la convicción terapéutica de nombres tan sonoros como Archena, Cestona, Alhama de Aragón y otros, y de ello da también fe su ya citada asiduidad a los balnearios como paciente, y aconsejaba la balneoterapia para diversas dermatosis (33):
«50. El tratamiento hidromineral de las dermatosis crónicas debe fundarse en la naturaleza de éstas, teniendo en cuenta la composición y temperatura de las aguas minerales que han de emplearse para combatir la enfermedad constitucional que las sostiene y reproduce.»
«53. En las sifílides del período terciario... son útiles los baños minerales iodurados termales. Arnedillo y Archena llenan bien por su composición y temperatura las indicaciones que se presentan.»
Olavide no se limitó a ser clásico en terapéutica, sino que estuvo abierto a las novedades. De ello da testimonio Fernando Castelo (3):
«Los últimos tratamientos eran ensayados en España por él antes que por nadie; dígalo si no el de los lupus, los eczemas, etc., por la fototerapia, que comenzó a ensayar enseguida en el Hospital.»
LA ACTIVIDAD DOCENTE DE OLAVIDE
Olavide desarrolló una intensa actividad docente, siempre en cursos libres, ya que nunca fue docente oficial. Cuando se estableció la enseñanza oficial de la especialidad como asignatura «no obligatoria» en 1886 (34), fue designado para impartirla don Juan de Azúa, y no hay constancia de que Olavide aspirara a esa plaza. Sin embargo, hay testimonios de la capacidad docente de Olavide. Fernando Castelo comenta (3):
«El más torpe le entendía, el más impaciente jamás se fatigaba, y todos reconocían en él un consumado maestro. ¡Olavide había nacido para enseñar!».
Incluso Azúa, remiso en general a reconocer los méritos de su antecesor, dejó bien claro este rasgo de Olavide (35):
«Próximo a terminar mi carrera... oí a Olavide... quedé prendado de su exposición clarísima.»
El interés de Olavide por la docencia se manifiesta muy pronto, ya en 1864, en un trabajo sobre El estado actual de la Dermatología en España, que firma bajo el seudónimo de Dr. E. (36):
«De desear fuera que, mirando este asunto con la atención que merece, se corrigiese este atraso en que nos encontramos por falta de cátedras, o mejor dicho, de clínicas de dermatología, en lo cual, además de hacer un bien a la humanidad, se haría un servicio a la ciencia en España. El Gobierno tiene dos medios para conseguirlo: la enseñanza libre o la enseñanza oficial: que escoja.»
Pero la Dermatología tardó aún más de veinte años en llegar a la enseñanza oficial, y Olavide optó por la enseñanza libre. En 1864 (7) dió su primer curso de Dermatología en la Academia Médico-Quirúrgica Matritense, publicado después como una monografía (37). Un paso decisivo en la historia de la enseñanza de la dermatología en España fue la decidida actitud de Olavide de fomentar la enseñanza práctica de la especialidad. Sorprendentemente, las autoridades no permitían el acceso de estudiantes, ni aun de médicos, a las salas del hospital de San Juan de Dios «por razones morales». El mismo Olavide relata esta peripecia del siguiente modo (37):
«Hacía más de un año que el autor (Olavide) había dirigido una instancia al ministro de Gobernación y otra al de Fomento, para que le permitiese dar cursos clínicos de dermatología en el hospital que visita, costumbre ya muy antigua en otros países. Viendo que pasados algunos meses no resultaba nada, repitió la instancia al director de la Beneficencia, cuando el día de la lección, por la mañana, a la hora de visita, le esperaban para acompañarle en ella más de cuarenta profesores y alumnos adelantados de medicina, que no pudieron conseguir su objetivo por no tener el director del establecimiento órdenes especiales para ello, siquiera no las tuviese en contra. Esto dio lugar a una exposición colectiva de todos los profesores del hospital de San Juan de Dios en apoyo de nuestra petición y más tarde se consiguió, ¡cosas de España! el que pudieran acompañarnos en la visita como máximum doce alumnos o profesores y sólo en las enfermerías de hombres, previa la inscripción o tarjeta correspondiente.»
La prensa médica se hizo eco de este episodio con sabrosos e irónicos comentarios, de los que puede ser muestra éste (27):
¿«Mas por qué se fijó en doce ese número? He aquí otro secreto admirablemente profundo y emblemático. ¡Olavide y sus doce discípulos! ¡Un verdadero aspostolado dermatológico! ¡Magnífico!».
«¿Y habrían de entrar esos doce discípulos en las salas de mugeres (sic)? Asusta imaginarlo. ¿Qué es lo que podrá estudiarse en las enfermas de San Juan de Dios? Nada bueno. Grande fue, pues, la previsión con que se negó a los doce discípulos del Sr. Olavide la entrada en la sala de mugeres (sic), en aquellas malhadadas islas de Calipso».
«Con estos antecedentes se comprende ya la posibilidad de que hayamos atormentado con nuestra presencia las salas de San Juan de Dios; imperio chino de la ciencia médica, cuya histórica paz hemos turbado y cuyo centenario pudor hemos tenido en poco.»
En años sucesivos, el curso de Olavide se repitió y consolidó, y cuando la revolución de 1868 decretó la libertad de enseñanza (34), creándose a su sombra la Escuela Teórico- Práctica de Medicina, a cargo de los profesores del cuerpo facultativo de la Beneficencia Provincial, Olavide se integró en ella como profesor de Dermatología, apareciendo a su lado Eusebio Castelo como profesor de Sifiliografía. La clase era diaria durante un mes, y la matrícula en los cursos costaba 20 reales mensuales (38). Estos cursos libres continuaron hasta la restauración de Alfonso XII en 1875, en que se suprimió la libertad de enseñanza (34), pero algunos, entre ellos, el de Olavide, continuaron al menos hasta 1890, según consta en un programa publicado en la Revista Clínica de los Hospitales (39).
CONGRESOS Y REUNIONES MÉDICAS
Los congresos y reuniones, tan frecuentes hoy, eran una rareza en el siglo XIX, pero Olavide supo aprovechar estas escasas ocasiones para presentar en sociedad la naciente dermatología española. En 1864 se celebró en Madrid el Primer Congreso Médico Español. La iniciativa partió de El Pabellón Médico (40). La comisión organizadora de este Congreso estuvo presidida por el Marqués de San Gregorio, y a ella se adhirieron numerosas personalidades médicas de la época, entre ellos, Olavide, que, ya en la primera sesión del Congreso, presentó una memoria titulada Del herpetismo y de las enfermedades que deben considerarse de naturaleza herpética (41).
El Primer Congreso Internacional de Dermatología se celebró en París, en agosto de 1889, como uno de los actos conmemorativos del centenario de la Revolución francesa, y a él asistió Olavide, acompañado de su hijo José Olavide Malo, de Eusebio Castelo y del hijo de éste, Fernando Castelo, que publicó en la Revista Clínica de los Hospitales un amplio resumen de este Congreso (42). Los cuatro aparecen en la «foto de familia» de los asistentes a la reunión, reproducida recientemente en una semblanza de aquel Congreso en el Journal of the American Academy of Dermatology (43). Olavide presentó dos comunicaciones, una sobre el lupus y otra sobre la lepra, de las que se publicaron resúmenes en la prensa médica española (25, 26, 44). Hizo además una breve propuesta, sugiriendo la creación de un museo dermatológico internacional (42), y llevó consigo a esta reunión noventa piezas de la colección del Museo de San Juan de Dios, además de preparaciones y fototipias del laboratorio, que causaron la admiración de los asistentes. De este viaje de Olavide hay testimonio también en su expediente del Real Patrimonio, en donde hace constar que «fue invitado por los organizadores a presidir algunas sesiones» (5). Constan igualmente en este expediente reseñas de otros dos viajes de Olavide: en agosto de 1878, solicita licencia para viajar a París con motivo del premio que ha recibido su gran obra Dermatología General y Clínica iconográfica, y en 27 de junio de 1881 tiene licencia para asistir al Congreso Internacional de Higiene en Londres, aunque no hay ninguna otra referencia de su presencia en él.
OLAVIDE, ACADÉMICO
Olavide tuvo también participación destacada en los principales foros académicos de la época. Perteneció a la Academia Médico-Quirúrgica Matritense, de la que fue nombrado «Socio de mérito», premiando con ello las lecciones que había pronunciado el curso de 1864-65 (2), y fue socio fundador de la Academia Antropológica (4). Fue elegido también Académico de número de la Real Academia Nacional de Medicina en la sesión de su Junta de Gobierno del 12 de junio de 1871 (45), coincidiendo su nombramiento con el del Dr. José Díaz de Benito, compañero suyo de Hospital y afamado venereólogo (46). Olavide ocupó la vacante dejada por don José Ametller y Viñas, también del Hospital de San Juan de Dios. Pronunció su discurso de ingreso, titulado El morbidismo vegetal ante la razón y los hechos, siendo contestado por el Dr. Mariano Benavente, el 15 de noviembre de 1871 (47). El discurso se publicó también en varias entregas en El Siglo Médico (48).
El año 1888 Olavide pronunció en la Academia el discurso inaugural de las sesiones de ese año, para el que eligió un tema sorprendente en la época: Influencia de las enfermedades de la piel en las perturbaciones mentales (49), siendo éste probablemente el primer trabajo español sobre Psicodermatosis. Fuera de estas dos participaciones, la actividad de Olavide en la Academia fue escasa.
En la sesión del 2 de marzo de 1901 se comunica oficialmente su fallecimiento el día anterior (17). El también académico Dr. Espina hizo a continuación un encendido panegírico de la personalidad de Olavide. El Presidente, Marqués de las Guadalerzas, tras unas palabras elogiosas, añadió, sin embargo que «era muy sensible que, por su delicado estado de salud o por otras causas, haya dejado de aportar a la Academia el tesoro de ciencia que poseía, y del que dio testimonios por otros medios». La Academia designó al Dr. Alejandro San Martín para preparar una biografía del fallecido (17), pero tal biografía no parece que llegara a ser escrita, porque no se encuentra en los Anales de la Academia ni en ese año ni en los sucesivos, hasta el fallecimiento de San Martín en 1908.
Abstract.This is the first of a series of articles dedicated to studying the life and work of José Eugenio de Olavide, the founder of Dermatology in Spain. He was born in Madrid in 1836. He was a physician in the Hospital of San Juan de Dios which had been dedicated to venereology since it was founded in the 16th century; Olavide created in it the first Dermatology Division in Spain. Besides his professional activity, he carried out free practical teaching in the same Hospital. He attended the First International Congress of Dermatology in Paris (1889) and was a member of the Medical-Surgical Academy in Madrid and the Royal National Academy of Medicine. In addition, he was a physican for the Royal Family. He died in 1901, at the age of 65.
Del Río E, García Pérez A. José Eugenio de Olavide (1): Biography, professional, teaching and academic activity. Actas Dermosifiliogr 1998;89:495-503.
Key words: History of Dermatology. Olavide. Hospital San Juan de Dios.
BIBLIOGRAFÍA
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