Con gran expectación salió al mercado el pasado mes de agosto, y 6 años después de la anterior, la séptima edición del Rook . La campaña publicitaria realizada por la editorial en el último año ha anunciado a ésta como la edición maestra que funde la espléndida obra clásica con la aportación de medio centenar de autores nuevos, que han protagonizado un relevo generacional.
Sólo dos de los editores anteriores (Stephen Breathnach y Tony Burns) han continuado su labor en esta edición. Los otros editores (Burton, Champion) y muchos autores legendarios como Rycroft, D. Wilkinson o Parish han dado paso a otros nuevos. En esta obra, tradicionalmente escrita casi en exclusiva por dermatólogos británicos, sorprende ahora la incorporación de patólogos, pediatras, oncólogos, genetistas e inmunólogos, muchos de prestigio internacional, y también la de algunos especialistas extranjeros entre sus colaboradores.
En esta edición todos los capítulos se han revisado y varios han sido totalmente reelaborados, en general mejorando los pasados. Las referencias bibliográficas han aumentado el 30 % y la obra ha crecido de las 3.683 páginas previas a 4.021, y esto a pesar de la intención de los editores de mantener equilibrado el volumen final de los capítulos. Es notable el esfuerzo que se ha realizado para renovar y simplificar las clasificaciones de las enfermedades y para actualizar los tratamientos, como respuesta a las críticas a ediciones anteriores de su débil orientación terapéutica y de su poco sentido práctico.
A las aportaciones ya clásicas en “el Rook”, como sus originales referencias intercaladas o su completísimo índice analítico, con más de 20.000 entradas (su autora recibió el premio Wheatley en 1998 por el de la sexta edición), se suman ahora otras muy útiles, como la adición de la numeración MIM (Mendelian Inheritance in Man) en las enfermedades de base genética y la introducción de la paginación por capítulo, que facilita la realización de consultas.
En conjunto, no es mucha la variación de estructura y contenido del libro en esta edición, algo que agradará a aquellos dermatólogos familiarizados con él. Sin embargo, en algunos capítulos es demasiado evidente la escasa modificación de la herencia recibida y su actualización ha consistido únicamente en la introducción de unas pocas referencias y la adición ocasional de algunas líneas para comentar un tratamiento o describir una entidad nueva. Capítulos esencialmente iguales son, por ejemplo, “27. Infecciones bacterianas” y “32. Infecciones por parásitos y protozoos”, en los que apenas se pueden contar una decena de referencias nuevas, y en los que la inmensa mayoría de ellas son anteriores a 1990.
Un comentario merece el capítulo final “78. Cirugía dermatológica”, viva imagen del que lleva su mismo nombre en la sexta edición. Si bien hace, en suma, una buena introducción a la materia, también es el único de toda la obra cuya extensión es menor en esta edición; su actualización se limita a 18 referencias nuevas (incluso el capítulo de la radioterapia, de 8 páginas, lo supera); y le delata que de todas sus referencias el 85 % sean anteriores a 1995.
Por otro lado, contrariará a los defensores de la dermatoscopia que un texto tan extenso sólo dedique un párrafo de 40 líneas y 4 referencias generales a esta técnica diagnóstica y que afirme textualmente que “actualmente no está establecido su valor absoluto en el diagnóstico del melanoma maligno” (pág. 38.35).
La aproximación terapéutica de “el Rook” es metódica y siempre se apoya sólidamente en la bibliografía, aunque en ocasiones peca de conservadora (véase, por ejemplo, el imiquimod en el manejo de las queratosis actínicas, pág. 75.24). No obstante, los tratamientos de todas las enfermedades han sido revisados con meticulosidad en esta edición, incluyendo las indicaciones de los inhibidores de la calcineurina, las nuevas terapias biológicas para la psoriasis, los nuevos antibióticos o tratamientos como los de la alopecia androgénica, la hiperhidrosis o el envejecimiento cutáneo.
Las imágenes, los gráficos y las tablas son, como se esperaba, de gran calidad, aunque encontrarán entre ellos a muchos viejos conocidos. Siguen escaseando las fotos de enfermedades poco comunes.
Algunos capítulos de la edición previa han sido eliminados. Se echa en falta en la séptima edición el capítulo del síndrome de Reiter, misteriosamente desaparecido (¿omitido de forma involuntaria?). Otros han sido relegados, tal vez porque sus autores ya no participan en la obra, como “Principales irritantes y sensibilizantes”, de R.J.G. Rycroft, verdadero compendio de alérgenos que ilustraba su estructura química bidimensional, y los capítulos “Formulación tópica” de J.D. Wilkinson y “Glosario de términos dermatológicos” de D.S. Wilkinson, que hacían de apéndices finales del cuarto volumen en otras ediciones y a los que se echará de menos en el futuro. Así es la vida...
Son nuevos los capítulos “26. SIDA” y “74. Eritema multiforme, síndrome de Stevens-Johnson y NET”, y apartados como Diagnóstico diferencial del miembro hinchado (capítulo “51. Linfáticos”), Inmunodeficiencias primarias (“14. El neonato”), Calidad de vida y Aspectos médico-legales de la Dermatología (“71. Terapéutica general”) o Terapia fotodinámica (“77. Terapéutica física y láser”). Se describen cerca de 50 entidades nuevas o no presentes en la sexta edición. Entre ellas están: síndrome PHACE(S), dermopatía fibrosante nefrogénica, histiocitosis nodular progresiva, “celullite”, vasculitis eosinofílica, hemangioendotelioma retiforme y uñas en pinza.
Capítulos extraordinariamente puestos al día son, por ejemplo: “12. Genodermatosis”, “10. Inmunología y alergia”, “20. Dermatitis de contacto alérgica” (recomendamos los apartados Interpretación de la relevancia, Fuentes de errores en el diagnóstico y Sensibilizaciones múlti ples ); “24. Fotobiología”, “33. Dermatosis por artrópodos” o “61. Psicocutáneas”.
Para la próxima edición no faltará quien sugiera dotar al texto de un enfoque menos exhaustivo y más práctico, orientado hacia las preocupaciones diarias del dermatólogo clínico, como los aspectos de la enfermedad relativos a otras áreas de la medicina, o el establecimiento de recomendaciones terapéuticas de primera, segunda o tercera elección en función del nivel de evidencia científica, o de criterios evolutivos para el seguimiento de los enfermos. En todo caso, hay que reconocer el esfuerzo titánico que supone revisar una obra como ésta, y seguro que las críticas no ensombrecerán su aportación a la literatura dermatológica. Además, teniendo en cuenta que el objetivo de los editores era “seguir ofreciendo una guía de referencias completa de todas las enfermedades cutáneas conocidas”, la nueva edición de “el Rook” no va a ser menos que sus predecesoras, y seguro que no decepcionará a quien la compre (por sólo 720 1). ¿Se puede pedir más por este precio?