Que una revista científica cumpla sus primeros 100 años es sin duda un gran acontecimiento. Que esa revista sea la nuestra, la de los dermatólogos españoles, debe llenarnos de orgullo y admiración. De admiración por haber sobrevivido, diríamos que milagrosamente, a tantas y tan diversas dificultades. Al parecer, no dejó de publicarse ni durante la guerra civil de 1936-39. Los nacidos en torno a ella recordarán cómo hacia 1980 Actas llegó a publicarse con hasta dos años de retraso respecto a la fecha del número lo que provocó su salida del Index Medicus. En ese momento aparecieron dos nuevas revistas, Dermatología Española y Gaceta Dermatológica, que no lograron sustituirla. Haber superado estas y otras dificultades hace que la sensación de triunfo sea aún mayor al cumplir nuestros primeros 100 años.
Dos grupos de personas han tenido, sin duda, un mayor protagonismo en la vida de Actas: los autores que han contribuido con sus trabajos a su periódica aparición y los encargados de planificarla, corregirla y mejorarla. Los dos firmantes creemos haber contribuido de las dos maneras a la historia de Actas; por eso hemos aceptado sin pensarlo la invitación del profesor Daudén, su actual director, a contribuir con un breve artículo a esta conmemoración. Ambos hemos plasmado una buena parte, si no la mayor, de nuestro currículo en las páginas de Actas1,2 y ambos, conjuntamente, dirigimos la revista durante 8 años (1994-2002). Diversas circunstancias, como se revela en el primer párrafo de la comunicación que sigue, hicieron que uno de nosotros comentase nuestro trabajo de esos 8 años en el merecido y triste homenaje a nuestro común amigo el profesor Adolfo Aliaga que tuvo lugar en Madrid el 15 de noviembre de 2003. Por eso hemos considerado que la mejor forma de referirnos a nuestro trabajo en Actas durante esos años era publicar el texto de esa intervención.
Homenaje al profesor AliagaOcho años al frente de Actas Dermo-Sifiliográficas. Experiencias y reflexionesE. Sánchez-Yus
Departamento de Medicina II (Dermatología). Universidad Complutense de Madrid. Madrid. España.
Es costumbre que cuando se produce un relevo en la dirección de una revista, el director saliente publique unas notas de despedida en la misma. Cuando, hace año y medio, yo cesé en la dirección de Actas pensé hacer lo mismo, pero diversas circunstancias retrasaron y finalmente hicieron ya improcedente ese proyecto. Por eso me ha parecido que este homenaje al profesor Aliaga sería un buen momento para enmendar ese fallo; más siendo el grupo del Hospital General de Valencia uno de los que más originales enviaron durante esos años a la redacción de Actas.
Hace 9 años el profesor Camacho me propuso encargarme de la dirección de Actas, y yo acepté inmediatamente aun sabiendo que se iba a resentir seriamente, como así ocurrió, mi producción científica. Pero me apetecía demostrar que se podía hacer una buena revista española de Dermatología.
Aunque yo, como algunos de ustedes, me preguntaba entonces ¿vale la pena realmente publicar una revista en lengua española cuando el mercado está totalmente saturado por las revistas en lengua inglesa? (En una búsqueda que hizo el Dr. Requena hace ya cuatro años, elaboró una lista de 35 revistas de Dermatología en lengua inglesa sólo entre EE.UU., Europa y Japón).
Esta duda la materialicé el año 1998 en una carta al director de Medicina Cutánea3. Y lo más curioso es que poco después recibí una carta del profesor Grosshans, director de los Anales Franceses, pidiéndome permiso para publicar una traducción de la misma en esa revista francesa 4. Si Francia, con su extraordinaria tradición dermatológica, a varios años luz de la española, tiene problemas con la escasa proyección científica de su lengua, ¿qué podemos hacer los españoles?
«¿Debemos seguir publicando revistas médicas en español?»3.
Tras una serie de consideraciones que la brevedad del tiempo disponible no me permiten repetir aquí, yo contestaba a esa pregunta:
«En mi opinión, una revista médica en una lengua diferente del inglés sólo tiene sentido si, además de recoger lo esencial del saber médico mundial, recoge también la tradición científica de su propio país o, mejor aún, de su propia lengua.»3.
Y es que el motivo de esa carta no era otro que la publicación en Medicina Cutánea de un artículo en el que sólo se citaba bibliografía en inglés cuando, sin ninguna dificultad tras una somera búsqueda, nosotros encontramos siete artículos sobre ese tema en Actas, uno en Medicina Cutánea y otro en Piel.
Y es que«una literatura científica que nadie cita es una literatura inexistente; si los defuera no nos citan y los de dentro no nos citamos ¿para quién escribimos?»3.*
Por ello, una de las principales misiones que el Dr. Requena y yo nos impusimos fue la de procurar que en todos los artículos se citase la bibliografía española. Para ello fue decisiva la ayuda del Dr. Conde-Salazar cuya labor al recoger en su ordenador toda la bibliografía de las revistas españolas, desde 1909, es una deuda que siempre tendrá con él la Dermatología Española.
Una reciente muestra de esta falta de respeto para con nosotros mismos es la publicación en el último número de Actas de un artículo de revisión sobre la cirugía de Mohs. Entre sus 125 citas no figura la de una revisión sobre el mismo tema publicada en la misma revista cinco años antes.
Pero una vez que decidimos que sí debemos seguir publicando revistas en español, aunque en ciertas condiciones, venía la siguiente pregunta: ¿cómo publicarlas?
Ante esa avalancha de literatura científica que no nos da tiempo ni a leer los sumarios de las revistas, nos pareció esencial ponernos del lado del lector y darle facilidades de lectura. ¿Qué facilidades?
- 1.
El sumario en la portada; para que nadie ponga la excusa del esfuerzo que le supone pasar la hoja.
- 2.
El resumen estructurado; para que le baste con leer el último párrafo del mismo.
He aquí uno de los principales problemas que se nos plantearon: los dermatólogos españoles, salvo honrosísimas excepciones, no saben hacer un resumen. Más de la mitad de los resúmenes de los aproximadamente 1.000 artículos que se publicaron durante esos 8 años son de mi puño y letra; y en 400 de los otros 500 hice cambios sustanciales.
Hoy día, lo más importante de un artículo científico es el último párrafo de su resumen. ¿Por qué? Porque es el párrafo de las conclusiones. Si un artículo no dice nada nuevo ¿para qué leerlo? Y si dice algo nuevo, tiene que poder expresarse en dos o tres líneas. He oído decir, y me lo creo, que la teoría de la relatividad la resumía Einstein en una sola cara de una cuartilla.
Frente a esto, el resumen habitual de nuestros artículos solía ser de esta guisa:
«Se presenta un caso de… y se discuten los resultados». Otro objetivo que nos marcamos fue el de dar servicio a nuestros lectores. Es decir, que la revista no fuese sólo un foro científico sino también un foro social. Que cuando alguien se preguntase qué cursos, reuniones, congresos, etc. se van a celebrar este mes o este año, le bastase con consultar Actas. Es decir, la sección de Agenda y Convocatorias. Pero para que esta sección fuese útil había que conseguir que la revista saliese en el mes de la fecha. Ésa fue una lucha con la editorial que casi siempre se consiguió.
Y para terminar y no cansarles, y para dar ejemplo de brevedad a los que me siguen en este tan merecido homenaje a nuestro querido y siempre recordado Adolfo, una pequeña curiosidad. Siempre me había llamado la atención que cuando yo enviaba a una revista, pongamos por ejemplo la revista PIEL, dos diapositivas del mismo tamaño, la vertical me la publicaban a un tamaño triple que la horizontal. Yo pensaba que era un problema técnico de tal manera que no se podía sobrepasar nunca el ancho de una columna. Cuando establecí el primer contacto con los editores de Actas se lo pregunté y me contestaron que no había ningún problema en dar a las fotos el tamaño que nos diese la gana: media columna, columna y media, entre dos columnas, etc.
Por ello decidimos publicar las fotos conservando las proporciones de los originales recibidos. Es decir, que si la foto vertical iba en el ancho de la columna, la horizontal ocupaba columna y media, reservándose la otra media para el pie. Y resultó que, incluso, esta forma de publicar una foto tiene una denominación técnica entre los tipógrafos que la llaman«en bandera».
Cuando en otras ocasiones decidíamos tomar como medida de la foto horizontal el ancho de la columna, la vertical adoptaba el mismo tamaño, sin ocupar la totalidad de ese ancho. Ésta fue la forma habitual que adoptamos finalmente al ser la más parecida al tamaño real de la diapositiva, ya que las ampliaciones hacen perder calidad a las fotos y creímos que era mejor una foto pequeña y nítida que una grande pero de peor calidad.
Afortunadamente, podemos celebrar hoy que, si en algo contribuimos a la mejora de Actas, los dos equipos que nos han sucedido, encabezados por los profesores Fernández Herrera y Daudén, respectivamente, nos han dejado pequeños. El primero consiguió, tras más de 20 años de destierro, el reingreso de Actas en Index Medicus/MEDLINE y el segundo su publicación íntegra, en lengua inglesa, en PubMed.
Conclusión: nos gusta Actas. Sólo un pequeño pero, esos toques de azul… Pero, para los gustos están los colores.
En un detallado estudio posterior sobre las referencias bibliográficas de los trabajos publicados en Actas, los autores concluyeron: «el escaso valor obtenido por la citación de la literatura nacional en general y de la propia revista en particular debería alertar y animar a los autores a consumir la bibliografía publicada en España»5.