El pasado 29 de marzo falleció en Madrid el Dr. Luis Conde-Salazar Gómez a los 81 años de edad. Se fue una persona muy importante en la dermatología española y de gran proyección internacional. Siempre fue un hombre inquieto y con intereses diversos, pero si hay algo que destaca por encima de todo es su entrega a la dermatología y el gran legado que nos deja en este campo, que me gustaría resumir.
El Dr. Conde se dedicó principalmente a la dermatología de contacto y dermatosis profesionales. De hecho, fue uno de los fundadores, en el año 1976, del Grupo Español para la investigación en Dermatitis de Contacto (GEIDC, actual GEIDAC). Prácticamente toda su vida profesional la desarrolló en el hoy extinto Servicio de Dermatología Laboral de la Escuela Nacional de Medicina del Trabajo en Madrid. Con él colaboraron durante distintos periodos varios dermatólogos (entre los que me incluyo), y rotaron multitud de residentes en dermatología, alergología y medicina del trabajo. Es difícil encontrar algún especialista de estas ramas de la Medicina que no conozca o haya oído hablar del Dr. Conde.
Su obra investigadora y docente es amplísima. No pretendo realizar aquí una relación de su legado científico, sino destacar ese espíritu inquieto y trabajador que lo mantenía siempre activo. Si finalizaba la redacción de un capítulo para un libro, ya estaba pensando en iniciar un tratado sobre dermatosis profesionales, o una serie de artículos, un curso docente, etc. Su actividad científica nunca descansaba, ni siquiera estando jubilado.
El Dr. Conde era un referente mundial en el campo de la dermatología de contacto y profesional. Deja numerosos amigos en EE. UU., Europa y especialmente en Hispanoamérica, donde han surgido diversas escuelas dedicadas al estudio del eccema y de las dermatosis profesionales, lideradas por sus discípulos. No es de extrañar, por tanto, que haya sido distinguido como miembro de honor de diversas sociedades dermatológicas extranjeras y reconocido con el título de «Maestro de la Dermatología Ibero-latinoamericana».
Pero, quizás, es mayor la huella que ha dejado su práctica diaria a los que hemos tenido la suerte de presenciarla. El Dr. Conde estudiaba a cada paciente rodeado por todos los médicos que en ese momento asistieran al servicio, junto a un gran ventanal que permitía explorar con buena iluminación. Mientras el residente relataba la historia clínica que había recogido con tanto esmero, él iba explorando las lesiones en silencio. En algún momento, cuando notaba que el residente se perdía en datos intrascendentes, lo interrumpía y se dirigía al paciente para realizar las preguntas clave. O bien iniciaba una ronda de preguntas sobre el caso al resto de médicos, aumentando así nuestro nivel de estrés, pero motivándonos a estudiar.
La riqueza de datos que extraía de la anamnesis era extraordinaria. Preguntaba al paciente por aspectos de su trabajo que cualquier persona habría pasado por alto, pero que podían ser clave para entender la clínica. Les pedía que simularan determinados movimientos de su actividad diaria o la manera de manejar una herramienta, de forma que se pudieran explicar las lesiones por las que consultaban.
Su labor detectivesca no terminaba ahí. En muchas ocasiones realizaba una visita al puesto de trabajo del paciente, de la que hacía un amplio reportaje fotográfico. Posteriormente, mostraba toda esta información con presentaciones amenas en reuniones y congresos. Conseguía que la audiencia valorara más los datos que aportaba sobre el oficio del paciente en cuestión, que los de su proceso dermatológico, el cual de por sí solía ser también muy interesante.
El Dr. Conde siempre se vanaglorió de que gracias a su dedicación a las dermatosis profesionales tenía la oportunidad de adquirir unos conocimientos que iban más allá de la Medicina: los tipos de cemento existentes, cómo se fabrican los aviones, la industria que hay detrás de los fluidos de corte… Sentía una gran curiosidad sobre los trabajos ajenos, sus condiciones laborales, retribuciones y otros aspectos que no eran puramente médicos, pero que servían para entender al paciente y su entorno en conjunto, en una visión más amplia que la simple clínica.
Para muchos trabajadores con sensibilizaciones concretas había un antes y un después del estudio en este servicio de dermatología laboral, ya que el diagnóstico implicaba no poder seguir ejerciendo su profesión. Conde se acercaba a estos pacientes con cariño, resumiéndoles el largo proceso que debían seguir hasta declararse una incapacidad permanente, al mismo tiempo que les alentaba a buscar alternativas profesionales libres del alérgeno en cuestión. Especialmente sobrecogedoras eran las entrevistas con las peluqueras con eccema de contacto alérgico a la parafenilendiamina de los tintes, que no podían reprimir las lágrimas cuando les explicaba la imposibilidad de seguir ejerciendo su profesión. Conde las consolaba paternalmente y aconsejaba sobre trabajos futuros. Les hacía ver con ternura cómo aún tenían mucha vida por delante y cómo con el tiempo disfrutarían de mejores condiciones económicas, sin perder la salud. Gracias a ello se solían marchar tristes, pero esperanzadas.
El Dr. Conde era riguroso con sus colaboradores. Exigía puntualidad, una historia clínica impecable y estructurada, la preparación de sesiones, ponencias, artículos… Sin embargo, al mismo tiempo destacaba por su alegría y su capacidad para contar chistes, que conservaba incluso en situaciones tan difíciles como fueron las últimas semanas de su enfermedad.
Aun siendo riguroso, Conde era cercano a las situaciones personales de cada uno. Por ejemplo, se preocupaba mucho por las condiciones en las que vivían los médicos que acudían a rotar desde fuera de España. En muchos casos, les ayudaba a buscar alojamiento e ingresos extra. En mi caso particular, permanecí unos meses sin contrato, por cuestiones burocráticas, aunque decidí continuar asistiendo al servicio cada mañana. Conde me llamó a su despacho para preguntarme cuál era mi salario antes de que se interrumpiera el contrato, con la idea de extenderme un cheque a final de cada mes por esa misma cantidad. Yo me negaba en redondo a que lo hiciera, pero fue tal su insistencia que finalmente tuve que aceptar y me pagó de su propio bolsillo hasta que la administración me renovó.
En los últimos veinte años su pasión también se orientó hacia el museo Olavide. Esta colección única de figuras de cera dermatológicas fue recuperada gracias a su labor y a la de los restauradores Amaya Maruri y David Aranda. Con el impulso del Dr. Conde y su perseverancia consiguió el apoyo de la AEDV para la restauración y exposición de la colección. Sería demasiado extenso relatar aquí el trabajo que esto conllevó, las vicisitudes, dificultades y sinsabores que debió superar. Sin embargo, hoy podemos disfrutar del museo y no es exagerado afirmar que, sin el Dr. Conde, este maravilloso legado de la historia de la dermatología se habría perdido para siempre.
No solo se encargó de dirigir la recuperación de las figuras de cera, sino que también creó la biblioteca «Profesor García Pérez», que consta de numerosos tratados dermatológicos históricos, de gran valor, obtenidos fundamentalmente a través de donaciones de diversos dermatólogos o de sus familiares, y que el Dr. Conde fue buscando y alentando durante varios años. A esta colección, que se localiza en las estancias del museo Olavide, se añadieron los fondos de la antigua biblioteca de la AEDV, con lo que se conformó un material bibliográfico muy interesante.
El Dr. Conde también recuperó para exponer en el museo Olavide distintos enseres antiguos, como instrumental médico, láminas, fotografías, etc., convirtiendo así el museo en un precioso reflejo de la historia de la dermatología española.
Como se puede comprobar, su compromiso con los académicos fue muy importante. Otra muestra de ello lo da que formara parte de la junta directiva de la AEDV, como tesorero, a comienzos de la década de 1980. Fuera de la junta directiva continuó colaborando con la AEDV, y de esta forma fue el responsable de localizar y facilitar la compra del piso en la calle Ferraz, 100, que es la sede de nuestra academia desde 1993. Por todo ello, creo que todos los dermatólogos estamos en deuda con el Dr. Conde y muy agradecidos con el legado que nos deja.
No se me ocurre mejor forma de finalizar esta reseña que con los versos que le dedicó el Dr. Amaro García durante una sesión de la Sección Centro de la AEDV en el año 2013, con ocasión de la jubilación del Dr. Conde. Es difícil concebir un resumen más bello sobre su labor profesional, además de didáctico:
No hierve el eczema, llora.
El Dr. Conde nos deja.
Su saber ya no aconseja,
Su ciencia ya no asesora.
Docto en lecturas y pruebas
Y en el eczema complejo,
Con experiencia de viejo
Y con ilusiones nuevas.
Gimen ya los albañiles
Y los que son como tales.
No sabrán ya que es el cromo
El causante de sus males.
Y si el cromo no es en otros,
Tampoco conocerán
Que el tiuram es responsable
De las manos como están.
Son las guapas peluqueras
En tristeza las primeras.
Ya no intuirán el porqué
De la alergia al PPD.
Y también las tiazolinas,
Por otro nombre Kathon®,
Frecuentes y clandestinas
Al utilizar jabón.
Siempre tus clases alegras
Con tu humor, y las sesiones.
Queratósicas lesiones
Las causan las gomas negras.
Se quejan los laborales
De la marcha del maestro.
Ya no enseña el hombre diestro
Dermatosis ambientales.
De Olavide el gran museo
Lo rescata cual trofeo.
David, Amaya, Luis Conde,
Enorme gratitud les corresponde.
Y con esto finiquito
Esta cariñosa glosa
Que quiere ser homenaje
Al ilustre personaje.
Solo queda reflejar
Al Dr. Conde presente
Nuestro cariño sin par,
Nuestra admiración por siempre.
Para él demando y quiero
Un gran aplauso sincero.
Que nuestro anhelo le exprese
larga vida y feliz cese.
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Gracias, maestro y amigo. Descansa en paz.
Agradecimientos: A Amaro García, Milagros Campos, David Aranda y Amaya Maruri, por la información y material aportado.